Aunque toda obra se supone emancipada de su autor, que en tanto es arrojada al mundo ésta tiene una existencia que se circunscribe de forma ajena al respecto de la propia vivencia de aquel que la creo, si hablamos aun hoy de autor es porque en toda obra hay algo que pertenece a aquel que la ha arrojado en el mundo: aun cuando admitamos que toda obra puede ser interpretada de forma ajena al autor en sí, tampoco es equívoca la posibilidad de encontrar influencias mutuas entre obra y autor. No existe nadie absolutamente hermético al exterior, menos aun hacia aquello en lo cual se ha visto involucrado en su creación. Es por eso que, aun partiendo de la idea de que toda novela está necesaria y radicalmente emancipada, existe siempre entre su ADN artístico pequeños rasgos, más o menos fuerte, que le llevan a darnos una visión del mundo necesariamente mediada por aquella que tuviera su autor en el momento de su engendramiento; no existe obra totalmente desligada de su autor. El caso de David Foster Wallace con La escoba del sistema, no es una excepción:
¿Se le ha ocurrido que “El Correcaminos” es lo que bien podría denominarse un programa existencial? ¿Por qué el coyote no coge el dinero que se gasta en disfraces de pájaro y catapultas y migas radioactivas para correcaminos y misiles explosivos y simplemente se va a comer a un chino?