Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero, de Franz Kafka
Adentrarse en la mente de Franz Kafka siempre es un ejercicio de tortura sadomasoquista: duele, y entras sabiendo que te dolerá, pero es un dolor en el cual recrearse con una lascivia impropia de la lectura; es imposible abordar con indiferencia, desde una mirada privilegiada, el discurso kafkiano. Un discurso que, por otra parte, es errático y contradictorio a través del cual siempre se sitúa más allá de su postura más obvia ‑el terror al padre, a Dios; al poder- que aunque origen del resto, es sólo una piedra en su camino en una interpretación ulterior. Quizás por eso es fascinante esta colección de aforismos: es una concatenación de ideas, de gérmenes de teorías, que vuelven más opaco ‑y, por extensión, más rico- el discurso kafkiano.
Aunque una buena parte de las citas aluden a la siempre problemática cuestión de la imposibilidad de confrontar un poder cognoscible, tema que obsesionaría al checo durante toda su vida, sus disquisiciones no van tanto hacia una recreación de lo omnipotente de ese poder sino de los absurdos del control que ejerce sobre las entidades. Aquí se encuentra un Kafka combativo, convulso, confrontado contra las dos imágenes de sí que recrea con una pulcritud exasperante para el intérprete ortodoxo de su obra: la circunscripción (casi) absoluta hacia la necesidad de plegarse hacia esos designios de un Poder Superior® y lo absurdo de tal aceptación. Esta contradicción constante, que planea siempre como la mirada torva de un pensamiento roto, acaba por conformar la pirada polimorfa kafkiana de aquel que mira a través de un cristal roto; su microcosmos ulterior, su conformación de sí, vive en un principio de contradicción necesario.
Su visión primera del mundo parece sustentarse en una visión netamente kantiana con respecto del mismo cuando afirma cosas como No es lícito engañar a nadie, ni siquiera en aras de su salvación
Bajo esta perspectiva la obra de Kafka se vuelve un absurdo donde vivimos en un mundo de sufrimiento donde no cabe resistencia alguna salvo la aceptación sincera de la necesidad de que el mundo así fuera por compensación. El poder es en sí maligno y, aunque podamos considerar que Dios es el mal en sí mismo, nosotros debemos actuar siempre de un modo moralmente impecable.
Con una continuidad casi exclusiva de conformaciones depresivas de la incapacidad del hombre de confrontar al mundo estos aforismos nos dan una perspectiva de la obra de Kafka tan clarividente como aterradora, pues no sólo es que el mal sea inevitable sino que es nuestro deber no combatirlo. O lo sería sino fuera porque dentro de sí tiene consciencia de la necesidad de combatir todo aquello que no es justo, haciendo lo que sea necesario para poder actuar moralmente bien. Este paso hacia una ética comunicativa cuando afirma que El deber escolar eres tú. No se ve ningún alumno en otra parte
Es por ello Kafka siempre se sitúa como la confrontación entre una moral kantiana, esclava de una idea absoluta del Bien, y una ética comunicativa, que permite una intermediación de esa posibilidad del bien. Sólo en esa contradicción esencial, imposible y exclusivista, se puede entender de una forma preclara la obra kafkiana. Y es que A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar.
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