A la hora de escribir es necesario hacerse algunas preguntas incómodas. ¿Qué quiero comunicar? ¿Qué dice sobre el mundo lo que escribo? ¿Está mi ideología condicionando mi estética? No son preguntas capciosas, Preguntarse por los límites de las ideas o la representación es algo necesario en tanto pensamos no a través de la contemplación, sino de la acción: no sabemos lo que pensamos realmente hasta que nos ponemos a prueba. De ahí la necesidad de la deconstrucción. Si queremos ya no sólo transmitir algo que sea verdad, sino que pueda ser compartido por los otros, deberemos revisar nuestras propias actitudes ideológicas que se traslucen, más allá de nuestras intenciones, en nuestros propios textos.
No es baladí la elección de La estación del sol para hablar de ideología en la escritura. Su autor, Shintaro Ishihara, es más conocido hoy en día por haber sido amigo de Yukio Mishima y ex-gobernador de Tokio que por cualquiera de sus méritos literarios. No sin razón. La novela nunca termina de encontrar su ritmo, confiando todo en su capacidad de evocación, la cual se va perdiendo en un flujo torpe, precipitado, que nos impide sentir como propio aquello que se escurre de entre sus páginas. Su tempo no se formaliza de forma adecuada en ningún momento. Algo doloroso si pensamos que posee un ojo excepcional para retratar cierto tipo de personajes, retratos perfectos del propio Ishihara, incluso si fracasa estrepitosamente en el intento de figurar cualquier otra clase de personalidad. Seres humanos que no sean jóvenes adinerados de clase media/media-alta de un Japón donde todavía resuenan los ecos de la guerra en los corazones de sus mayores.