Etiqueta: breakbeat

  • nacido bajo una mala estrella

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    Crear un dis­co de break­co­re si­guien­do un es­ti­lo de mú­si­ca neo-clásica co­gien­do sam­plers y es­truc­tu­ras de sui­tes fa­mo­sas no es al­go nue­vo. Aunque si que es una com­ple­ta lo­cu­ra cuan­do se tra­ta de un dis­co con­cep­tual so­bre la vi­da de una pa­lo­ma en Budapest.

    Inspirado por un via­je a Hungría el mú­si­co Aaron Funk, el hom­bre de­trás de Venetian Snares, dio for­ma a es­te dis­co, un pun­to de in­fle­xión en su ca­rre­ra. Saqueando a Bartók, Stravinsky y Paganini en­tre otros va hi­lan­do una se­rie de can­cio­nes, a ca­da cual de con­tras­tes más bes­tia­les, en­tre los so­ni­dos clá­si­cos y sus breaks ca­rac­te­rís­ti­cos. Aun en­ci­ma se atre­ve a ha­cer una ver­sión sar­dó­ni­ca, aun­que no de­ma­sia­do ins­pi­ra­da, de Gloomy Sunday que lla­ma­rá Öngyilkos Vasárnap, do­min­go sui­ci­da. Pero su ma­yor lo­gro es en can­cio­nes co­mo en Szerencsétlen o Hajnal, que real­men­te nos ha­ce sen­tir co­mo si real­men­te es­tu­vié­ra­mos si­guien­do los pa­sos de una pa­lo­ma. Los fuer­tes con­tras­tes y un uso muy re­fi­na­do de la ba­te­ría y los efec­tos si­mu­lan el vue­lo, el pi­co­teo y los pa­sos de una pa­lo­ma con gra­ves pro­ble­mas de hiperactividad.

    Sus bru­ta­les cam­bios de rit­mo, los vio­li­nes y las trom­pe­tas, las cua­les apren­dió a to­car de pro­pio, y esa com­bi­na­ción con so­ni­dos clá­si­cos nos dan la ma­yor obra maes­tra de es­te per­tur­ba­do (y no me­nos per­tur­ba­dor) ca­na­dien­se. Sobrevolando Budapest con alas he­chas con vio­li­nes y breaks es­ta­lla­mos en sam­plers imposibles.

  • geometría natural

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    Si aten­de­mos a Spinoza te­ne­mos que en­ten­der que la éti­ca se ba­sa en los prin­ci­pios de la geo­me­tría, los cua­les nos per­mi­ten com­pren­der el mun­do. Quizás la éti­ca no, pe­ro la mú­si­ca po­de­mos en­ten­der­la en tér­mi­nos geo­mé­tri­cos en gru­pos co­mo Principles of Geometry.

    Entre el krau­trock de te­rror de Zombie Zombie y los break­beat de Aphex Twin se si­túan es­ta pa­re­ja de fran­ce­ses. Melodías eter­nas y diá­fa­nas que se pier­den en el in­fi­ni­to del es­pa­cio se par­ten por la mi­tad en des­car­gas de pro­to­nes so­bre pla­ne­tas que man­dan se­ña­les de so­co­rro por una ex­tra­ña ame­na­za aun des­co­no­ci­da. Como una ele­gan­te frac­tal se va des­ple­gan­do len­ta­men­te ocu­pan­do los nue­vos es­pa­cios que los so­ni­dos an­te­rio­res, aun re­ver­be­ran­tes en la at­mós­fe­ra, les per­mi­ten ocu­par. Avanzan ma­te­má­ti­ca­men­te en­tre los dis­pa­ros de un añe­jo sin­te­ti­za­dor y las con­fu­sas y pe­sa­das li­neas de un ba­jo majestuoso.

    Y tal co­mo em­pie­za aca­ba, con un si­len­cio pri­mi­ge­nio so­lo cor­ta­do por los so­ni­dos de una na­tu­ra­le­za que, en la reali­dad, no sue­na tan per­fec­ta­men­te ma­te­má­ti­ca co­mo en las li­neas de es­tos fran­ce­ses. La geo­me­tría de la na­tu­ra­le­za se es­con­de en las me­lo­días de un sintetizador.