Carretera perdida, de David Lynch
Cuando nos enfrentamos contra un concepto tan difuso con el del tiempo somos conscientes siempre de que su fluctuación, aun cuando objetiva, se circunscribe dentro de la dependencia de la experiencia que cada uno hace de éste; aunque una hora siempre dura, objetivamente, la misma cantidad de tiempo, una hora, esa misma cantidad de tiempo puede parecer a mi ‑en tanto individuo particular con apreciación propia del devenir- tanto diez minutos como tres horas: aun cuando el tiempo es objetivo en sí, todo tiempo se define como subjetivo en la vivencia personal de los individuos. De este modo aun cuando pasa una hora, mi apreciación del tiempo pasado puede ser completamente diferente al cual ha pasado realmente. La problemática inherente a esto es que, como dependientes del tiempo, fluctuamos siempre a la contra del tiempo al no ajustar necesariamente nuestro tiempo vivido con el tiempo objetivo, por lo cual eso puede producir una serie de desequilibrios en nuestro modo de interactuar con el mundo. Al ser el tiempo una posición binaria que varía según el tiempo en sí y el tiempo para sí de cada individuo, pueden suceder efectos extraños que vayan más allá del sentido primero u objetivo de lo posible dentro de la apreciación particular del mundo: hay (casi) infinitas maneras de apreciar el mundo a través de como se aprecia el tiempo.
Esto nos resulta particularmente útil para leer la problemática esencial del cine, el cual se cimienta bajo la propia fluctuación subjetiva del tiempo re-constituida en un valor objetivo —pues en tanto hay una elección externa, de un individuo particular, que a la hora de hacer el montaje selecciona el fluctuar del tiempo se da una visión subjetiva (pues hay una mirada que enraíza el fluir particular del mundo) que se torna objetiva (pues es la realidad en sí inherente al mundo de la película) — , pero también para entender la problemática relación que erige David Lynch con el medio en Carretera perdida — aun cuando no es sólo exclusivo de esta película, es también una condición propia de toda relación del autor con el medio. Si el cine es esculpir en el tiempo, David Lynch es el escultor privilegiado de lo impensado.