Existen problemas universales que por capricho, o por patriotismo interpretado como revés, solemos asociar de forma unívoca a la patria propia. No hay nada de congénito al país, a España, aunque resulte extraño de pensar, en lo que respecta a la corrupción o la escasa educación de sus habitantes: esa es la norma común en todos lugares, donde siempre destaca lo malo sobre lo bueno. Toda sociedad juzga desde donde más alta suponga su virtud. No es tanto una herencia recibida, como la idea de una herencia recibida. También es cierto que gracias a la neo-lengua y las expectativas discursivas de la política actual resulta incluso peligroso hablar de herencia recibida, concepto envenenado por cargado de ideología mal disimulada, en tanto puede dejarnos en situación de oneroso ridículo al interpretarlo desde el ámbito político. Demos un paso atrás ante el prejuicio: entendamos el concepto libre de «herencia recibida» descargado de interpretación. Como nada más que herencia.
Tomar distancia nos permite leer Battling Boy como aquello que es, como la responsabilidad de la herencia recibida como peso insoportable, en su sentido más literal posible: la de hijos que tienen que vivir bajo la sombra de padres, si bien no autoritarios, sí con la suficiente fuerza personal con respecto del mundo como para que su sombra les arrastre hacia las simas más profundas de la lucha interior. Haciendo de la historia iniciación de Battling Boy y Aurora West, iniciación dada por padres ausentes —con diferentes grados de ausencia, ya que donde uno desaparece para permitirle crecer por sí mismo el otro desaparece en tanto dado por muerto (porque, como sabemos, no hay muerto sin cadáver) — , su interés radica no radica sin embargo por mostrarnos la dificultad de vivir bajo la sombra de un padre, sino por aquello que nos dicen de otra característica más problemática, común y aunada con la infancia: los problemas de crecer, de abandonar la minoría de edad, de tener que enfrentarse al mundo.