La destrucción puede ser considerada en sí misma como una forma de creación más allá de los límites mismos de la concepción humana. La destrucción como torsión de la realidad; su distorsión en un nivel esencial mismo, nos lleva hacia un nuevo origen que es sólo posible en su seno mismo. El desembocar en el amor en su forma más pura, en el hecho de creación puramente humano, es el modo en el que la destrucción nos lleva hacia una verdad creadora. Y eso hace World’s End Girlfriend en su maravillosa Les Enfants du Paradis.
La canción conoce su origen en unos coros a los cuales, posteriormente, se les añadió melodía para eliminar a su vez los coros. La eliminación del factor humano como origen y finalidad misma nos da lugar en una deconstrucción originaria antes de la construcción misma de la melodía. El resultado final es una especie de pop dislocado, distorsionado, que lleva al límite los convencionalismos de cualquiera de las (endebles) categorías musicales. La fisicalidad de la música se nos hace patente sólo en su sincronicidad en la bailarina creando en su propio cuerpo el espacio de la destrucción; del cambio. La mirada de la cámara, ajena al espacio, sólo nos sintetiza las formas y movimientos que sugiere el acompasamiento que el cuerpo no es capaz de sintetizar. Así se da un doble juego donde el espacio de lo físico se mimetiza en la mirada absolutamente objetivada a través de la cual se distorsiona el espacio de lo físico. En ese distorsionar crea un algo nuevo, crea un espacio exclusivamente de la música, de la danza, donde se disrupte el espacio para hacer del hecho físico de la bailarina un acto último de amor: la perpetuación del acto de representación artístico.
La destrucción como una conformación creadora es la síntesis de la capacidad del ser humano de la creación, sólo cuando arrasa el hecho natural, cuando deconstruye su realidad próxima, puede con sus fragmentos hacer de lo que acaece representación. Y, en el último de los casos, sólo así es capaz de crear algo que le sea propiamente único, a través de la distorsión de la idea mental en el mundo a través del espacio fisicalizado de la mirada. Y ese, es el más genuino acto de amor del hombre.