El fan como entidad es una de los entes más aterradoras, para el resto de los mortales, que existen: siente un amor ciego, no admite discusión alguna de sus gustos y es capaz de cualquier cosa en pos del objeto de su adoración insana. Por otra parte el sistema capitalista se nutre, básicamente, de fans, todo producto en el mercado busca una fidelización absoluta del consumidor al convertirlo en un fanático de su marca que no acepte ninguna otra de su misma clase; que no deje de comprar aun cuando haya una posibilidad mejor. Por eso quizás la OVA de Highschool of the Dead ha descendido de forma salvaje la calidad que mantuvo durante la emisión de la serie: alude exclusivamente al fanático de la serie que lo verá independientemente de la calidad del mismo.
Todos los chicos después de escapar de la ciudad de Tokyo llegan a una isla paradisíaca donde, casi exclusivamente, se dedicarán a exhibir sus cuerpos aun más exageradamente turgentes que antes para deleite de todos. Más cerca de cualquier episodio malo de un shōnen tontorrón la OVA se va moviendo entre los tópicos clásicos de escena playera del anime con unas cantidades absurdas de fanservice. Ni siquiera los chistes sobre los aumentados atributos de los personajes consiguen rebajar lo obvio: no hay continuidad ni calidad, es un mero ejercicio de pajerismo para contentar a unos fans que tragarán lo que sea.
Aludiendo a la triste existencia de fan nos conceden las migajas rancias que quedaron de una obra excelsa de la animación explotando lo que nunca molestó pero jamás fue la base de su obra: el erotismo exagerado en forma de fanservice. Pero el fan, como un zombie descerebrado, lo consume sin ningún reparo, sin parar a pensar en la ínfima calidad del producto, porque sus altas exigencias son, exclusivamente, las de que le den un más de lo mismo aunque sea peor. Esa es la penosa vida del fanático a cualquier producto, una existencia definida a través del consumo acrítico de cuantas iteraciones, por hórridas que resulten, del objeto por el cual ha elegido expresar veneración. Dejar el cerebro en casa nunca es buena idea con la cartera llena.