Etiqueta: constructo social

  • Pensando a la bruja. «The Witch» como (ambigua) reflexión sociopolítica

    Pensando a la bruja. «The Witch» como (ambigua) reflexión sociopolítica

    Incluso si las co­sas per­ma­ne­cen sin ne­ce­si­dad de que na­die las per­ci­ba, re­sul­ta di­fí­cil creer que la reali­dad exis­te cuan­do no hay na­die pa­ra ates­ti­guar­lo. De ahí la ob­se­sión fi­lo­só­fi­ca con los mo­dos de la exis­ten­cia. En tan­to no te­ne­mos ac­ce­so di­rec­to a lo real, pues nues­tros co­no­ci­mien­to es­tá me­dia­do por los lí­mi­tes im­pues­tos por nues­tros sen­ti­dos y nues­tro en­ten­di­mien­to, siem­pre hay cier­to gra­do de con­di­cio­na­mien­to —ideo­ló­gi­co, éti­co o es­té­ti­co— en la for­ma en que asi­mi­la­mos el acon­te­ci­mien­to del mun­do. Existe cier­to gra­do de fic­ción en aque­llo que lla­ma­mos reali­dad. Pues si bien po­de­mos con­ve­nir que exis­te al­go así co­mo la ver­dad, es­tá siem­pre de­pen­de de los ojos de aquel que mira.

    En ese con­flic­to realidad/ficción el ca­so de la bru­ja re­sul­ta pa­ra­dig­má­ti­co. Si bien sa­be­mos que exis­tie­ron, que hu­bo mu­je­res re­co­no­ci­das (por otros o por sí mis­mas) co­mo tal, el sig­ni­fi­ca­do his­tó­ri­co o so­cial de la bru­ja nos es, en el me­jor de los ca­sos, es­qui­vo. Si ejer­cía de sier­va del mal o de cu­ran­de­ra bien­in­ten­cio­na­da, si era una en­fer­ma men­tal o al­guien ale­ja­da de la so­cie­dad por in­ter­me­dia­ción de ideo­lo­gías tó­xi­cas ha­cia las mu­je­res, es al­go que, más allá de nues­tra in­ter­pre­ta­ción, se es­ca­pa a nues­tro co­no­ci­mien­to. No po­de­mos co­no­cer con se­gu­ri­dad la ver­da­de­ra iden­ti­dad so­cial de las bru­jas más allá del or­den sim­bó­li­co que se les ha con­fe­ri­do con el tiem­po. De ahí que, an­te la au­sen­cia de fuen­tes fia­bles o in­for­ma­ción más o me­nos fun­da­da, to­do lo que po­de­mos sa­ber de ellas no só­lo es­tá me­dia­do por nues­tro co­no­ci­mien­to al res­pec­to de las mis­mas, sino tam­bién de qué te­sis nos pa­re­cen más plau­si­ble se­gún nues­tras ideas es­té­ti­cas, po­lí­ti­cas o historiográficas.

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  • Haz lo que yo digo, no lo que yo hago. Sobre «Don Jon» de Joseph Gordon-Levitt

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    Uno de los de­fec­tos ca­pi­ta­les de la cul­tu­ra, ar­te in­cluí­do, ha si­do ven­der­se a la in­dus­tria. Venderse no por­que per­die­ra le­gi­ti­mi­dad, sino por ha­ber per­mi­ti­do que pre­mia­ra el dis­cur­so clá­si­co del po­der so­bre cual­quier otra con­si­de­ra­ción: la im­be­ci­li­dad con­gé­ni­ta del con­su­mi­dor. Partiendo del he­cho de que el ar­te es di­fí­cil, re­quie­re in­ter­pre­ta­ción y, por ex­ten­sión, no to­do ar­te es pa­ra to­do el mun­do, la in­dus­tria cul­tu­ral es por sí mis­mo oxi­mo­rón; no pue­de ha­ber na­da de cul­tu­ral en la in­dus­tria, cuan­do és­ta par­te de la idea de la ig­no­ran­cia, y la ne­ce­si­dad de tal, de los consumidores.

    Mi cuer­po, mi ca­sa, mi co­che, mi fa­mi­lia, mi igle­sia, mis chi­cas, mis ami­gos y mi porno. O el de Joseph Gordon-Levitt. Aunque su sin­ce­ri­dad al­can­ce co­tas de au­tén­ti­co es­pan­to en su in­ten­ción de re­pre­sen­tar no tan­to el pa­ra­dig­ma de lo chav, del obre­ris­mo con­si­de­ra­do la­cra so­cial —con al­gu­nas de las re­fle­xio­nes me­jor hi­la­das con­tra ese pa­ra­dig­ma, es­pe­cial­men­te con la de­cla­ra­ción or­gu­llo­sa «me gus­ta lim­piar mi ca­sa» del pro­ta­go­nis­ta; en un tiem­po don­de to­do el mun­do se gol­pea­ba el pe­cho re­co­no­cién­do­se cla­se me­dia, la cons­cien­cia de cla­se era lim­piar la ca­sa — , co­mo los pa­ra­dig­mas de re­pre­sen­ta­ción de gé­ne­ro: porno vs. co­me­dia ro­mán­ti­ca, Lo Macho vs. Lo Femenino. Su re­fle­xión siem­pre os­ci­la en la co­li­sión pro­du­ci­da en el en­cuen­tro en­tre dos mun­dos ale­ja­dos va­rias ga­la­xias en­tre sí; no es una bús­que­da del par­ti­cu­lar, de la ne­ga­ción del otro, ni si­quie­ra una sín­te­sis, sino re­co­no­cer aque­llo que hay de co­mún en los uni­ver­sos, só­lo en apa­rien­cia, aje­nos. Su úni­co de­fec­to es el ma­yor de­fec­to po­si­ble: gol­pear­nos en la ca­ra con sus te­sis co­mo si de un atún apes­to­so se tra­ta­ra. Como si fué­ra­mos imbéciles.

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