Blade Runner, de Ridley Scott
I. He visto cosas que nunca creeríais
Hablar a estas alturas de Blade Runner puede parecer un lugar común, un absurdo o una mera perdida de tiempo; ¿queda algo de decir de una película que se encuentra entre las generadoras de un culto más exacerbado entre los apocalípticos e integrados posmodernos? Responder esta pregunta ‑pregunta que, en realidad, debemos preguntarnos siempre antes de abordar un texto cualquiera- se hace perentorio como puerta de entrada hacia la problemática que nos ocupa ya que si todo está dicho no cabe nada que decir, pero si queda algo que decir la respuesta queda abierta.
Un primer acercamiento podría hacernos pensar que aun queda por responder una pregunta radical con respecto de la película: ¿es Deckard humano o un replicante? Esta pregunta, necesariamente, nos evoca a una problemática que va siempre asociada a esta que es, ¿qué importancia tienen sus sueños, recurrentes a lo largo del metraje, como posible motor de significación? Estas son preguntas clásicas de los fans que, adelantando su respuesta pero no así su exposición, cabría decir que son absurdas: no importa la condición final de Deckard si no su existencia en sí. Esto nos conduce, y aquí si cabe hacer algunas aclaraciones, que el interés por los sueños de Deckard no sea por la posible significación de su condición existencial ‑hecho que, como veremos a continuación, no nos importa en lo más mínimo- sino por su propia condición de conocimiento de facto. Después de abordar este par de problemáticas, auténtico motor móvil de la película, sólo quedará preguntarnos una última cosa, la más radical de todas: ¿qué significa ser blade runner?
II. ¿Humano o replicante? La pregunta compositiva del ser
¿Qué es un replicante? Desde luego que es un humano parecemos saberlo perfectamente ‑aunque, como veremos a posteriori, comprobaremos que no es así- pero un replicante no tenemos porque saberlo. Un replicante es una entidad modificada ‑creada, cabría decir- geneticamente con una mayor dotación física que los humanos, intelectual también en algunos casos, vaciados de toda empatía, memoria o sentimiento. Su esperanza de vida no supera jamás la media docena de años ya que, pasados entre cuatro o cinco, comienzan a desarrollar emociones humanas; llegado un cierto punto radical los replicantes se mimetizan necesariamente con los humanos.
La película comienza con un blade runner haciendo la prueba Voight-Kampff, prueba de empatía para dilucidar quien es un humano y quien un replicante, donde Leon, el primero de los replicantes Nexus 6 fugados, demuestra tener algunos graves problemas de memoria, entendimiento y empatía. Contra todo pronóstico los problemas empáticos no son por defecto sino por exceso, en su necesidad de comprender la motivación de todo para así poder juzgarlo se mimetiza una cierta empatía extraña y un análisis sistemático continuo. Este se debe poner en paralelo con la prueba que hace Deckard a la bella Rachael la cual no pasará la prueba. Lo interesante en ambos casos es como las formas de juzgar la empatía son basándose en un cierto canon moral lógico; se descubre que hay fallas en la empatía de los replicantes debido a que no es sistemática.
En éste punto nos quedamos en un extraño punto medio en el que los replicantes lo son porque su moral no es sistemática pero, la de los humanos, tampoco. Es por ello que en el caso de Rachael, replicante con una memoria de pasado implantado, dilucidar el hecho de si es replicante o no se torna netamente absurdo: es imposible discernir con una exactitud suficiente si es una humana en sí misma. Para ello tendríamos que ser capaces de contestar antes una pregunta que no podemos contestar, ¿qué nos hace humanos? Si es la memoria, como parece proponer la película en el emotivo discurso final de Roy Batty, entonces todos los replicantes son humanos necesariamente; si es la empatía, como sostiene el análisis que ejercen los personajes humanos, entonces muchos humanos no son humanos como tales, pues la moral de la mayoría de las personas no es ni sistemática ni universalizable. En cualquiera de los casos la respuesta es insatisfactoria para el antropocentrismo imperante.
Entonces, si no podemos dilucidar que es ser humano, ¿tiene algún sentido preguntarse si alguien es o no es humano? Obviamente no. Podríamos discutir si Deckard ha salido del útero de una mujer o si nació en una cadena de montaje, si sus recuerdos son naturales o artificiales ‑división que, además, es en sí misma discutible; lo artificial es algo más cercano a lo humano que lo natural‑, pero no si es un replicante o un humano en términos existenciales y no meramente formales; sólo podemos conocer la condición formal, de construcción, de los individuos. La distinción existencial entre humanos y replicantes carece de sentido.
III. ¿Como sé que no estoy soñando?
Si hemos negado toda posibilidad de conocer que es Deckard existencialmente entonces preguntarse por sus sueños es absurdo. Y lo es porque el esgrimir esos sueños es utilizado por el fandom, generalmente, como una demostración de su condición existencial particular. Desde los defensores acérrimos de un humanismo implícito en la capacidad de soñar hasta los valedores de la condición metafórica de la singularidad del unicornio como entidad equivalente al replicante ‑visión muy bella y, seguramente, mucho más tercera que la opinión- el sueño siempre se singulariza como condición existencial para y no con respecto de él. Por supuesto siempre cabe la posibilidad cartesiana de que Deckard esté soñando y nada de lo que ocurra sea real.
Esta interpretación puede sonar forzada ‑o, al menos, todo lo forzada que suena cualquier propuesta a nada filosóficamente fuerte que esta sea- pero no lo es tanto si vemos algunos detalles peregrinos pero quizás más sustanciales de lo aparente. El nombre del personaje, Deckard, nos remite al nombre de Descartes por su parecido radical. Los más puristas afirmarán que tal parecido es insustancial y lejano, que apenas sí se podría comparar, y esto es así salvo que pensemos que la pronunciación de Descartes es /dekaʁt/ o, lo que es lo mismo, De©kard; consideraremos esto como la existencia de una posibilidad racional mínima de que esté aquí presente la problemática del sueño. Si esto fuera así entonces podríamos entender que no es todo más que un sueño de Deckard, una especie de duda cartesiana actualizada, donde no cabe la posibilidad de certeza alguna. La idea se ve reforzada cuando el inspector de policía que sigue de cerca siempre a Deckard va dejando minúsculos unicornios de origami a su paso, lo cual alude directamente a sus sueños, ¿como tiene la certeza Deckard de que no está soñando o, peor aun, que sus sentidos son engañados por un genio maligno moreno enfundado en la piel de un agente de policía?
El problema es que no tiene la certeza de que lo que vive es real. Para nuestra fortuna esta es una problemática que ha sido abordado mucho y de una forma muy radical por infinidad de pensadores pero, en todos los casos, la respuesta es indefectiblemente insatisfactoria. No existe modo alguno de conocer si vivo realmente en el mundo. Podríamos, Wittgenstein mediante, afirmar que si existe un momento anterior al sueño entonces puedo discernir sueño de vigilia y, si no existe momento anterior o no puedo recordarlo, entonces no hay diferencia real entre realidad y sueño.
Entonces, ¿es todo un sueño de Deckard? Es posible que sí y, ante la ausencia de una posible mediación de Dios o el conocimiento de si existe una memoria de una vigilia anterior al hipotética sueño, nos conformaremos con la problemática de no tener la certeza absoluta de si lo que vivimos es real en sí o no. En cualquier caso consideraremos que la realidad de la que es parte Deckard es sustancial (y necesariamente) real, aunque podría no serla y daría exactamente igual si no lo fuera; si Deckard está soñando entonces es el mundo real del sueño el que abordamos.
IV. Ser blade runner. ¡No más objetos!
Hasta el momento no hemos resuelto ninguna pregunta sino que, al más puro estilo analítico, las hemos disuelto; hemos demostrado la inoperancia objetiva de las cuestiones planteadas para no tener que dar una respuesta que es, por pura conformación estructural, imposible. ¿Por qué? Porque toda la argumentación disuelta anteriormente parte de una posibilidad que la película en ningún momento expone como una posibilidad sustancial: que existe un humanismo objetivo y radical; los humanos son el Dios ontológicamente necesario para la realidad. Como hemos ido viendo esto es falso ya que por un lado no tienen una posición trascendente única en la creación ‑son, sustancialmente, indistinguibles (inferiores, incluso en algunos casos) de los replicantes- y ni siquiera pueden fundamentarse por encima de la realidad como tal en tanto entidades trascendentes.
La posición del blade runner en éste contexto es el de un censurador primordial que impone la hegemonía única del hombre a través de la destrucción sistemática de todo aquello que ponga en duda el humanismo trascendental. Es así ya que eliminan de raíz el primer problema de la fundamentación del hombre, pues eliminan a todo replicante que escapa de su relación exclusivamente instrumental con respecto de los hombres, y con esto obliteran la posibilidad de la segunda al hacer creer a los demás que, efectivamente, pueden crear y descrear toda creación del (y no en el) mundo.
Etimológicamente blade runner es aquel que corre al filo de la navaja lo cual es sustantivo de la relación que tiene el blade runner con el mundo. Es una persona que siempre se está jugando la vida, que siempre está al borde de caer al otro lado ‑al creer, inefablemente, que no hay separación real entre replicantes y humanos- lo cual lo haría un fugitivo de su propia especie, como de hecho le ocurre al final de la película a Deckard. Pero ahí está precisamente el auténtico punto a explotar de toda la película: los blade runner y los replicantes son exactamente lo mismo; en ambos casos son sólo herramientas que los humanos utilizan sin darles una raigambre existencial equivalente de objeto en estado existencial paralelo en el mundo al humano. En ambos casos lo que se hace es negarles la condición ya no de humanos, que también, sino la condición de objetos ontológicamente equivalentes o, si así se prefiere, de la condiciones existencial inmanente del mundo de la que nada puede escapar.
V. Como lágrimas en la lluvia
Después de todo lo anterior queda muy claro por qué no tiene sentido alguno hablar de si Deckard es un replicante o no; la película nos demuestra una y otra vez como la distinción entre humanos y replicantes es absurda. Los replicantes, como los blade runners, son usados como instrumentos que son ontológicamente inferiores a la condición de ser humano y, por tanto, la película nos habla de una distopia ‑una que, además, lleva siendo varios siglos- donde el humanismo niega toda posibilidad de admitir su posición de agente condicional no-trascendental del mundo. La humanidad no es necesaria para el mundo; el mundo existiría aunque la humanidad no existiera, pero como la humanidad existe lo que esta hace es dar un valor mayor, pero no un valor de creación, a la propia condición de mundo inmanente.
Sean humanos, replicantes, animales, plantas, átomos, estrellas, piedras o ideas todo son objetos de diferente orden y magnitud que componen, en tanto magnitud compositiva unida, la auténtica raigambre del mundo. ¿Y el final? El final con Deckard y Rachael yéndose juntos sólo es la sublimación de esa lucha necesaria donde ónticamente el hombre acepta su condición objetual en el mundo. Pues no hay nada en el mundo que sea más allá del mundo en sí mismo.
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