Etiqueta: bolañismo

  • Movimientos (totales) en el arte mínimo (XVIII)

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    Consejos de un dis­cí­pu­lo de Morrison a un fa­ná­ti­co de Joyce
    Roberto Bolaño & A. G. Porta
    1984

    La es­cri­tu­ra a cua­tro ma­nos re­sul­ta in­des­ci­fra­ble. El pro­ble­ma de cuan­do hay más de un au­tor es que re­co­rren tal can­ti­dad de mul­ti­tu­des el tex­to que es di­fí­cil sa­ber don­de em­pie­za y aca­ba ca­da una de las fir­mas, por­que in­clu­so den­tro de ca­da una po­dría­mos afir­mar ver cir­cu­lan­do otras tan­tas co­mo pue­den su­mar en­tre am­bas; si es­cri­be un li­bro Roberto Bolaño & A. G. Porta no es­ta­mos en ex­clu­si­va an­te la su­ma de Roberto Bolaño y A. G. Porta, sino tam­bién an­te una no­ve­la es­cri­ta por cua­tro ma­nos que con­for­man una úni­ca en­ti­dad de dos nom­bres y ape­lli­dos dis­tin­tos. El pro­ble­ma ra­di­ca en que uno de los ape­lli­dos es Bolaño. Cuando di­so­ciar la iden­ti­dad par­ti­cu­lar del in­di­vi­duo con res­pec­to de aque­lla que asu­me en el li­bro es im­po­si­ble, por­que la otra mi­tad in­sis­te en no re­cor­dar y lo que re­cuer­da de­mues­tra ma­yor im­pli­ca­ción de su otro, es cuan­do se ha­ce di­fí­cil juz­gar un li­bro a cua­tro ma­nos sin di­so­ciar­nos del he­cho de es­tar an­te dos au­to­res: es di­fí­cil no in­tuir a Bolaño en­tre sus lineas.

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  • El hielo, como la belleza, es sólo un tránsito efímero

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    La pis­ta de hie­lo, de Roberto Bolaño

    No se­ría des­ca­be­lla­do pre­gun­tar­nos por qué in­sis­ti­mos en ha­cer del de­por­te pro­fe­sio­nal, al­go ob­via­men­te per­ni­cio­so y que ne­ce­si­ta de una de­di­ca­ción que va más allá de cual­quier cla­se de equi­li­brio en­tre cuer­po y men­te, una as­pi­ra­ción vi­tal a tra­vés de la cual es­gri­mir un cier­to or­gu­llo per­so­nal y pro­fe­sio­nal que, sin em­bar­go, no ten­de­mos a acep­tar co­mo ema­na­do a par­tir de otras for­mas cul­tu­ra­les de­ter­mi­na­das. Apreciamos más al hom­bre que ha pa­sa­do vein­te años de­di­can­do ocho ho­ras al día a la téc­ni­ca de co­mo gol­pear a un ba­lón que al que ha he­cho lo mis­mo con las pa­la­bras; en cual­quier ca­so, exis­ta cier­ta si­mi­li­tud en­tre am­bos: son or­fe­bres de la be­lle­za, del que­brar los lí­mi­tes más allá de lo po­si­ble —aun cuan­do lo ha­cen en dos di­rec­cio­nes opues­tas, pues don­de el de­por­tis­ta ha­ce de sí mis­mo un mi­to el ar­tis­ta cons­tru­ye mi­tos — . Al de­por­tis­ta se lo apre­cia por re­pre­sen­tar el triun­fo so­bre el otro o so­bre la na­tu­ra­le­za, no so­bre el mundo. 

    La ob­se­sión que des­ata de for­ma tí­mi­da Roberto Bolaño por el pa­ti­na­je ar­tís­ti­co pa­re­ce pro­du­cir­se co­mo un apro­pia­mien­to de una be­lle­za ig­no­ta, que des­co­no­ce ab­so­lu­ta­men­te más allá de la in­tui­ción: in­tu­ye que los mo­vi­mien­tos de su per­so­na­je son be­llos, in­clu­so pue­de es­pe­ci­fi­car el nom­bre de ca­da uno de ellos. Ahora bien, ¿có­mo pue­de de­cir que un mo­vi­mien­to es be­llo? El de­por­te es la an­tí­te­sis del co­no­ci­mien­to, pues es pu­ra pra­xis. Conocimiento en apli­ca­ción. He ahí que es­co­ja la pis­ta de hie­lo, el pa­ti­na­je ar­tís­ti­co, co­mo la re­fe­ren­cia a tra­vés de la cual pla­nea aque­lla tra­ge­dia que de­be sos­te­ner la his­to­ria, aque­llo que sa­be­mos que es­tá ahí pe­ro no sa­be­mos ni co­mo ni cuan­do lle­ga­rá; la be­lle­za de un cri­men se si­túa en el cam­po de la pu­ra in­tui­ción en tan­to la be­lle­za del ac­to en sí nos es pri­va­da por el he­cho de que va más allá de la ade­cua­ción téc­ni­ca; só­lo es po­si­ble en­ten­der en el dar muer­te a otro una be­lle­za pro­fun­da­men­te des­agra­da­ble. El ase­si­na­to qui­zás no sea una de las be­llas ar­tes, pe­ro po­dría ser un de­por­te de élite.

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