El fanático medio de Nietzsche, un tarugo con ínfulas de intelectual que no se da cuenta de su incapacidad para entender al autor, tiende a olvidar el hecho de que el nihilismo nietzschiano se entiende siempre en un dualismo positivo-negativo. Así, aunque estén muy gustosos de entender todo desde la perspectiva de la catarsis como destrucción violenta, la realidad es que no todo nihilismo es negativo. Y eso podemos constatarlo en la fabulosa Kaboom de Gregg Araki.
La película nos cuenta la historia de Smith, un joven estudiante de cine de sexualidad indefinida, que según comienza la película tiene un sueño en el que nos dejará ya aparcados todos los códigos que regirán la historia. Aquí Araki se libera completamente, si es que eso es posible, dejando que el sexo fluya de forma natural e intermitente por la película mientras cimienta lo que será una historia que se moverá entre la comedia, el terror y la ciencia ficción. Con un nulo respeto por cualquier clase de convencionalismo de género va saltando con maestría entre escenas cambiando totalmente el tono respetando exclusivamente un único hecho siempre: la belleza peculiar y retorcida de sus actores. Los efebos que desfilan por pantalla son indudablemente atractivos lo cual si en cualquier otra película sería accesorio aquí es perentorio: son la definición misma del super-hombre. Son los atractivos bailarines que danzan fornicando en una absoluta indefinición sexual entre las ruinas de la moral occidental.
Uno sentiría la tentación de acabar viendo esto como una oda hacia un nihilismo negativo, una negación de todo valor humano en favor de la mera destrucción absoluta final. Sin embargo hay al menos un personaje, Smith, que siempre se mantiene al margen de toda la conspiración surrealista que está ocurriendo a su alrededor. Mientras la mayoría se obcecan en destruir el mundo (los nihilistas negativos) y otros se ciñen en mantener un saludable status quo donde la definición sexual y los buenos modales son imperantes (el discurso dominante), Smith se limita a sobrevivir a los acontecimientos. Y es justo ahí, en un mundo devastado por los ideales de normativación o de caos absoluto, donde surge el único lugar propiamente del hombre: la indefinición subjetiva de los cuerpos. Ajeno al etiquetado, a la normalización, y manteniéndose ajeno de la auto-destrucción su lugar está en hacer lo que desea cuando desea sin atender a valores ajenos a los suyos propios. Cada vez que le vemos follando con otra persona en un plano medio cerrado vemos como el mundo empieza y acaba en ellos; la realidad del hombre se pliega en los límites de su fisicalidad.
Afirmar que Araki tiene una fuerte pasión por el pensamiento nietzschiano es algo tan obvio que podría incluso mordernos el trasero pero eso no quita para que esté muy lejos de un nihilismo negativo. Pues, precisamente, hace del nihilismo positivo una reivindicación queer donde la definición sexual es, simplemente, la forma de ceder nuestro propio poder; nuestro conatus. Y es por eso que nos estamos sintiendo tan anestesiados.
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