Drive BSO, de VV.AA
Si hemos concedido alguna clase de mérito particular con respecto de su valor como obra de cine a Drive, la obra de Nicolas Winding Refn, ha sido por su capacidad de funcionar exclusivamente en el plano propicio del cine: el de la imagen; la potencia exclusiva del cine, lo que lo hace arte, es su capacidad para sintetizar discursos argumentales a través, exclusivamente, de sus propias imágenes. El gran logro de una película como Drive es conseguir que los diálogos sean innecesarios, apenas sí una comparsa que clarifica pero no (sobre)explica todo aquello que está presente a través de los actos de sus personajes. Es por ello que podríamos concluir con el hecho de que el cine sería, precisamente, el arte de la acción; sólo a través de las acciones que se desarrollan en el espacio determinado en su representación el cine se articula como sí mismo, como cine.
El supuesto básico de la acción es que se da, como es lógico, en la imagen. Una consecución de imágenes se producen en la realidad, de una forma más o menos secuencial, y unas unidas a otras por la exposición dada de la razón articulan un discurso conjunto que se llama acción: si juntamos una imagen de dos hombres y, consecutivamente, otra serie de imágenes que conllevan a uno de ellos levantando los puños e impactando sobre la cara del otro tendremos la consecución de una acción. Esto, que no deja de ser un presupuesto básico para concebir la física en el mundo ‑que el mundo es una consecución de imágenes conectadas entre sí que producen acciones y que, a su vez, estas acciones se relacionan con otras acciones a través de problemáticas causales‑, se vuelve extremadamente difuso cuando pretendemos aplicar una física de la acción musical y no meramente una física de la acción de la imagen aun cuando, en definitiva, se rigen por los mismos motivos.