Idiocracy, de Mike Judge
El mundo en el que estamos sumergidos está basado en el más profundo de los anti-intelectualismos. A través de éste se critica de forma despiadada la asunción de un discurso que no sea rayano la oligofrenia, disponga de la más mínima querencia por la exactitud o vaya más allá de los lugares comunes. Esto, que no es ni mucho menos algo nuevo, si se ha visto potenciado durante los últimos años por una disposición particular hacia la estupidez, hacia la demostración empírica y reiterativa de esta, en un proceso de desprecio cada vez más redundante hacia cualquier forma de cultura. Hablar o escribir con cierta corrección es de esnobs, tener gustos que se salga del mainstream es de gafapastas y creer que no todas las opiniones son igualmente válidas ‑o que, a tenor opuesto, no existe una verdad absoluta- es de nazis; en la contemporaneidad hay una glorificación casi absoluta hacia el analfabetismo funcional que produce el tierno reposo del uso indiscriminado de la anulación de todo pensamiento. Pensar, hoy por hoy, es un suicidio social para sí mismo.
En ese sentido Idiocracy es la película definitiva de la representación radical de toda posible estupidez hiperbolizada en conformaciones que van más allá de las mínimas coherencias lógicas. No hay ninguna clase de imbecilidad, de atentado contra la inteligencia y la razón lógica, que no esté retratado con la crueldad propia del que se sabe que, tarde o temprano, saldrá parodiado en su propia obra. Mike Judge representa en su obra la estupidez general de la humanidad en la misma medida que sirve como detector de gilipollas: quien se ofende al ver parodiada aquí su pequeña parcela de estupidez es porque, de hecho, es en sí un estúpido. El estúpido lo es en tanto inconsciente de su estupidez.
Año 2500, la humanidad se ha ido perpetuando taxativamente cada vez más sólo entre individuos francamente estúpidos hasta alcanzar cuotas donde las personas más inteligentes del mundo no estarían por encima del nivel de subnormal profundo, o algún ex-presidente electo de EEUU. El soldado Joe Bauers, mediocre entre los mediocres ‑está en la media aritmética perfecta en todos sus ámbitos biológicas y existenciales- en el año 2000, se convertirá de repente en el hombre más inteligente del mundo 500 años después; la inteligencia no es un hecho en sí que exista necesariamente en las personas por nacimiento, sino que esta se sostiene a través de la clasificación que se da en cada tiempo de ella. Joe es un perfecto mediocre, una aura mediocritas como solo podría existir en la ficción, en el año 2000 pero, sin embargo, es el hombre más brillante que sigue vivo en el año 2500. La inteligencia es siempre un indicativo relacional con respecto de la inteligencia de los demás, pues sólo es un indicativo del potencial en tanto posibilidad de facto.
Será en este contraste, entre una inteligencia mediocre en contraposición a una serie de inteligencias anormales ‑esto, siempre, desde la perspectiva del espectador- que se representa en una inteligencia suprema en contraposición a una serie de inteligencias mediocres, donde se juegue toda la crítica social que establecerá a los cánones de nuestra sociedad. El primero y más evidente sería, precisamente, el del lenguaje. Cuando habla, Joe se comunica en un inglés perfectamente coloquial que, a oídos de sus brutales nuevos conciudadanos, suena completamente afeminado; la inteligencia extremadamente inferior de los habitantes del año 2500 hace que la lengua coloquial y simple del año 2000 suene como un lenguaje abigarrado, pomposo y cultureta. Del mismo modo cualquier uso de la metáfora o la omisión es asumido con caras de incomprensión, pues sólo son capaces de comprender los mensajes breves y directos que son formulados en sus composiciones más concretas posibles. ¿Qué diferencia hay entre esos salvajes que consideramos ridículos por ver un habla afeminada y estúpidamente engalonada en las voces coloquiales de Joe y la fructiferante pasión entre el pueblo de ridiculizar a cualquiera que use palabras que no estén registradas en su (limitado) vocabulario? Respóndanse ustedes mismos: pueden reír o pueden ofenderse.
El resto de críticas, no por extremas, pierden efectividad. El telediario donde un hombre hipermúsculado sin camiseta y una mujer igualmente hipertroifada en sus atributos en corsé dan ridículas noticias basadas en igual medida en anuncios publicitarios, muertes y una especie de mandatos legislativos oligofrénicos. Aquí los cuerpos son una fuerza esencial del vicio por el vicio a la par que la información está completamente descontextualizada de su función de poder; los niveles de absurdo han llegado tan alto que ni la manipulación es válida en sí. Los anuncios insultan a los consumidores, la política se aplica a base de pura violencia ‑y, si no se aplica, tampoco pasa nada- y, las masas, se mueven como cucarachas en un mundo donde la insensibilización ante los estímulos externos es tal que son incapaces de recordar ni como llegar hasta ninguna otra parte. Hay tantos estímulos, tan confusos y sin sentido, que sólo aludir a lo más directo, bajo y abyecto funciona para atraer al consumidor. Y sólo a veces.
¿Qué sentido tiene un mundo donde sólo se bebe Mountain Dew, Starbucks es un prostíbulo y donde la economía provoca una inflación extrema que supedita los intereses de la economía por economía por encima de los de sus ciudadanos ‑hasta el punto de condenar a cárcel a una mujer por ser mala madre por no tener dinero para comprar comida para sus hijos? Ese mundo no deja de ser el nuestro. Quizás hiperbolizado, llevado el extremo en que incluso las máquinas se comportan como completos imbéciles incapaces, pero no deja de ser el apuntar con el dedo a todos y cada uno de los procesos de estupidez ‑que, además, podrían desgranarse uno a uno para hacer una genealogía de todos los problemas de nuestra sociedad- que se cometen de forma natural en el mundo sin ser vistos, por una mayor o menor cantidad de gente, como algo inevitable. Cuando se ha llegado el punto que se ve normal que un niño sólo beba Mountain Dew, ¿qué diferencia hay con regar plantas con él? Y si se ve normal rescatar a los bancos de las crisis que ellos producen, ¿por qué no supeditar todas nuestras vidas a ellos? La inteligencia aquí, más allá de indicativos comparativos, es la posibilidad de aprender de aquel que supera a uno mismo allí donde se sitúa como más inteligente que nosotros mismos.
Si nos reímos con Idiocracy es con la risa histérica, incómoda y cercana, de saber que ese mundo es el nuestro sin poner el freno de emergencia para parar antes de que una desgracia ocurra. Quizás la mayoría de cosas sólo ocurran ante una minoría, seguramente nunca lleguemos hasta el extremo que predica Mike Judge, pero es de hecho una crítica brutal con la hinteligensia del sistema y, por extensión, de la raza humana en su conjunto. Por eso es lógico que los señores productores de FOX no quisieran estrenarla en cines, sabían perfectamente que el ciudadano medio no estaba dispuesto a que le llamaran imbécil a la cara. Y, quienes sí estaban dispuestos, no debían ser espoleados para que forjen una serie de argumentos más contra la idiocracia dominante en el mundo.
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