Blade Runner, de Ridley Scott
I. He visto cosas que nunca creeríais
Hablar a estas alturas de Blade Runner puede parecer un lugar común, un absurdo o una mera perdida de tiempo; ¿queda algo de decir de una película que se encuentra entre las generadoras de un culto más exacerbado entre los apocalípticos e integrados posmodernos? Responder esta pregunta ‑pregunta que, en realidad, debemos preguntarnos siempre antes de abordar un texto cualquiera- se hace perentorio como puerta de entrada hacia la problemática que nos ocupa ya que si todo está dicho no cabe nada que decir, pero si queda algo que decir la respuesta queda abierta.
Un primer acercamiento podría hacernos pensar que aun queda por responder una pregunta radical con respecto de la película: ¿es Deckard humano o un replicante? Esta pregunta, necesariamente, nos evoca a una problemática que va siempre asociada a esta que es, ¿qué importancia tienen sus sueños, recurrentes a lo largo del metraje, como posible motor de significación? Estas son preguntas clásicas de los fans que, adelantando su respuesta pero no así su exposición, cabría decir que son absurdas: no importa la condición final de Deckard si no su existencia en sí. Esto nos conduce, y aquí si cabe hacer algunas aclaraciones, que el interés por los sueños de Deckard no sea por la posible significación de su condición existencial ‑hecho que, como veremos a continuación, no nos importa en lo más mínimo- sino por su propia condición de conocimiento de facto. Después de abordar este par de problemáticas, auténtico motor móvil de la película, sólo quedará preguntarnos una última cosa, la más radical de todas: ¿qué significa ser blade runner?