Etiqueta: ideas

  • Veinte años de «El club de la lucha». Mutaciones, ideas víricas y el autor como ficción

    Veinte años de «El club de la lucha». Mutaciones, ideas víricas y el autor como ficción

    Cocinando ideas

    «Siempre es me­jor acu­dir al ori­gi­nal». Todos he­mos di­cho eso al­gu­na vez por­que no de­ja de so­nar ló­gi­co: en­tre la co­pia y el ori­gi­nal siem­pre ha de ser me­jor el ori­gi­nal. Toda co­pia no de­ja de ser un de­gra­da­do, la for­ma ca­si idén­ti­ca, pe­ro di­fe­ren­te, de al­go que exis­te en pri­me­ra ins­tan­cia. Salvo por­que a ve­ces la co­pia apor­ta su pro­pia iden­ti­dad en el cambio.

    El Club de la Lucha es un li­bro más co­no­ci­do de oí­das que por ha­ber si­do leí­do. Oídas que nos re­mi­ten a la pe­lí­cu­la, a las re­fe­ren­cias, a los me­mes. Como cual­quier otro gran even­to cul­tu­ral su iden­ti­dad ha aca­ba­do de­for­mán­do­se pa­ra ser no aque­llo que es, sino la ima­gen que se ha trans­mi­ti­do de él. Veinte años des­pués de su pu­bli­ca­ción ya no pen­sa­mos en la no­ve­la de Chuck Palahniuk, sino en lo que han he­cho de la no­ve­la de Chuck Palahniuk. Y por des­gra­cia, la no­ve­la es in­fi­ni­ta­men­te más su­ges­ti­va que cual­quier otro acer­ca­mien­to «de oí­das» que po­da­mos ha­cer ella.

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  • Controla el lenguaje y controlarás el mundo. Sobre «Pontypool» de Bruce McDonald

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    Todo cuan­to hay de in­fec­cio­so en las pa­la­bras pro­vie­ne de sus ideas, de aque­llo que sig­ni­fi­can. Lo pro­ble­má­ti­co no es el so­ni­do o la for­ma de aque­llo que de­ci­mos, el so­ma cons­ti­tu­yen­te de su exis­ten­cia, sino lo se re­pro­du­ce a tra­vés de esa for­ma, los me­mes sub­ya­cen­tes que se trans­por­tan a tra­vés de las pa­la­bras; el tér­mino «pe­rro» sig­ni­fi­ca «ma­mí­fe­ro do­més­ti­co de la fa­mi­lia de los Cánidos, de ta­ma­ño, for­ma y pe­la­je muy di­ver­sos, se­gún las ra­zas» no por­que la for­ma de la pa­la­bra lo sig­ni­fi­que, ya que en otros idio­mas es dog o chien­ne o ca­nis lu­pus fa­mi­lia­ris y sig­ni­fi­ca lo mis­mo, sino por­que con­tie­ne la idea, el con­cep­to ideal, de lo que es un pe­rro. Al de­cir «pe­rro» (o dog o chien­ne o ca­nis lu­pus fa­mi­lia­ris) ca­da per­so­na pue­de pen­sar en un pe­rro es­pe­cí­fi­co o en una abs­trac­ción in­de­ter­mi­na­da de lo que su­po­ne —o lo que es lo mis­mo, su acep­ción aca­dé­mi­ca que ya he­mos nom­bra­do o al­gu­na otra — , pe­ro to­dos com­pren­de­mos a qué cla­se de ani­mal nos re­fe­ri­mos. Toda pa­la­bra es un vi­rus por su sig­ni­fi­ca­do, por aque­llo de su con­te­ni­do que es re­pro­duc­ti­ble en la men­te de otros so­bre­pa­san­do las in­ter­pre­ta­cio­nes par­ti­cu­la­res que ca­da per­so­na ha­ga del mis­mo, no por su forma.

    Pontypool sig­ni­fi­ca por­que es un con­flic­to abier­to en­tre el ac­to co­mu­ni­ca­ti­vo pu­ro y el ac­to poé­ti­co, en­tre la ex­pre­sión de una ver­dad li­te­ral y una ver­dad me­ta­fó­ri­ca: la pro­duc­to­ra y los in­fec­ta­dos quie­ren un ac­to co­mu­ni­ca­ti­vo pu­ro que es im­po­si­ble, una uto­pía de ob­je­ti­vi­dad ne­ga­da por la vi­sión sub­je­ti­va que tie­ne to­do in­di­vi­duo de los acon­te­ci­mien­tos; el pre­sen­te y la su­per­vi­ven­cia de la hu­ma­ni­dad re­quie­ren un ac­to poé­ti­co in­fil­trán­do­se por ca­da res­qui­cio de in­for­ma­ción, in­ter­pre­tar el mun­do a par­tir de la in­for­ma­ción que te­ne­mos pa­ra in­ten­tar bus­car un cam­bio en el mis­mo. Grant Mazzy se en­fren­ta con­tra la ló­gi­ca im­pe­ran­te, el «1+1» de «la ob­je­ti­vi­dad pe­rio­dís­ti­ca» y «es lo que el pú­bli­co quie­re» —la gran fal­se­dad pla­tó­ni­ca: jus­ti­fi­car que, en úl­ti­mo tér­mino, aquel al que siem­pre se le han mos­tra­do co­mo reales lo que no eran más que som­bras chi­nas no quie­re co­no­cer la reali­dad— a tra­vés de la poe­sía, con­vir­tien­do la no­ti­cia en re­fle­xión, no bus­can­do el sig­ni­fi­ca­do de las pa­la­bras (que ya se co­no­ce y re­pi­te de for­ma cons­tan­te, sin ne­ce­si­dad de me­dia­ción), sino su po­si­ble in­ter­pre­ta­ción (que es re­crear el sig­ni­fi­ca­do, ori­gi­nar de nue­vo su sen­ti­do da­do el con­tex­to del presente).

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  • Movimientos (totales) en el arte mínimo (X)

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    Mejor que vivir
    Miguel Noguera
    2014

    ¿Qué es po­si­ble en­con­trar en Mejor que vi­vir que no ha­ya­mos en­con­tra­do has­ta el mo­men­to de Miguel Noguera? Nada, sal­vo «más» Noguera. Más con­cen­tra­do, más abu­si­vo, más ex­tre­mo. ¿Mejor? No por ne­ce­si­dad, ya que aquí hay más al­ti­ba­jos —sus ideas se es­bo­zan, no se de­sa­rro­llan con pro­fu­sión, lo cual per­mi­te in­tro­du­cir más ju­gan­do arries­gan­do la ca­li­dad por can­ti­dad— sin por ello ha­cer que la ca­li­dad dis­mi­nu­ya Ha do­mi­na­do la idea. Donde an­tes ne­ce­si­ta­ba de­sa­rro­llos más lar­gos aho­ra, con­cen­tra­dos, co­mo un flash, alum­bran con la mis­ma in­ten­si­dad en una me­nor du­ra­ción. Aunque no siem­pre, pues en oca­sio­nes la idea no ter­mi­na de en­ca­jar o no des­pier­ta esa chis­pa in­ter­na que se le in­tu­ye, sí po­de­mos en­con­trar en la ma­yo­ría de ca­sos co­mo des­pe­ga ha­cia el in­fi­ni­to en sin­gu­la­ri­dad. Sus ideas son más den­sas, pe­ro más sencillas.

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  • El pálido fuego de la literatura es su propia (posibilidad de) existencia (II)

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    Pálido Fuego, por Vladimir Nabokov 

    Una de las ma­yo­res di­fi­cul­ta­des cuan­do abor­da­mos una obra li­te­ra­ria es pre­ten­der que en ella el es­cri­tor no ha de­po­si­ta­do al­go par­ti­cu­lar de sí. Es ló­gi­co que en tan­to una per­so­na ha de­di­ca­do me­ses, sino años, en la ges­ta­ción com­ple­ta de un pro­yec­to ha­ya en es­ta, de for­ma más o me­nos no­to­ria, par­te de su es­pí­ri­tu de­po­si­ta­da co­mo mo­do de in­su­flar­le una au­tén­ti­ca vi­da más allá de su ca­li­dad in­trín­se­ca; to­da obra es hi­ja de su crea­dor, in­de­pen­dien­te­men­te de que es­ta lue­go ten­ga que re­co­rrer el mun­do so­la. Pero aun con to­do no hay oca­sión en la que una no­ve­la no es­té te­ñi­da de la opi­nión del otro, del lec­tor, de aquel que co­men­ta la obra en sus már­ge­nes ‑de for­ma li­te­ral o metafórica- apro­pián­do­se pa­ra sí de to­do cuan­to lee en ella. ¿Acaso no es ló­gi­co que, al leer una no­ve­la cual sea, nos sin­ta­mos iden­ti­fi­ca­dos o, co­mo mí­ni­mo, sa­que­mos in­ter­pre­ta­cio­nes que siem­pre es­ta­rán re­la­cio­na­dos con nues­tra pro­pia opi­nión al res­pec­to del mun­do? Lo es, por eso nos gus­ta la literatura.

    La pe­cu­lia­ri­dad de Pálido Fuego de Nabokov no es ya el he­cho de crear una fic­ción bio­grá­fi­ca par­ti­cu­lar crea­da en for­ma de poe­ma de un per­so­na­je, co­sa que por otra par­te no tan ex­tra­ña, sino que su par­ti­cu­lar sin­gu­la­ri­dad es co­mo es­ta sir­ve de es­cu­sa pa­ra edi­fi­car una no­ve­la. Ahora bien, es­to no sig­ni­fi­ca que se val­ga del ma­ni­do re­cur­so de apro­ve­char un com­po­nen­te bio­grá­fi­co pa­ra edi­fi­car to­da una his­to­ria co­mo se lle­gó has­ta esa si­tua­ción, sino que re­tuer­ce to­da la pre­mi­sa has­ta con­ver­tir el co­men­ta­rio crí­ti­co del poe­ma en la pro­po­si­ción mis­ma de la no­ve­la en sí. No hay una cons­truc­ción a par­tir del poe­ma que de pie a una his­to­ria na­rra­ti­va en sen­ti­do clá­si­co, sino que el poe­ma es un ex­qui­si­to ejer­ci­cio de es­ti­lo que da a pie a la cons­truc­ción de otro aun ma­yor ejer­ci­cio de es­ti­lo; el poe­ma es pro­ce­so y cons­truc­ción de un to­do ma­yor, la no­ve­la, que se edi­fi­ca a par­tir de su per­tur­ba­ción de los có­di­gos de la crí­ti­ca. O, lo que es lo mis­mo, en Pálido Fuego po­de­mos de­cir que hay con­te­ni­da una no­ve­la por­que de he­cho es una no­ve­la que se dis­fra­za de otros gé­ne­ros ‑la poe­sía, el en­sa­yo literario- pa­ra así po­der de­fi­nir­se co­mo tal de for­ma que va­ya más allá de los me­ros con­ven­cio­na­lis­mos na­rra­ti­vos de lo que su­po­ne ser no­ve­la. Es un pá­li­do fue­go por­que es una pá­li­da no­ve­la, al­go que só­lo pa­re­ce no­ve­la por­que sa­be­mos que lo es. 

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  • Dios, o Ubik, es la única sustancia verdadera

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    Ubik, de Philip K. Dick

    Si, co­mo afir­ma Berkeley, ser es ser per­ci­bi­do en­ton­ces nos en­con­tra­mos con una in­fi­ni­dad de pro­ble­mas en nues­tra re­la­ción con nues­tra men­te. El ca­so más co­no­ci­do es creer ver al­go que no es­tá ahí por el ra­bi­llo del ojo o en si­tua­cio­nes de po­ca luz de­bi­do a que, esen­cial­men­te, nues­tro ce­re­bro re­lle­na los es­pa­cios hue­cos que de­jan nues­tros sen­ti­dos con lo que a él más le vie­ne en ga­na; hay al me­nos una par­te sus­tan­cial de nues­tra reali­dad que no es lo que hay sino lo que que­re­mos ver. Bajo es­tas cir­cuns­tan­cias ser per­ci­bi­do no ha­ce ser en ab­so­lu­to a na­die pues, co­mo es ló­gi­co, unas som­bras in­for­mes que nos pa­re­cen una si­lue­ta hu­ma­na no con­fi­gu­ran una per­so­na. Por su­pues­to aquí en­tra­ría­mos en la pro­ble­má­ti­ca su­brep­ti­cia de que ser es ser per­ci­bi­do ne­ce­sa­ria­men­te, só­lo si nos per­ci­ben to­dos los ob­je­tos de un en­torno da­do po­de­mos dar por he­cho que, de he­cho, so­mos. Esto des­en­tra­ña­rá otra se­rie de pro­ble­mas, al­gu­nos de ellos in­creí­ble­men­te ab­sur­dos, pe­ro aquí nos si­tua­ría­mos en la pre­mi­sa más ra­zo­na­ble de Berkeley: só­lo so­mos en tan­to so­mos percibidos.

    Esto se vuel­ve es­pe­cial­men­te com­ple­jo en el mun­do de Philip K. Dick don­de em­pre­sas y par­ti­cu­la­res se ven es­pia­dos por te­lé­pa­tas y pre­cos, per­so­nas con la ca­pa­ci­dad de la pre­cog­ni­ción, ya que es­tos es­ca­pan de esa po­si­bi­li­dad de ser per­ci­bi­dos. Los te­lé­pa­tas en tan­to leen la men­te de los de­más no son per­ci­bi­dos, pues es­tán fue­ra pe­ro den­tro de los de­más, mien­tras que los pre­cos en tan­to pue­den ver el fu­tu­ro no son per­cep­ti­bles, pues sus ac­cio­nes vie­nen de­ter­mi­na­das por con­tin­gen­cias fu­tu­ras de ac­ción que no po­de­mos vis­lum­brar. ¿Qué sen­ti­do tie­ne en­ton­ces la teo­ría de Berkeley? Por su­pues­to pa­ra Dick la tie­ne mu­cho ya que es uno de los pi­la­res ‑aun­que no el esen­cial, pues és­te es só­lo su casa- a tra­vés de los que sos­tie­ne Ubik co­mo nos de­mues­tra con la exis­ten­cia de anti-psíquicos; la na­tu­ra­le­za crea unas en­ti­da­des que no pue­den ser per­ci­bi­das pe­ro, a su vez, crea otras que in­du­cen que es­tas pue­den ser per­ci­bi­das por al­guien. Para que exis­ta un equi­li­brio real y jus­to en el mun­do to­da per­so­na de­be po­der ser ob­ser­va­da por otra al­guien pues, si no, se con­vier­te en in­vi­si­ble; si no exis­tie­ran los an­tip­sí­qui­cos en Ubik sea cua­les­quie­ra la cla­se de psí­qui­co que ac­tua­ra en el mun­do se­ría in­vi­si­ble, no se­ría, pues no ha­bría for­ma ma­te­rial de de­li­mi­tar­lo exis­ten­cial­men­te co­mo tal en su particularidad.

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