Kafka, un pensamiento en contradicción

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Consideraciones acer­ca del pe­ca­do, el do­lor, la es­pe­ran­za y el ca­mino ver­da­de­ro, de Franz Kafka

Adentrarse en la men­te de Franz Kafka siem­pre es un ejer­ci­cio de tor­tu­ra sa­do­ma­so­quis­ta: due­le, y en­tras sa­bien­do que te do­le­rá, pe­ro es un do­lor en el cual re­crear­se con una las­ci­via im­pro­pia de la lec­tu­ra; es im­po­si­ble abor­dar con in­di­fe­ren­cia, des­de una mi­ra­da pri­vi­le­gia­da, el dis­cur­so kaf­kiano. Un dis­cur­so que, por otra par­te, es errá­ti­co y con­tra­dic­to­rio a tra­vés del cual siem­pre se si­túa más allá de su pos­tu­ra más ob­via ‑el te­rror al pa­dre, a Dios; al poder- que aun­que ori­gen del res­to, es só­lo una pie­dra en su ca­mino en una in­ter­pre­ta­ción ul­te­rior. Quizás por eso es fas­ci­nan­te es­ta co­lec­ción de afo­ris­mos: es una con­ca­te­na­ción de ideas, de gér­me­nes de teo­rías, que vuel­ven más opa­co ‑y, por ex­ten­sión, más rico- el dis­cur­so kafkiano.

Aunque una bue­na par­te de las ci­tas alu­den a la siem­pre pro­ble­má­ti­ca cues­tión de la im­po­si­bi­li­dad de con­fron­tar un po­der cog­nos­ci­ble, te­ma que ob­se­sio­na­ría al che­co du­ran­te to­da su vi­da, sus dis­qui­si­cio­nes no van tan­to ha­cia una re­crea­ción de lo om­ni­po­ten­te de ese po­der sino de los ab­sur­dos del con­trol que ejer­ce so­bre las en­ti­da­des. Aquí se en­cuen­tra un Kafka com­ba­ti­vo, con­vul­so, con­fron­ta­do con­tra las dos imá­ge­nes de sí que re­crea con una pul­cri­tud exas­pe­ran­te pa­ra el in­tér­pre­te or­to­do­xo de su obra: la cir­cuns­crip­ción (ca­si) ab­so­lu­ta ha­cia la ne­ce­si­dad de ple­gar­se ha­cia esos de­sig­nios de un Poder Superior® y lo ab­sur­do de tal acep­ta­ción. Esta con­tra­dic­ción cons­tan­te, que pla­nea siem­pre co­mo la mi­ra­da tor­va de un pen­sa­mien­to ro­to, aca­ba por con­for­mar la pi­ra­da po­li­mor­fa kaf­kia­na de aquel que mi­ra a tra­vés de un cris­tal ro­to; su mi­cro­cos­mos ul­te­rior, su con­for­ma­ción de sí, vi­ve en un prin­ci­pio de con­tra­dic­ción ne­ce­sa­rio.

Su vi­sión pri­me­ra del mun­do pa­re­ce sus­ten­tar­se en una vi­sión ne­ta­men­te kan­tia­na con res­pec­to del mis­mo cuan­do afir­ma co­sas co­mo No es lí­ci­to en­ga­ñar a na­die, ni si­quie­ra en aras de su sal­va­ciónKAFKA, F. Consideraciones acer­ca del pe­ca­do, Edicomunicación, 2003, p. 74, lo cual le si­túa en la li­nea exac­ta del im­pe­ra­ti­vo ca­te­gó­ri­co. A tra­vés de és­te prin­ci­pio se po­dría ha­cer la lec­tu­ra de que su obra es una de­mos­tra­ción em­pí­ri­ca del ab­sur­do del po­der al cual te­ne­mos que ate­ner­nos con ne­ce­si­dad ya que nues­tro com­por­ta­mien­to pues, aun en afec­ta­ción de al­go in­jus­to pon­de­ra­do por una fuer­za ul­te­rior ‑ser en­car­ce­la­do sin mo­ti­vo; con­ver­tir­me en insectos‑, siem­pre te­ne­mos que ac­tuar de una ma­ne­ra que de­sea­rías que fue­ra nor­ma uni­ver­sal; no hay sig­ni­fi­ca­ción al­gu­na ha­cia la lu­cha por­que acep­tar el de­ve­nir (su­pe­rior) del po­der con­tra no­so­tros es lo acep­ta­ble. La in­ci­ta­ción a la lu­cha es uno de los me­dios de se­duc­ción más efi­ca­ces del malKAFKA, F. Consideraciones acer­ca del pe­ca­do, Edicomunicación, 2003, p. 29.

Bajo es­ta pers­pec­ti­va la obra de Kafka se vuel­ve un ab­sur­do don­de vi­vi­mos en un mun­do de su­fri­mien­to don­de no ca­be re­sis­ten­cia al­gu­na sal­vo la acep­ta­ción sin­ce­ra de la ne­ce­si­dad de que el mun­do así fue­ra por com­pen­sa­ción. El po­der es en sí ma­ligno y, aun­que po­da­mos con­si­de­rar que Dios es el mal en sí mis­mo, no­so­tros de­be­mos ac­tuar siem­pre de un mo­do mo­ral­men­te impecable. 

Con una con­ti­nui­dad ca­si ex­clu­si­va de con­for­ma­cio­nes de­pre­si­vas de la in­ca­pa­ci­dad del hom­bre de con­fron­tar al mun­do es­tos afo­ris­mos nos dan una pers­pec­ti­va de la obra de Kafka tan cla­ri­vi­den­te co­mo ate­rra­do­ra, pues no só­lo es que el mal sea in­evi­ta­ble sino que es nues­tro de­ber no com­ba­tir­lo. O lo se­ría sino fue­ra por­que den­tro de sí tie­ne cons­cien­cia de la ne­ce­si­dad de com­ba­tir to­do aque­llo que no es jus­to, ha­cien­do lo que sea ne­ce­sa­rio pa­ra po­der ac­tuar mo­ral­men­te bien. Este pa­so ha­cia una éti­ca co­mu­ni­ca­ti­va cuan­do afir­ma que El de­ber es­co­lar eres tú. No se ve nin­gún alumno en otra par­teKAFKA, F. Consideraciones acer­ca del pe­ca­do, Edicomunicación, 2003, p. 43 o, tal co­mo po­dría­mos in­ter­pre­tar­lo, la en­se­ñan­za de co­mo se de­be ac­tuar mo­ral­men­te es una ta­rea que se de­be apren­der por y pa­ra sí lo cual im­pli­ca ha­cer po­si­ble ese apren­di­za­je en el mun­do. Y es de es­ta cues­tión an­te­rior se se­gui­ría el he­cho de que de tu ver­da­de­ro ad­ver­sa­rio te lle­ga un va­lor sin lí­mi­tesKAFKA, F. Consideraciones acer­ca del pe­ca­do, Edicomunicación, 2003, p. 44, lo cual con­du­ce ha­cia esa éti­ca del com­ba­te por es­ta­ble­cer una mo­ral au­tén­ti­ca no me­dia­da por el mal. 

Es por ello Kafka siem­pre se si­túa co­mo la con­fron­ta­ción en­tre una mo­ral kan­tia­na, es­cla­va de una idea ab­so­lu­ta del Bien, y una éti­ca co­mu­ni­ca­ti­va, que per­mi­te una in­ter­me­dia­ción de esa po­si­bi­li­dad del bien. Sólo en esa con­tra­dic­ción esen­cial, im­po­si­ble y ex­clu­si­vis­ta, se pue­de en­ten­der de una for­ma pre­cla­ra la obra kaf­kia­na. Y es que A par­tir de cier­to pun­to no hay re­torno. Ese es el pun­to que hay que al­can­zar.KAFKA, F. Consideraciones acer­ca del pe­ca­do, Edicomunicación, 2003, p. 27

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