Cuando un ser querido muere, cuando era realmente cercano, jamás volvemos a ser los mismos debido a la imposibilidad de aceptar su perdida. Quizás podamos sobreponernos y seguir nuestras vidas pero, en cualquier caso, será como otra persona completamente diferente a la que eramos. Y eso se ve bien en Hausu de Nobuhiko Obayashi.
La película comienza presentándonos a Oshare una adolescente marcada por la perdida de su madre que espera impaciente la inminente llegada del verano para estar con su padre. Cual será su sorpresa cuando descubra que su padre está saliendo con una mujer con la que pretende casarse y que irá con ellos de vacaciones. Ella, dolida, decide irse a casa de su tía, la hermana de su madre, para pasar las vacaciones de verano con sus amigas y, así, poder conocer la casa donde vivió su madre antes de casarse. Lo que transcurre hasta algo así como la mitad de la película como un azucarado ejercicio de estilo camp japonés acaba por convertirse en una de las más bizarras pesadillas que haya dado el cine de terror. Toda la casa actúa con vida propia intentando matar a las jóvenes nuevas habitantes de ella, a las cuales va asesinando una por una de las más bizarras maneras. No importa si es un piano que devora chicas con fruición o una lampara que electrocuta como si se tratara de una guillotina voladora, las muertes son continuadas y siempre se dan en las más de las estrambóticas e irónicas de las sucesiones. Un piano solo te muerde si eres músico y la presa de una lampara solo ocurrirá si tu única manera de solucionar todo es a golpe de kung-fu.
Y es que si algo define a esta película es lo extraño y maravilloso de todo pues nada nunca sigue más que el propio orden interno que impusieron como lógico en su mundo y aquí entra en juego su alto grado experimental. El coloreado de algunas escenas para simular sangre, los esperpénticos efectos de luz y algunas escenas que parecen salidas de la mente de un usuario continuado de LSD son algunos ejemplos de esta experimentación. Pero no nos dejemos engañar, además tiene una fantástica fotografía que da gusto contemplar. Todo está bien medido y el humor o los bandazos camp e incluso wu-xia jamás se llevan por delante la divertida y terrorífica tensión que produce esta pequeña gran locura. Crear un mundo coherente donde puedes ser devorado por un piano y que esto sea perturbador es dificil pero Obayashi lo consigue.
Pero detrás de toda la experimentación y el terror de Hausu de lo que nos habla es del amor y de la perdida. La tía de Oshare tenía un novio con el que se casaría después de que volviera de combatir en la 2ª guerra mundial pero él, jamás volvió. En su desesperación le espero durante años sin moverse de la casa de sus padres para que, cuando volviera, la encontrara aun en el mismo lugar donde la dejo esperándolo. Este amor trágico le llevaría a esperar más allá de lo que cualquier ser humano pueda esperar, paciente y sola, lo cual la emparenta en cierta medida con Oshare. Ella también espera eternamente a su madre, sigue su vida, pero dentro de su corazón no permite que nadie más penetre que quienes ya eran importantes cuando su madre murió. Ambas están estancadas y solas en el mundo, vagos fantasmas de lo que fueron en vida, esperando la vuelta de un ser amado que jamás volverá. Y por eso, la una es el hálito vital para la otra, son el mismo arquetipo en diferentes personas, son la viuda en duelo por la persona que más amaban en este mundo.
Entre sangre, pedazos de cuerpo y de recuerdos esperan la vuelta de las personas que siempre amaron que jamás volverán. La aceptación de la perdida es el único modo de seguir adelante con la vida sino, nos convertiremos en muertos vivientes que jamás podrán sentir nada nuevo. La soledad absoluta es otra forma de matar el alma.
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