A la muerte de un grande que siempre pasó por un mediano como es de hecho Tony Scott, un hombre que derrochaba pasión por el cine sólo quizás en menor medida que por la vida ‑aunque por su suicidio muchos verán en esto una contradicción, cosa que no es cierta: amar la vida es también aceptar cuando esta se puede convertir en insoportable y atajarla‑, la pretensión de ensalzar sus logros pueden pasar por una caterva de falsos cantos de mesianismo que no se ajustarían, ni podrían ajustarse jamás, al auténtico carácter de éste cineasta por rebote: lo suyo no fue nunca la exploración de ejercicios totales trascendentes, más propios de su hermano Ridley, sino precisamente de hacer de cada pequeño gesto que hacía una reivindicación de una estética total. Aunque siempre se cuenta la anécdota de su capacidad para arriesgarse a quemar negativos para conseguir la luz exacta que el intuía que sería la adecuada, la cual no deja de ser una certera caracterización de su pasión por encontrar el arte en su cine, de hecho todo él era una búsqueda de esa estética indómita en todos los aspectos que rodeaban su cine. Tony Scott fue el esteta de la super-producción, el hijo bastardo de la experimentación y la cultura de entretenimiento.
La única vindicación posible de la figura de Tony, o al menos la única que seguramente satisficiera a él mismo, sería aquella que renunciara de cualquier pretensión de intelectualizar o legitimar por motivos artísticos algo que se debe adorar por su construcción discursiva en sí misma; todo lo que hacía eran super-producciones de Hollywood, películas enfocadas al puro entretenimiento, y obviar eso como si de hecho sólo existiera su dimensión estética ‑que también existe en concomitancia con esta- sería traicionar el espíritu auténtico de su cine. Es por ello que cualquier obituario que se pretenda representativo de lo que hacía uno de los directores más singulares de nuestro presente mainstream, para entender por qué de hecho es una perdida un hombre que siempre se ha considero un hombre capaz de lo mejor y lo peor pero con tendencia hacia esto último, tendríamos no que renegar de su papel como entretenedor sino precisamente ensalzarla: Tony Scott era tanto un director de películas de entretenimiento como un esteta. Por eso, para hablar de él, no hay mejor elección que pararse en Superdetective en Hollywood 2.