Etiqueta: estupidez

  • La estupidez puede ser malévola, pero al menos será graciosa

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    Frobisher Says!, de Ricky Hagget

    La di­fe­ren­cia en­tre la mal­dad y la es­tu­pi­dez es tan fi­na que, en mu­chas oca­sio­nes, es di­fi­cil di­fe­ren­ciar­las en­tre sí ‑co­sa que, por otra par­te, en España se pue­de dar fe de una for­ma par­ti­cu­lar­men­te es­pec­ta­cu­lar a día de hoy por cau­sa de los po­lí­ti­cos que es­tán en el po­der. La di­fe­ren­cia sus­tan­cial en­tre un ac­to mal­va­do y un ac­to me­ra­men­te es­tú­pi­do es el ni­vel de cons­cien­te con el que es­te se eje­cu­ta: el mal­va­do sa­be per­fec­ta­men­te que su ac­to per­ju­di­ca­rá al pró­xi­mo, el es­tú­pi­do aun cree que lo en­sal­za­rá. Es por ello que no to­do ac­to mal­va­do, en­ten­dien­do mal­va­do por­que per­ju­di­ca al pró­ji­mo, es siem­pre una de­mos­tra­ción de to­da au­sen­cia éti­ca del su­je­to que co­me­te esa fal­ta; se pue­de ac­tuar mal por­que de he­cho se deaea ac­tuar mal, por­que hay una in­ten­ción de ha­cer da­ño al pró­ji­mo por al­gún mo­ti­vo, o se pue­de ac­tuar mal por in­cons­cien­cia (es­tu­pi­dez co­yun­tu­ral) o por me­ra im­be­ci­li­dad: hay tan­tas cla­ses de ac­tos mal­va­dos co­mo for­mas de ha­cer las co­sas en ge­ne­ral. Es por ello que to­da cla­si­fi­ca­ción del mal, to­da cla­si­fi­ca­ción éti­ca, es­ta­rá in­com­ple­ta en tan­to no abor­de su ob­je­to de es­tu­dio co­mo al­go no-homogéneo. 

    En el ca­so de Frobisher Says! nos en­con­tra­mos pre­ci­sa­men­te en un ca­so don­de el abu­so de po­der pa­re­ce os­ci­lar siem­pre en­tre la mal­dad y la es­tu­pi­dez, en­tre el man­da­to que se ha­ce por ca­pri­cho y aquel que se ha­ce por una ab­so­lu­ta idio­cia del que man­da. Esto es así en tan­to el jue­go no de­ja de ser un Simon di­ce… ca­rac­te­ri­za­do en la fi­gu­ra de Frobisher, un hom­bre­ci­llo si­nies­tro que nos va or­de­nan­do la prác­ti­ca de ac­cio­nes de una for­ma más o me­nos alea­to­ria con res­pec­to de sus de­seos. Para ello nos da­rá un tiem­po lí­mi­te pa­ra cum­plir sus de­seos ‑y, en mu­chos ca­sos, pa­ra des­ha­cer lo que ya he­mos hecho- im­pli­cán­do­nos en una se­rie de prue­bas que siem­pre van os­ci­lan­do en­tre lo gro­tes­co y lo im­bé­cil pa­san­do por to­da la ga­ma de lo es­tú­pi­do que po­da­mos te­ner en mente.

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  • La inteligencia es la erradicación de la estupidez propia en el mundo

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    Idiocracy, de Mike Judge

    El mun­do en el que es­ta­mos su­mer­gi­dos es­tá ba­sa­do en el más pro­fun­do de los anti-intelectualismos. A tra­vés de és­te se cri­ti­ca de for­ma des­pia­da­da la asun­ción de un dis­cur­so que no sea ra­yano la oli­go­fre­nia, dis­pon­ga de la más mí­ni­ma que­ren­cia por la exac­ti­tud o va­ya más allá de los lu­ga­res co­mu­nes. Esto, que no es ni mu­cho me­nos al­go nue­vo, si se ha vis­to po­ten­cia­do du­ran­te los úl­ti­mos años por una dis­po­si­ción par­ti­cu­lar ha­cia la es­tu­pi­dez, ha­cia la de­mos­tra­ción em­pí­ri­ca y reite­ra­ti­va de es­ta, en un pro­ce­so de des­pre­cio ca­da vez más re­dun­dan­te ha­cia cual­quier for­ma de cul­tu­ra. Hablar o es­cri­bir con cier­ta co­rrec­ción es de es­nobs, te­ner gus­tos que se sal­ga del mains­tream es de ga­fa­pas­tas y creer que no to­das las opi­nio­nes son igual­men­te vá­li­das ‑o que, a te­nor opues­to, no exis­te una ver­dad absoluta- es de na­zis; en la con­tem­po­ra­nei­dad hay una glo­ri­fi­ca­ción ca­si ab­so­lu­ta ha­cia el anal­fa­be­tis­mo fun­cio­nal que pro­du­ce el tierno re­po­so del uso in­dis­cri­mi­na­do de la anu­la­ción de to­do pen­sa­mien­to. Pensar, hoy por hoy, es un sui­ci­dio so­cial pa­ra sí mismo.

    En ese sen­ti­do Idiocracy es la pe­lí­cu­la de­fi­ni­ti­va de la re­pre­sen­ta­ción ra­di­cal de to­da po­si­ble es­tu­pi­dez hi­per­bo­li­za­da en con­for­ma­cio­nes que van más allá de las mí­ni­mas co­he­ren­cias ló­gi­cas. No hay nin­gu­na cla­se de im­be­ci­li­dad, de aten­ta­do con­tra la in­te­li­gen­cia y la ra­zón ló­gi­ca, que no es­té re­tra­ta­do con la cruel­dad pro­pia del que se sa­be que, tar­de o tem­prano, sal­drá pa­ro­dia­do en su pro­pia obra. Mike Judge re­pre­sen­ta en su obra la es­tu­pi­dez ge­ne­ral de la hu­ma­ni­dad en la mis­ma me­di­da que sir­ve co­mo de­tec­tor de gi­li­po­llas: quien se ofen­de al ver pa­ro­dia­da aquí su pe­que­ña par­ce­la de es­tu­pi­dez es por­que, de he­cho, es en sí un es­tú­pi­do. El es­tú­pi­do lo es en tan­to in­cons­cien­te de su estupidez.

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