Leer Areopagítica, del ideológicamente inefable John Milton, se hace necesario en nuestro presente por, al menos, tres cuestiones: nos habla de una cierta verdad sobre el mundo, nos permite entender la situación actual al respecto de un fenómeno indeseable y nos aporta una base teórica para los avances históricos de ese mismo fenómeno —aunque, en cualquier caso, la primera de estas cuestiones incluye en sí misma las restantes — . Es por ello que rescatarlo aquí hoy no es una cuestión de pura boutade o un ejercicio de estilo vacío, sino que es practicado con la clara intencionalidad de hablar sobre un hecho que, aun siendo obviado de forma sistemática por la prensa actual, amenaza de forma constante el pensamiento del presente: la existencia latente de la censura en los mecanismos de poder actuales. En éste sentido se hace necesario hacer no sólo un análisis de la censura en sí, de sus efectos y sus causas, sino una genealogía de como la censura ha evolucionado hasta conformarse lo que es hoy para, a través de su conformación constante, poder comprender como ejerce su poder en el mundo; la censura, en tanto obligación de no-no pensar lo que el poder desea que sea pensado, implica la necesidad de ser pensada de forma ajena al mecanismo de la censura en sí: sólo es posible pensar lo impensable bordeándolo, estableciendo sus límites. Por ello, en un ejercicio de propedéutica wittgeinsteniana, pensaremos la censura a través de sus límites fenoménicos y no a través de los efectos del fenómeno en sí.
La problemática de la censura, independientemente de si hablamos de una censura activa (no permitir escribir) o de una censura pasiva (establecer unos límites difusos de aquello que sería, o no, aceptable para establecer una auto-censura personal en los autores), se circunscribe no tanto en una problemática de negación de la libertad como de confirmación de minoría de edad del hombre: la censura de un libro no significa que ese libro no deba existir, que sólo es capaz de dañar la mente del hombre, sino que, necesariamente, no existe hombre capaz de distinguir entre un bien que ha de hacer suyo y un mal que envenenará su existencia. Ésto, que no deja de ser una aproximación tangencial a la cuestión que pasa por una breve recensión intrusiva de la mano de Inmanuel Kant, nos interesa especialmente porque Aeropagítica posee a su vez un problema de base radicado en esta cuestión: no censura la censura, sino que la aprueba sólo en tanto es una emanación que proviene necesariamente de un poder superior —que, aun cuando caracteriza como Dios, perfectamente podría ser, y en ocasiones así lo da a entender, El Estado.
Cuando John Milton aboga por la necesidad de negar la censura lo hace desde los términos de que un buen libro es la sangre preciosa de un espíritu maestro, embalsamada y atesorada con el propósito de una vida más allá de la vida; el propósito último de la defensa de la libre publicación no es precisamente que el hombre sea capaz de discernir la verdad sobre la mentira, sino que el conocimiento es necesariamente algo emanado de una instancia superior que es inaprensible por el hombre. El auténtico problema de Areopagítica es que, pretendiéndose una defensa contra la censura activa imperante en la época, no es más que la justificación de otro tipo de censura, una pasiva, en la cual la acción de censura cae en un a posteriori de la publicación — aunque afirma querer la libertad de conocer, de expresar, de discutir libremente y según su conciencia, por encima de todas las libertades no se le caerán los anillos al afirmar que los libros deben estar obligatoriamente firmados por impresor y editor para así poder ejercer intervenciones legales contra la blasfemia: libertad sí, pero sólo cuando no sobrepase los límites de lo deseado por el poder. Es por ello que en este texto, enarbolado por la crítica liberal como el panfleto definitivo de su pensamiento primero, sus efectos en el presente no son ninguna encendida defensa de lo que hoy podríamos considerar un liberalismo avant la lettre, sino una postura mucho más delicada: la política de censura en China.
Aun sumergidos en el affaire Nanfang Zhoumo, donde los periodistas del periódico chino de Guangdong se enfrentan rabiosamente contra la censura, Han Han escribió uno de sus artículos inspiracionales donde juega siempre a caminar al borde del abismo que le separa, como por una delicada cortina de seda al viento, de la comodidad de su posición de fenómeno de masas. Y si es cierto que hay un poder que te hace llorar y otro que te hace perder la orientación, una censura activa y una censura pasiva, podríamos vislumbrarlo de forma radicalmente evidente en un fragmento de este último artículo de Han Han:
Puedes tener lo que llaman “libertad”, porque ellos pueden condenar tu libertad. Ya sea literatura, información o televisión, tienes que emplear toneladas de energía para poder ganarte su aprobación. Y aunque quieras conocer bien las normas, ellos tampoco dicen claro cuáles son. De esta forma, hacen que todo mundo considere que las están rompiendo de un modo u otro. Así que, la única manera que tienes de aceptarlas, es volverte uno de ellos. Siempre acabamos censurándonos a nosotros mismos, asustados, temblando de miedo y no paramos de intentar adivinar lo que quieren. Te desgarran la ropa y te sujetan por el cuello mientras te dicen que tienes que correr más rápido y cantar mejor para poder mantener así su posición honorable en el mundo.
Han Han (韩寒), Siempre hay un poder (总有一种力量),El bloguero y escritor Han Han apoya al Nanfang Zhoumo, 2012
Lo que propone John Milton en su adocenada defensa de la libertad no es, en caso alguno, una defensa a ultranza contra la censura, sino precisamente todo aquello que Han Han critica en el gobierno de su país. La figura de Dios —o el estado totalitario o el capital, tanto da— te deja hacer lo que quieras pero haciéndote saber que siempre estás al borde del error, de la blasfemia, de la auto-condena; la censura pasiva por la cual aboga Milton, y que encontraría hoy su correlato en China, no sería más que la refinada forma de auto-enculpar de forma sibilina a aquellos que piensan más allá de lo estrictamente ordinario: si no sabes cuales son los límites de lo aceptable, es mucho más difícil jugar a bordearlos de forma sistemática. ¿Y en qué se escusa entonces la censura para ejercerla? Hacerlo bien, hacerlo lo mejor posible, pero sin saber en absoluto que es lo que te están pidiendo; ¿cómo es posible ganar en un juego donde no sabes ninguna de las reglas y, de hecho, van cambiando de forma sistemática según los intereses del otro árbitro? Es aquí donde la censura se encamina hacia el terreno pasivo, hacia las pesadillas kafkianas que tiñen el presente, en el cual hay una cierta verdad impuesta por el poder que, sin embargo, permanece siempre translucida a la mirada: intuimos lo que quieren sin poder tener la certeza de que es: no hay verdad más allá de la auto-censura por el terror paranoico que produce la posibilidad de faltar hacia una verdad que se nos revela como sustento de la realidad —y es aquí donde emparenta esta censura con Franz Kafka, ¿qué es el proceso de un agrimensor que no consigue nunca entrar al castillo que le han llamado si no el proceso por el cual hacen que todo mundo considere que las están rompiendo de un modo u otro?
No es posible pensar nada más allá de la censura pasiva, pues aunque sabemos que hay censura —pues tenemos una certeza absoluta que, aun cuando nos es imposible discernir, podemos afirmar de forma tajante que está ahí: la vivimos, aun cuando no se nos muestra ante nuestros ojos— combatirla pasa necesariamente por visibilizarla, lo cual sólo puede hacerse acudiendo a sus límites, o bien hablamos de otra cosa o bien re-creamos su constructo fenoménico a través de una genealogía de los efectos teóricos —si es que tal separación es posible. Si los límites de mi conocimiento son los límites de mi mundo, todo aquello que no puedo saber es, precisamente, aquello donde se ejerce la censura: el corazón del corazón de la censura.
Entre el liberalismo religioso de Milton, el terror existencial de Kafka y la censura contemporánea en China no sólo es que no haya separación, sino que todos ellos están en el grado cero del colapso absoluto del mundo como pronóstico, como visión, como ejercicio.
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