La música violentada, con un carácter tan fuerte que nos lleva más allá de nuestra propia fisicalidad, es una forma de catarsis que nos acerca hacia nuestro propio ser. Pero la furia ciega no sirve de nada sino tiene una dirección determinada a la que dirigirse. Por eso es importante el juego como método para canalizar el acto de pura violencia hacia un acto constructivo. Y es ahí donde Travis Barker con Steve Aoki consiguen un gran logro con Misfits.
La batería desatada de Travis Barker arranca con la furia de un huracán que destroza todo a su paso mientras Steve Aoki, que más que cantar grita, va acompañando todo de la violentada soflama que les acompaña. El carácter alocado, prácticamente inescuchable de los sonidos pretendidamente excesivos de la mezcla entre una batería demencial y una electrónica machacona y repetitiva conforma un conjunto armonioso. Esta pura contradicción ocurre precisamente en la conjunción de lo lúdico del ejercicio; pueden estar destrozando sus baquetas y cuerdas vocales pero ante todo, se están divirtiendo. De este modo no son sólo músicos ante su ejercicio profesional, sino que son entidades lúdicas las cuales ponen su ser en la creación de una composición. Así mediante el juego, mediante la música, no sólo se canaliza una cierta armonía o un brutal acto político sino también un cierto carácter del ser que comparten Travis Barker y Steve Aoki; ser en tanto punk. El carácter de rebeldía extrema, bien sea punk o sea dadá, es en último término el carácter lúdico de su confrontación de las convenciones sociales.
La asociación de estos dos titanes del terrorismo sonoro sólo podía tener una solución posible, la ruptura de toda convención establecida a través de la más pura y brutal de las diversiones. Llevando hasta el extremo la catarsis de la fiesta, de lo estrictamente descorporizador, consiguen inducir un nuevo orden del ser; un nuevo orden social. El carácter subversivo de la música reside en el juego.