El sentido de la senda se encuentra en su propio precipitarse hacia el caminar

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Nunca, si lle­gan a un sitio,
pre­gun­tan a dón­de llegan.
Antonio Machado

Holtland, de Mikelodigas

El prin­ci­pal pro­ble­ma de los re­la­tos bio­grá­fi­cos, lo cual se vuel­ve un pro­ble­ma ca­pi­tal cuan­do ha­bla­mos de có­mic en tan­to la nue­va mo­da del pre­sen­te es és­te mis­mos, es que a na­die le im­por­ta la vi­da de otro al­guien; sal­vo que ha­ya un re­tra­to es­pe­cí­fi­co de una con­tin­gen­cia que va­ya más allá de lo per­so­nal, que pue­da ser re­fle­jo de una ex­pe­rien­cia hu­ma­na com­par­ti­do por mu­chos otros de al­gún mo­do —y no só­lo la im­pre­sión de ello, pues lo que el co­mún de los mor­ta­les cree la nor­ma pue­de no ser­lo; ¿qué es el sín­dro­me de Edipo si no una pro­yec­ción de ca­rác­ter bio­grá­fi­co por par­te de Freud? — , pre­ten­der ha­cer de una ex­pe­rien­cia per­so­nal un re­la­to ar­tís­ti­co pa­sa ne­ce­sa­ria­men­te por el fra­ca­so: la ex­pe­rien­cia vi­ven­cial, la ex­pe­rien­cia de ca­da uno an­te la vi­da pa­ra y en sí mis­mo, no es el mo­ti­vo del ar­te. Creer lo con­tra­rio, es atri­buir­se una im­por­tan­cia que só­lo tie­ne la obra y no el autor.

El au­tén­ti­co au­tor de­be sa­ber­se tan­to mul­ti­tu­des, pues es­tá con­fi­gu­ra­do por to­dos aque­llos que le ins­pi­ran, co­mo su­pe­di­ta­do a su obra, pues lo úni­co que ha­ce —co­mo si de he­cho es­to fue­ra po­co— es ca­na­li­zar el sen­ti­do pre­sen­te por ve­nir del mun­do. ¿Qué in­te­rés pue­de te­ner en­ton­ces ha­cer una auto-biografía co­mo mé­to­do ar­tís­ti­co? Seamos más exac­tos, ¿por qué re­sul­ta in­tere­san­te al­go que el pro­pio Mikelodigas de­fi­ne ya des­de su por­ta­da co­mo cua­derno de via­je si en teo­ría só­lo de­be­ría in­te­re­sar­nos la obra en tan­to obra, sin que el au­tor se vis­lum­bre en ella? Porque el au­tor den­tro de la obra só­lo mo­les­ta cuan­do se pre­ten­de el ca­mino y no par­te del camino.

Holtland sig­ni­fi­ca «tie­rra de ma­de­ra» o «tie­rra ar­bo­la­da» en ho­lan­dés an­ti­guo, se­gún nos co­mu­ni­ca el au­tor an­tes de co­men­zar el có­mic. Aunque sea muy su­ges­ti­vo to­mar la in­ter­pre­ta­ción de tie­rra de ma­de­ra, por­que to­do lo que acon­te­ció en aque­lla tie­rra fue crear una tie­rra de ma­de­ra: el pa­pel con el cual se ci­men­ta­ron los có­mics pro­du­ci­dos por una se­rie de jó­ve­nes au­to­res del me­dio de cua­tro paí­ses eu­ro­peos (Grecia, Holanda, Polonia y España), a no­so­tros nos in­tere­sa in­ter­pre­tar­lo más co­mo tie­rra ar­bo­la­da: el có­mic se nos pre­sen­ta co­mo una aper­tu­ra de ca­mi­nos, in­clu­so des­de su por­ta­da en la cual li­te­ral­men­te se abre ha­cia el in­te­rior des­de un ca­mino, que que­dan di­bu­ja­dos a tra­vés de la ex­pe­rien­cia par­ti­cu­lar de la me­mo­ria de Mikelodigas. Pero es­tas sen­das se abren y se bi­fur­can, se vuel­ven ex­tra­ñas y se re­tuer­cen, pre­ci­sa­men­te en tan­to esas sen­das del bos­que son una y múl­ti­ples; ca­da vez que él nos ha­bla so­bre el via­je va in­ter­ca­lan­do en­tre me­dias tra­ba­jos de al­gu­nos con quie­nes allí es­tu­vo di­bu­jan­do, abrien­do así la po­si­bi­li­dad del en­cuen­tro au­tén­ti­ca de su sen­da con las de los de­más. Holtland es un bos­que de mu­chas sen­das: abier­tas y ce­rra­das, co­no­ci­das y des­co­no­ci­das, de­sea­bles e in­de­sea­das; ca­da sen­da va por su la­do, y al­gu­nas ni si­quie­ra se en­cuen­tran —por la ex­tra­ñe­za ra­di­cal de los po­la­cos, por ejem­plo — , pe­ro to­das per­te­ne­cen al mis­mo bos­que. O, en pa­la­bras de Martin Heidegger:

En el bos­que hay sen­das, por lo ge­ne­ral me­dio ocul­tas por la ma­le­za, que ce­san brus­ca­men­te en lo no ho­lla­do. Es a es­tas sen­das a los que se lla­ma ‘Sendas de Bosque’. Cada uno de ellos si­gue un tra­za­do di­fe­ren­te, pe­ro siem­pre den­tro del mis­mo bos­que. Muchas ve­ces pa­re­ce co­mo si fue­ran igua­les, pe­ro es una me­ra apa­rien­cia. Los le­ña­do­res y los guar­da­bos­ques co­no­cen las sen­das. Ellos sa­ben lo que sig­ni­fi­ca en­con­trar­se en una sen­da que se pier­de en el bosque.

Cada sen­da es las po­si­bles elec­cio­nes de una per­so­na y el bos­que es la pro­pia exis­ten­cia, el mun­do que com­par­ti­mos to­dos en co­mún. En una tie­rra ex­tra­ña Mikelodigas en­cuen­tra un sen­ti­do vi­tal úni­co, im­por­tan­te y com­par­ti­do con otros mu­chos, que atra­vie­sa las pe­que­ñas di­fe­ren­cias cul­tu­ra­les pa­ra con­for­mar­se den­tro de to­do aquel ho­ri­zon­te de re­fe­ren­cias que, sin em­bar­go, sí les re­sul­ta co­mún; in­de­pen­dien­te­men­te de si son más de echar que­so o pa­ta en­ci­ma de ca­da co­mi­da, lo que com­par­ten to­dos es una an­gus­tia co­mún de esa ne­ce­si­dad de ma­du­rar, de te­ner que ele­gir las sen­das de su exis­ten­cia que les lle­va­rán a otro lu­gar, a ser quie­nes ellos son, pe­ro sin sa­ber ha­cia don­de di­ri­gir­se exac­ta­men­te; ellos no son le­ña­do­res ni guar­da­bos­ques, sino unos boys­couts in­ten­tan­do apren­der el ofi­cio de le­ña­dor o guar­da­bos­ques. Y he ahí tan­to la au­tén­ti­ca la­bor del ar­tis­ta co­mo la úni­ca con­di­ción pa­ra po­der ha­cer de su vi­da una obra de ar­te: en­con­trar un sen­ti­do úni­co pe­ro com­par­ti­do por los de­más a tra­vés de los cua­les en­ten­der el bos­que, el mundo.

Sólo se pue­de es­tar só­lo ro­dea­do de gen­te, pe­ro só­lo se pue­de en­ten­der cuan­do las sen­das del ca­mino pro­pio cho­can fron­tal­men­te con­tra las de los de­más. Quizás por eso Holtland no es só­lo un cua­derno de via­je o un bil­dungs­ro­man, sino el más tierno des­cu­brir la ra­di­cal im­por­tan­cia de sa­ber­se via­jan­do ha­cia un des­tino que, nun­ca sa­be­mos has­ta don­de nos lle­va­rá, pe­ro só­lo nos lle­va­rá a al­gu­na par­te si no pa­ra­mos de an­dar. Si nun­ca aban­do­na­mos las sen­das del bosque.

Comentarios

3 respuestas a «El sentido de la senda se encuentra en su propio precipitarse hacia el caminar»

  1. Avatar de Gurrupurru

    ¡Muy bo­ni­to! 🙂

  2. Avatar de observateur spectralis

    El co­mic se es­tá con­vir­tien­do en el cam­po ar­tís­ti­co om­bli­guis­ta por ex­ce­len­cia, al me­nos en la in­dus­tria «in­die»: los au­teurs más lau­rea­dos de hoy en día acos­tum­bran a re­cu­rrir pe­re­zo­sa­men­te a sus pro­pias vi­ven­cias cuan­do cuen­tan his­to­rias, apo­yán­do­se en la de­li­ran­te fe­ti­chi­za­ción del «rea­lis­mo» que afec­ta al ga­fa­pas­tis­mo más reac­cio­na­rio. Ahora mis­mo no sé, pe­ro ha­ce unos años Seth, Bagge, Brown, Satrapi… to­dos ellos hi­cie­ron for­tu­na ex­plo­tan­do sus «se­cre­ti­tos fa­mi­lia­res». En mis tiem­pos en cam­bio el co­mic era el te­rreno por ex­ce­len­cia de la cien­cia fic­ción y la es­pe­cu­la­ción de reali­da­des (su­pon­go que aho­ra el te­rreno na­tu­ral pa­ra eso son más bien los videojuegos).

  3. Avatar de Álvaro Arbonés

    La no­ve­la grá­fi­ca se es­tá con­vir­tien­do en el cam­po de cul­ti­vo del no­ve­lón de­ci­mo­nó­ni­co so­po­ri­fe­ro: na­tu­ra­lis­mo, rea­lis­mo na­rra­ti­vis­ta y un ab­so­lu­to te­dio exis­ten­cial que pro­vo­ca­rá que un día me arran­que las ve­nas de cua­jo de un mor­dis­co. O lo que es lo mis­mo, es­toy de acuer­do con­ti­go. El te­rreno na­tu­ral de la cien­cia fic­ción y la es­pe­cu­la­ción es aho­ra el vi­deo­jue­go, pe­ro si­gue sien­do tam­bién, si es que no más, el cómic.

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