Etiqueta: Carl Gustav Jüng

  • no existe represión sin deseo

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    Un mé­to­do pe­li­gro­so, de David Cronenberg

    Uno de los per­so­na­jes que más sis­te­má­ti­ca­men­te se han ob­via­do du­ran­te to­do el si­glo pa­sa­do es, sin lu­gar a du­das, Carl Gustav Jung. Con una sis­te­ma­ti­za­ción del psi­co­aná­li­sis que iba más allá de lo se­xual qui­zás su ma­yor las­tre sea la acu­sa­ción, cier­ta pe­ro no en el sen­ti­do pe­yo­ra­ti­vo usa­do, de ser ex­ce­si­va­men­te mis­ti­cis­ta en sus pro­pues­tas. El em­po­rio de dog­ma­tis­mo ab­so­lu­to que cons­tru­ye Freud al­re­de­dor de su fi­gu­ra es re­pre­sen­ta­do de una for­ma ejem­plar en la pe­lí­cu­la por David Cronenberg de la úni­ca ma­ne­ra que siem­pre ha cons­trui­do las pro­ble­má­ti­cas psico-sociales: des­de la ex­tra­po­la­ción me­ta­fó­ri­ca del in­di­vi­duo al gru­po. Es por ello que Freud ge­ne­ral­men­te es­tá si­tua­do en una po­si­ción in ab­sen­tia en la cual, ape­nas sí en al­gu­nos bre­ves mo­men­tos, po­de­mos co­no­cer cua­les son sus dis­po­si­cio­nes con res­pec­to de co­mo de­be ser tra­ta­do el psi­co­aná­li­sis por par­te de sus alum­nos. Toda la teo­ría crí­ti­ca que des­ti­la Un mé­to­do pe­li­gro­so se de­fi­ne a tra­vés del con­flic­to en­tre los dos per­so­na­jes con res­pec­to de Sabina Spielrein.

    Spielrein, jo­ven ru­so ju­día, pa­cien­te y aman­te de Jung, se­rá par­te de la sín­te­sis im­po­si­ble de los plan­tea­mien­tos freudianos-jungianos al in­ten­tar ha­cer una sín­te­sis de la teo­ría que va­ya más allá de las di­fe­ren­cias ‑se­gún ella, mínimas- que les se­pa­ra­ban. El pro­ble­ma es que es­ta dis­po­si­ción es tre­men­da­men­te cap­cio­sa ya que, si es cier­to que ella es la de­fi­ni­do­ra pri­me­ra del con­cep­to freu­diano de pul­sión de muer­te y del con­cep­to jun­giano so­bre el ani­mo, no es po­si­ble que ella sea sín­te­sis de la teo­ría de am­bos, sino ca­ta­li­za­do­ra de pos­tu­ras pró­xi­mas pe­ro no co­mu­nes. No exis­te un acer­ca­mien­to real en­tre las pos­tu­ras de Jung y Freud que no sean, pre­ci­sa­men­te, la pro­pia fi­gu­ra en sí de Spielrein.

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  • ventanas hacia lo-que-hay-ahí-afuera

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    Una de las co­sas más be­llas de la men­te hu­ma­na, en tan­to se man­tie­ne ena­je­na­da de la cien­cia más ra­di­cal, es la ca­pa­ci­dad de crear reali­da­des más allá de su pro­pia men­te. Quizás ima­gi­na­do, qui­zás no, la men­te pa­re­ce te­ner una pre­ten­sión cons­tan­te de tras­cen­der ha­cia al­go más allá del cuer­po; al­go que co­nec­te con un to­do más com­ple­jo. Desde Platón con su mun­do de las ideas has­ta Philip K. Dick con los ra­yos ro­sas que le co­mu­ni­ca­ban La Realidad, el hom­bre siem­pre ha in­ten­ta­do es­ca­par de la reali­dad en la que ha­bi­ta. Según (Carl Gustav) Jüng es­to es así de­bi­do al he­cho de que to­dos es­ta­mos co­nec­ta­dos a un mis­mo sub­cons­cien­te co­lec­ti­vo; la sin­gu­la­ri­dad exis­te só­lo con res­pec­to al va­cío en­tre las gran­des Realidades, los ar­que­ti­pos, que son fuer­zas inalterables.

    De és­te he­cho par­te el one man band chi­leno Poliedro al ar­ti­cu­lar La Manifestación, un dis­co que in­ten­ta in­tro­du­cir­se en una Realidad más allá de la nues­tra pro­pia don­de to­dos es­ta­mos in­ter­co­nec­ta­dos. A tra­vés de un folk su­til con can­tos ca­si li­túr­gi­cos ‑re­mi­nis­cen­cia a lo tribal- y una elec­tró­ni­ca con tin­tes psy­cho­dé­li­cos ‑re­mi­nis­cen­cia de lo que hay más allá de la com­pren­sión na­tu­ral del hombre- nos arras­tran en un via­je cós­mi­co más allá de nues­tro mi­cro­cos­mos. Con un mi­ni­ma­lis­mo ejem­plar y un fan­tás­ti­co uso de la elec­tró­ni­ca am­bient con­si­guen ar­ti­cu­lar un es­pa­cio ex­tra­di­men­sio­nal don­de cual­quier co­sa pu­die­ra ser fac­ti­ble de ocu­rrir mien­tras nos en­con­tre­mos en él.

    Ese más allá del mi­cro­cos­mos, de mi ser en el mun­do co­mo en­ti­dad en un es­pa­cio y tiem­po es­pe­cí­fi­co, se nos pre­sen­ta co­mo un eterno de­ve­nir en to­ta­li­dad; la evo­ca­ción de una con­fi­gu­ra­ción con­sus­tan­cial a nues­tra esen­cia, ya sea di­vi­na o na­tu­ral. Por eso los in­sis­ten­tes bam­bo­leos a los que nos so­me­te con fir­me­za Poliedro in­ten­ta con­se­guir que co­nec­te­mos con un es­ta­do men­tal más plá­ci­do; más allá de nues­tras con­fi­gu­ra­cio­nes men­ta­les co­mu­nes. Aquí no hay cues­tio­na­mien­to cien­tí­fi­co o fi­lo­só­fi­co que val­ga, só­lo un in­ten­to de en­tre­ver aque­llo que es­tá más allá de las no­cio­nes pon­de­ra­bles de la na­tu­ra­le­za del hom­bre. Pero no es una cues­tión de fe tan­to co­mo una cues­tión de de­seo: el an­sia de po­der sen­tir­se co­mo una con­for­ma­ción par­te de un cos­mos cuasi-infinito. La tras­cen­den­cia ocu­rre só­lo en la más es­tric­ta de las in­ti­mi­da­des del individuo.

  • sobre el madurar pop

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    Mientras duer­mes en tus sue­ños apa­re­ce una chi­ca pre­cio­sa que pa­sa fu­gaz­men­te por ellos. Una y otra vez. Al fi­nal aca­bas en­con­trán­do­te con esa chi­ca en la reali­dad y con­si­gues ha­cer­la tu no­via. Lo más nor­mal es que ten­ga una li­ga de sie­te ex-novios mal­va­dos a los que ten­gas que de­rro­tar. Bienvenidos a Scott Pilgrim de Bryan Lee O’Malley.

    Ante to­do y so­bre­to­do no de­be­mos lle­var­nos a en­ga­ño, Scott Pilgrim es un sli­ce of li­fe y co­mo tal nos va na­rran­do la re­la­ción de Scott Pilgrim con Ramona Flowers des­de el mo­men­to que sue­ña con ella has­ta el fin úl­ti­mo del lí­der de la li­ga de los ex-novios mal­va­dos: Gideon. Entre me­dio nos en­con­tra­mos una fa­bu­lo­sa en­sa­la­da de hos­tias co­mo pa­nes ade­re­za­das con gui­ños cóm­pli­ces so­bre la cul­tu­ra pop de los 90’s. De es­te mo­do la mú­si­ca y los vi­deo­jue­gos son dos de los ejes coor­di­na­do­res de es­ta epo­pe­ya pos­mo­der­na. Así la pro­pia vi­da de los per­so­na­jes se tras­to­ca y re­for­mu­la en tér­mi­nos, li­te­ra­les y me­ta­fó­ri­cos, al­re­de­dor de la cul­tu­ra pop. Pero lo más im­por­tan­te de es­to es, pre­ci­sa­men­te, co­mo los per­so­na­jes in­ter­ac­tuan en­tre sí, co­mo van cam­bian­do sus per­so­na­li­da­des y sus vi­das se­gún va pa­san­do el tiem­po. Ningún per­so­na­je aca­ba igual que em­pie­za, in­clu­so el se­cun­da­rio más in­sig­ni­fi­can­te va evo­lu­cio­nan­do y con­for­mán­do­se en un nue­vo yo. Así no es di­fi­cil ver que esa go­lo­sa ca­pa de cul­tu­ra po­pu­lar que va en­gro­san­do esa es­truc­tu­ra de sli­ce of li­fe sir­ve pa­ra de­fi­nir a unos per­so­na­jes cu­yos pi­la­res exis­ten­cia­les son pre­ci­sa­men­te esa cul­tu­ra pro­pia; esa cul­tu­ra que sien­ten co­mo su­ya. Los per­so­na­jes no so­lo vi­ven su cul­tu­ra, sino que dan vi­da a esa mis­ma cul­tu­ra literalizándola.

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