Etiqueta: Cine

  • el humor se encuentra en la imagen-tiempo devenida en representación del caos del mundo

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    El jue­go es, se­gu­ra­men­te, uno de los va­lo­res más in­trín­se­ca­men­te li­ga­dos a las so­cie­da­des que po­da­mos en­con­trar en sus con­for­ma­cio­nes cul­tu­ra­les. En ese sen­ti­do el Daruma-otoshi es un jue­go que ca­rac­te­ri­za par­ti­cu­lar­men­te bien el cri­te­rio ja­po­nés: ba­sa­do en man­te­ner el equi­li­brio de Daruma ‑re­pre­sen­ta­ción de Bodhidharma, fun­da­dor del Zen- te­ne­mos que ir re­ti­ran­do con un pe­que­ño ma­zo los pi­sos de co­lo­res has­ta de­jar só­lo al Daruma; el jue­go se ba­sa en la exen­ción de to­do lo so­bran­te mien­tras se man­tie­ne un equi­li­brio cons­tan­te. A tra­vés de es­te en­tre­te­ni­do jue­go se sin­te­ti­za tan­to las en­se­ñan­zas im­plí­ci­tas del zen co­mo la di­ver­sión en una sín­te­sis per­fec­ta de lo que su­po­ne el jue­go, di­ver­sión di­rec­ta y apren­di­za­je in­di­rec­to. Por ello qui­zás de la prác­ti­ca del Daruma-otoshi po­da­mos apren­der unas cuan­tas co­sas so­bre los ja­po­ne­ses ‑y, por ex­ten­sión, de no­so­tros mismos- y, en úl­ti­mo tér­mino, so­bre los me­ca­nis­mos del ar­te pa­ra lo cual abor­da­re­mos una es­ce­na del ani­me Nichijou.

    La es­ce­na, en su sín­te­sis, es tan ex­tre­ma­da­men­te sen­ci­lla co­mo car­ga­da de sig­ni­fi­ca­ción a múl­ti­ples ni­ve­les: mien­tras jue­ga al Daruma-otoshi la pa­to­sa Yūko con­si­gue des­en­ca­jar una pie­za del Daruma con de­ma­sia­da fuer­za lo cual pro­vo­ca que gol­pee la ca­be­za de su ami­ga Mio, la cual le de­vol­ve­rá el fa­vor in­crus­tán­do­le la pie­za en la ca­ra; fi­nal­men­te, el Daruma cae per­fec­ta­men­te sin ha­ber­se mo­vi­do ni un mi­lí­me­tro, 100 pun­tos. El pri­mer men­sa­je sub­ya­cen­te se­ría evi­den­te, pe­ro no por ello me­nos im­por­tan­te, pues el Daruma, en tan­to maes­tro zen, siem­pre se mues­tra im­pá­vi­do y fir­me aun cuan­do el mun­do se des­mo­ro­ne en el caos a su al­re­de­dor. De és­te mo­do el jue­go no se con­vier­te só­lo en una ejem­pli­fi­ca­ción del zen sino que to­do cuan­to le ro­dea se per­pe­tua en el efec­to de la pro­ble­má­ti­ca del mis­mo: el maes­tro zen de­be al­can­zar la ilu­mi­na­ción a tra­vés del equi­li­brio en un uni­ver­so caó­ti­co, en eterno mo­vi­mien­to. Aunque ya es­ta ima­gen es de una po­ten­cia icó­ni­ca tre­men­da aun de­be­ría­mos pa­rar, al me­nos, en otros tres mo­men­tos que se so­la­pan en­tre sí en su in­te­rior: el del apren­di­za­je, el de la imagen-tiempo y en el del humor.

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  • no reason: la representación como ausencia de facticidad

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    Hace po­co te­nía­mos que re­cal­car tris­te­men­te el he­cho de que la re­pre­sen­ta­ción no es un he­cho fác­ti­co, sino que en su mis­ma con­di­ción de re­pre­sen­ta­ción hay una au­sen­cia de reali­dad. El ci­ne, en tan­to re­pre­sen­ta­ción, no tie­ne por­que te­ner un mo­ti­vo pa­ra sal­tar­se la reali­dad más allá de man­te­ner­se en una co­he­ren­cia ló­gi­ca in­ter­na den­tro de sí. He ahí la ne­ce­si­dad de la sus­pen­sión de la cre­du­li­dad por par­te del es­pec­ta­dor, lo que va a ver es plau­si­ble­men­te irreal y por tan­to, ha de acep­tar­lo sin ser juz­ga­do. Cosa que nos exi­ge li­te­ral­men­te Rubber de Quentin Dupieux.

    Rubber nos cuen­ta la his­to­ria de una rue­da con ca­pa­ci­dad au­tó­no­ma de mo­vi­mien­to ca­paz de ha­cer es­ta­llar en tan­to man­ten­ga una fuer­te con­cen­tra­ción en lo que quie­re des­truir. ¿Y por qué ocu­rre es­to? Como nos plan­tea el su­rrea­lis­ta prin­ci­pio de la pe­lí­cu­la, no hay ra­zón. No es im­por­tan­te la ra­zón por la cual una rue­da es­ta­lla o co­mo y por­qué con­flu­yen las dos apa­ren­te­men­te di­fe­ren­tes li­neas ar­gu­men­ta­les, ca­da cual más ab­sur­da, no hay ra­zón; lo im­por­tan­te es la di­ver­sión. De es­te mo­do se atre­ve a hi­lar una his­to­ria ar­que­tí­pi­ca don­de el pro­ta­go­nis­ta se ena­mo­ra, se ven­ga de aque­llos que le ul­tra­ja­ron e in­clu­so, co­mo en los me­jo­res slasher, su muer­te só­lo con­lle­va la con­se­cu­ción de su vuel­ta aun más le­tal y pe­li­gro­so. No hay ra­zón pa­ra que una rue­da se ena­mo­re de una be­lla se­ño­ri­ta o que se de una du­cha ca­lien­te. No hay ra­zón pa­ra aca­bar la pe­lí­cu­la en una es­pe­cie de emu­lo na­tu­ra­lis­ta de Tetsuo: The Iron Man. Todo ocu­rre por y pa­ra la ab­sur­da co­he­ren­cia in­ter­na de un uni­ver­so na­ci­do por y pa­ra la diversión.

    Que una en­ti­dad cir­cu­lar he­cha de cau­cho ca­ren­te de ór­ga­nos pue­da ser un ser pleno en el mun­do es to­tal­men­te plau­si­ble en la reali­dad pre­sen­te cohe­ren­te del ci­ne. La fic­ción no es reali­dad aun­que mu­chos in­sis­tan en in­ten­tar crear un so­lip­sis­mo ab­so­lu­to en­tre la pér­fi­da reali­dad y la po­li­mór­fi­ca fic­ción. No hay ra­zón y en esa au­sen­cia es don­de es­tá la sal­sa de la vida.

  • el final es solo un momento del camino

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    Y aquí aca­ba por fin el es­pe­cial de Halloween de es­ta san­ta ca­sa. Ha si­do una se­ma­na ago­ta­do­ra, lle­na de con­te­ni­dos y unas co­la­bo­ra­cio­nes ex­cep­cio­na­les que han de­ja­do el lis­tón muy al­to pa­ra pró­xi­mos años pe­ro pa­ra eso aun que­da ca­si un año en­te­ro. Ahora so­lo les que­da de­lei­tar­se, re­pa­sar o leer las en­tra­das que les fal­tan de es­te ex­ce­len­te es­pe­cial que va cre­cien­do año tras año. Y es­pe­re­mos que du­re mu­chos años

    Guía de pos­teos en The Sky Was Pink.

    las ti­nie­blas se es­con­den en el seno de lo po­lí­ti­co (Música: Sedicion Punk/Garage di­rec­tos des­de México)
    nues­tros de­seos nos con­du­ci­rán a la os­cu­ri­dad (Colaboración de có­mic de Oh_Mike_God con el man­ga D.Gray-Man)
    en el ama­ri­llo re­sal­ta me­jor el ro­jo de tu san­gre (Serie de ani­ma­ción: La Casa del Horror XX de Los Simpson)
    aque­llos dul­ces ojos ino­cen­tes (One Hit Wonder: My Neighbor Satan de Boris)
    en­tre el amor y la ob­se­sión hay un nom­bre de mu­jer (Colaboración de ci­ne de Rak Zombie con The Loved Ones)
    la ca­sa co­mo car­cel pa­ra el amor per­di­do (Cine: la su­rrea­lis­ta pro­duc­ción ja­po­ne­sa Hausu)
    la ca­tár­ti­ca me­dia­ción del yo (Colaboración de one hit won­der de Francis Ruiz con Happiness In Slavery de Nine Inch Nails)
    ¿es que na­die va a pen­sar en los ni­ños? (Cómic: es­pe­cial Tales from the Crypt de Animaniacs)
    el ori­gen del ho­rror se es­con­de en nues­tras en­tre­te­las (Música: Zombie Zombie ver­sio­nan­do clá­si­cos de Carpenter en Zombie Zombie Plays John Carpenter)
    los vam­pi­ros, aun con dien­tes de sie­rra, vam­pi­ros se que­dan (Colaboración de vi­deo­jue­go de Dani Lain con Soul Reaver)
    en las que­ma­du­ras de ci­ga­rro es­tá el fin de la exis­ten­cia (Cine: un nue­vo clá­si­co de Carpenter, Cigarette Burns)
    la mu­jer de ro­jo (Colaboración de li­te­ra­tu­ra con un re­la­to ori­gi­nal de Yume de Sen Jin con ilus­tra­ción de Mikelodigas)
    el amor es una flor re­ga­da con san­gre (Cómic: adap­ta­ción de la pe­lí­cu­la Dracula de Bram Stroker)
    usa­gi to nō­sa­gi no mo­no­ga­ta­ri (One Hit Wonder: A Bunny’s Life de Monokron)
    pue­de vol­tear la ciu­dad pa­tas arri­ba si quie­re pe­ro no se man­ten­drá se­co (Colaboración de re­fle­xión de Yû Ä®àkî)
    tras la car­ca­ja­da: la na­da (Animación: los per­tur­ba­do­res ví­deos de Shintaro Kago)
    ¿qué es ha­llo­ween? (Colaboración de có­mic de Mikelodigas con un par de ti­ras có­mi­cas originales)

    Guía de pos­teos en Hellfire Within Me

    The Residents — Not Available (1978)
    Moldilox — The Drifting Classroom (2009)
    Monokrom — Tales Of Rabbits And Hares (2005)
    Varios Artistas — Hammer: The Studio That Dripped Blood! (2001) (Aun es­tan­do en Hellfire Within Me es tam­bién par­te de la co­la­bo­ra­ción de Mario Vírico pa­ra es­te especial)

    Y si pen­sa­ban que des­pués de 21 en­tra­das, que se di­ce pron­to, les de­ja­ría en una suer­te de coitus in­te­rrup­tus es­tán us­te­des más que equi­vo­ca­dí­si­mos. Así que aquí tie­nen una bre­ve, os­cu­ra y me­lan­có­li­ca se­sión de Halloween pa­ra que ade­re­ce la lec­tu­ra de es­te es­pe­cial o lo que más les plaz­ca, fal­ta­ría más. Ah, la trac­klist es­tá des­pués del sal­to. Ya so­lo me que­da de­sear­les una es­tu­pen­da no­che de Halloween, que pa­sen mu­chí­si­mo mie­do y se di­vier­tan tan­tí­si­mo con no­so­tros co­mo sin no­so­tros. Nos en­con­tra­re­mos de nue­vo en los in­te­rreg­nos del pró­xi­mo nue­vo año.

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