El hombre invisible y el zoo de los Bowles, de Félix Romeo
En la obra del recientemente fenecido Félix Romeo siempre hay esa intención erudita, quizás de tintes ilustrados ‑sin las connotaciones socio-filosóficas profundas que implica este término‑, que le lleva hasta la enumeración, la sistematización y la conjunción en pares equivalentes para juzgar, atar y subyugar la voluntad del texto. Es así como despliega una prosa lúcida, extraña e incluso un punto tierna en el que siempre parece disponer de una herramienta nueva que arrojar sobre el lector; Romeo jamás abandona la necesidad continua de concatenación de conceptos, ideas y momentos específicos de fulgurosa necesidad pictórica. Siempre está un paso más allá de lo que esperamos.
Por supuesto El hombre invisible y el zoo de los Bowles no es una excepción sino que, en cualquier caso, es si acaso una exacerbación brutal, un colorido corolario, de toda su obra anterior. Para ello va volando incesantemente, de un lado a otro, entre la relación que tenían con sus animales tanto William Burroughs como los Bowles para crear una supra-genealogía del amor animal donde englobar todo el microuniverso en solapamiento que se da entre esas tres figuras. Sólo de este modo nos demuestra Romeo una erudición lejos de artificios o pomposidad, muy llana pero apasionante en sus formas, que va rayano un enciclopedismo salvaje que pretende unificar la visión cosmológica del animal, de la mascota, del amigo y el amante fiel en el mundo de los antiguos escribas perdidos en Tanger.