Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Antonio Machado
Holtland, de Mikelodigas
El principal problema de los relatos biográficos, lo cual se vuelve un problema capital cuando hablamos de cómic en tanto la nueva moda del presente es éste mismos, es que a nadie le importa la vida de otro alguien; salvo que haya un retrato específico de una contingencia que vaya más allá de lo personal, que pueda ser reflejo de una experiencia humana compartido por muchos otros de algún modo —y no sólo la impresión de ello, pues lo que el común de los mortales cree la norma puede no serlo; ¿qué es el síndrome de Edipo si no una proyección de carácter biográfico por parte de Freud? — , pretender hacer de una experiencia personal un relato artístico pasa necesariamente por el fracaso: la experiencia vivencial, la experiencia de cada uno ante la vida para y en sí mismo, no es el motivo del arte. Creer lo contrario, es atribuirse una importancia que sólo tiene la obra y no el autor.
El auténtico autor debe saberse tanto multitudes, pues está configurado por todos aquellos que le inspiran, como supeditado a su obra, pues lo único que hace —como si de hecho esto fuera poco— es canalizar el sentido presente por venir del mundo. ¿Qué interés puede tener entonces hacer una auto-biografía como método artístico? Seamos más exactos, ¿por qué resulta interesante algo que el propio Mikelodigas define ya desde su portada como cuaderno de viaje si en teoría sólo debería interesarnos la obra en tanto obra, sin que el autor se vislumbre en ella? Porque el autor dentro de la obra sólo molesta cuando se pretende el camino y no parte del camino.