Cuando un ser querido muere, cuando era realmente cercano, jamás volvemos a ser los mismos debido a la imposibilidad de aceptar su perdida. Quizás podamos sobreponernos y seguir nuestras vidas pero, en cualquier caso, será como otra persona completamente diferente a la que eramos. Y eso se ve bien en Hausu de Nobuhiko Obayashi.
La película comienza presentándonos a Oshare una adolescente marcada por la perdida de su madre que espera impaciente la inminente llegada del verano para estar con su padre. Cual será su sorpresa cuando descubra que su padre está saliendo con una mujer con la que pretende casarse y que irá con ellos de vacaciones. Ella, dolida, decide irse a casa de su tía, la hermana de su madre, para pasar las vacaciones de verano con sus amigas y, así, poder conocer la casa donde vivió su madre antes de casarse. Lo que transcurre hasta algo así como la mitad de la película como un azucarado ejercicio de estilo camp japonés acaba por convertirse en una de las más bizarras pesadillas que haya dado el cine de terror. Toda la casa actúa con vida propia intentando matar a las jóvenes nuevas habitantes de ella, a las cuales va asesinando una por una de las más bizarras maneras. No importa si es un piano que devora chicas con fruición o una lampara que electrocuta como si se tratara de una guillotina voladora, las muertes son continuadas y siempre se dan en las más de las estrambóticas e irónicas de las sucesiones. Un piano solo te muerde si eres músico y la presa de una lampara solo ocurrirá si tu única manera de solucionar todo es a golpe de kung-fu.