Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce
Roberto Bolaño & A. G. Porta
1984
La escritura a cuatro manos resulta indescifrable. El problema de cuando hay más de un autor es que recorren tal cantidad de multitudes el texto que es difícil saber donde empieza y acaba cada una de las firmas, porque incluso dentro de cada una podríamos afirmar ver circulando otras tantas como pueden sumar entre ambas; si escribe un libro Roberto Bolaño & A. G. Porta no estamos en exclusiva ante la suma de Roberto Bolaño y A. G. Porta, sino también ante una novela escrita por cuatro manos que conforman una única entidad de dos nombres y apellidos distintos. El problema radica en que uno de los apellidos es Bolaño. Cuando disociar la identidad particular del individuo con respecto de aquella que asume en el libro es imposible, porque la otra mitad insiste en no recordar y lo que recuerda demuestra mayor implicación de su otro, es cuando se hace difícil juzgar un libro a cuatro manos sin disociarnos del hecho de estar ante dos autores: es difícil no intuir a Bolaño entre sus lineas.
Seguir la pista de dónde empieza y acaba cada autor es inevitable, aunque sólo fuera por el estilo desigual desarrollado en cada uno de sus capítulos. El estilo carece de la uniformidad que se le presupone a una escritura realizada en común, de un autor único aun cuando sea dos —porque no debería ser el estilo de ambos encorsetado en común, sino uno nuevo naciendo de la suma del de ambos — , en las más que evidentes diferencias que existen en tono y ritmo. No hay un autor, sino dos. Todo eso no hace más que reforzar la sensación de que no existe un auténtico trabajo de cuatro manos, que no ha habido pretensión de ser dos que conviven en un mismo confluir en común, sino dos que se juntan para hacer algo sin por ello remar juntos en ocasión alguna; aunque queramos juzgar la obra como un todo, olvidar que detrás están Bolaño y Porta, nos resulta imposible porque se lee como lo que es: un intento fallido de escritura en común, pero también un esbozo de puro bolañismo intoxicado por corrientes subterráneas que diluyen su esencia más pura en un marasmo que no termina de cuajar por sí mismo. Huele demasiado a Bolaño para ser obra de dos.
Como en la propia historia, ya que Ángel Ros y Ana Ríos son una pareja que no lo son, dos desconocidos que se pretenden cercanos para reconfortarse en algo que no existe: son dos que son dos, que no forman una unidad, y por eso no escriben su vida en común a cuatro manos. Son dos entidades que nunca llegan a cruzarse, una manada sin afuera.
Escribir a cuatro manos, ya sea un libro o un contrato o una alianza, es algo que requiere la ampliación de ambos hasta conformar algo distinto de lo que son de base. Algo que no tiene por qué ser mejor o peor, sino diferente. implicarse para compartir literatura con otra persona es difícil, lleno de altibajos y dificultades, pero lo que se juzga es que al final entre ambos surja algo que no sea la mera suma de sus partes; aquí no se da el caso, por eso es un interesante ejemplo de la pericia de un primer Bolaño salpicado de curiosas aportaciones de un Porta tanteando ciertos límites. Nada más.
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