eXistenZ, de David Cronenberg
¿Donde es lógico establecer el límite de la experiencia de lo real? Es lógico que nuestra experiencia de lo real sea siempre difusa, pues incluso cuando estamos ante ello también está determinado por nuestra percepción fenoménica que viene supeditada por nuestra experiencia (lo que queremos y lo que esperamos, lo que conocemos y lo que desconocemos; los sentimientos y su ausencia) pero también por nuestra fisiología. Esto nos lleva a la problemática común de no saber tanto de si vivimos realmente lo real como, directamente, si existe algo así como lo real: si cada uno vive el mundo de una forma determinada por su propia percepción del mismo, ¿cómo podemos determinar que vivimos en un espacio común externo a nosotros mismos? La cuestión es que, a priori no podemos hacerlo ya que, en último término, no hay nada que determine de forma primera que los demás son algo más quel fruto de mi imaginación.
eXistenZ es el nombre de un videojuego al cual sólo puede jugarse a través de extraños cuerpos animales modelados, los cuales sirven como máquina operadora del juego en sí, para crear una experiencia de pseudo-realidad mediante conexión directa con la médula espinal del jugador a través de una especie de cordón umbilical: la máquina-cuerpo sirve como percepción de realidad común de todos los jugadores; nada hay ajeno a la máquina, pues todo lo que hay en ella es una experiencia existencial que se comparte con los otros: en tanto el juego nos está pensando, sabemos que los demás existen realmente dentro del juego. La solución que nos aporta David Cronenberg, al menos aparentemente, es que toda existencia debe ser mediada por una experiencia exterior y superior a la propia que determine nuestras vidas dentro de un cierto canon específico a través del cual podamos saber, con una certeza más o menos absoluta, que de hecho estamos situados dentro de una experiencia vital propia. El problema de ésto es que, así considerado, no hemos dejado de estar dentro del cartesianismo más hard line inimaginable: no hay distancia alguna entre un cuerpo-máquina y un Dios que nos piensa.