Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero, de Franz Kafka
Adentrarse en la mente de Franz Kafka siempre es un ejercicio de tortura sadomasoquista: duele, y entras sabiendo que te dolerá, pero es un dolor en el cual recrearse con una lascivia impropia de la lectura; es imposible abordar con indiferencia, desde una mirada privilegiada, el discurso kafkiano. Un discurso que, por otra parte, es errático y contradictorio a través del cual siempre se sitúa más allá de su postura más obvia ‑el terror al padre, a Dios; al poder- que aunque origen del resto, es sólo una piedra en su camino en una interpretación ulterior. Quizás por eso es fascinante esta colección de aforismos: es una concatenación de ideas, de gérmenes de teorías, que vuelven más opaco ‑y, por extensión, más rico- el discurso kafkiano.
Aunque una buena parte de las citas aluden a la siempre problemática cuestión de la imposibilidad de confrontar un poder cognoscible, tema que obsesionaría al checo durante toda su vida, sus disquisiciones no van tanto hacia una recreación de lo omnipotente de ese poder sino de los absurdos del control que ejerce sobre las entidades. Aquí se encuentra un Kafka combativo, convulso, confrontado contra las dos imágenes de sí que recrea con una pulcritud exasperante para el intérprete ortodoxo de su obra: la circunscripción (casi) absoluta hacia la necesidad de plegarse hacia esos designios de un Poder Superior® y lo absurdo de tal aceptación. Esta contradicción constante, que planea siempre como la mirada torva de un pensamiento roto, acaba por conformar la pirada polimorfa kafkiana de aquel que mira a través de un cristal roto; su microcosmos ulterior, su conformación de sí, vive en un principio de contradicción necesario.