Pálido Fuego, por Vladimir Nabokov
Una de las mayores dificultades cuando abordamos una obra literaria es pretender que en ella el escritor no ha depositado algo particular de sí. Es lógico que en tanto una persona ha dedicado meses, sino años, en la gestación completa de un proyecto haya en esta, de forma más o menos notoria, parte de su espíritu depositada como modo de insuflarle una auténtica vida más allá de su calidad intrínseca; toda obra es hija de su creador, independientemente de que esta luego tenga que recorrer el mundo sola. Pero aun con todo no hay ocasión en la que una novela no esté teñida de la opinión del otro, del lector, de aquel que comenta la obra en sus márgenes ‑de forma literal o metafórica- apropiándose para sí de todo cuanto lee en ella. ¿Acaso no es lógico que, al leer una novela cual sea, nos sintamos identificados o, como mínimo, saquemos interpretaciones que siempre estarán relacionados con nuestra propia opinión al respecto del mundo? Lo es, por eso nos gusta la literatura.
La peculiaridad de Pálido Fuego de Nabokov no es ya el hecho de crear una ficción biográfica particular creada en forma de poema de un personaje, cosa que por otra parte no tan extraña, sino que su particular singularidad es como esta sirve de escusa para edificar una novela. Ahora bien, esto no significa que se valga del manido recurso de aprovechar un componente biográfico para edificar toda una historia como se llegó hasta esa situación, sino que retuerce toda la premisa hasta convertir el comentario crítico del poema en la proposición misma de la novela en sí. No hay una construcción a partir del poema que de pie a una historia narrativa en sentido clásico, sino que el poema es un exquisito ejercicio de estilo que da a pie a la construcción de otro aun mayor ejercicio de estilo; el poema es proceso y construcción de un todo mayor, la novela, que se edifica a partir de su perturbación de los códigos de la crítica. O, lo que es lo mismo, en Pálido Fuego podemos decir que hay contenida una novela porque de hecho es una novela que se disfraza de otros géneros ‑la poesía, el ensayo literario- para así poder definirse como tal de forma que vaya más allá de los meros convencionalismos narrativos de lo que supone ser novela. Es un pálido fuego porque es una pálida novela, algo que sólo parece novela porque sabemos que lo es.
¿Es esto una huida hacia adelante? Nada más lejos de la realidad, es una huida hacia atrás; es una huida hacia el momento en que las convenciones literarias eran inexistentes, y la novela era todo aquello que narraba una historia aunque en esta hubiera contenida su propia crítica, un poema o una narratividad ensayística: el fuego es pálido no por nuevo, sino por antiguo. Pero para hacer esto no se sale de la novela, no se sitúa a él mismo como un personaje, sino que construye la ficción desde dentro con el alocado Charles Kinbote, personaje a través del cual construye esa simbiosis constante entre una genuina reflexión crítica al respecto del poema y los pareces argumentales comunes en una construcción novelística. El interés radical que tiene Pálido Fuego no es ya como revelación de algo más, de algo diferente, sino de su vuelta al pasado: no pretende innovar, consciente de que es imposible hacerlo, sino que pretende destruir los códigos que crean las barreras diferenciadas entre géneros.
Ahora tendría la tentación de afirmar que es la novela de Charles Kinbote, que en realidad sólo en tanto él asume la carga de editar el poema aun cuando la viuda del autor se opone a la idea, hacerlo sería caer radicalmente en la farsa. La novela sólo lo es en tanto es una novela a partir del poema, pues todo es un componente en sí dentro de esta. El papel de Kinbote es determinante, pues sin él nunca llegaría a convertirse lo que es un germen novelístico en potencia en una novela en acto, pero de hecho sólo es otro elemento que activa este acontecimiento; el interés radical que muestra éste precipita los sucesos, pero aun cuando Nabokov hubiera elegido otro crítico literario algo más ortodoxo podría haber convivido en esta la evolución hacia un régimen novelístico. La construcción que hace es a través de todo un conjunto determinado dentro de su potencia misma, no de una serie de elementos narrativos que creen lo que denominamos una novela: Pálido Fuego es una novela sólo en tanto admitimos que lo es de forma ajena a que su construcción lo sea; es una novela porque de hecho nos narra la historia determinada de algo ‑de un poema, de la interpretación de un poema, de un rey exiliado o de un poeta y su vida- independientemente de como lo haga.
Lo que hace aquí Nabokov es la construcción de un algo que llamamos novela para entender lo que ejercita, pero que va más allá de la limitada (e imbécil) interpretación de la novela decimonónica imperante hoy en el mundo. Su propósito, como en toda su obra, parece ser el revertir ese ámbito de la narratividad para dejar pasar un estilo indomable que impregne cada gota de tinta que caiga sobre el blanco papel, cargando todo de una mágica aventura donde importa más el cómo se dice y piensa algo que qué se dice y piensa a lo largo del tiempo. Porque aun siendo novela, lo que realmente es una novela, está trufado de ideas y reflexiones, de aventuras y sentimientos, está cargada de una realidad tan profunda que el mundo transpira a cada segundo sin necesidad de cartografiar minuciosamente cada milimetro de éste; es un pálido fuego porque no necesita ser una gran llamarada luminosa para mostrar al mundo que es fuego, le vale con su tenue luz que nos permite otear las figuras de la sempiterna noche.
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