Etiqueta: ilustración

  • Mito e interpretación. Sobre «Ilustraciones al Libro de Job» de William Blake

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    Toda lec­tu­ra es in­ter­pre­ta­ción, to­da in­ter­pre­ta­ción es una mi­to­lo­gía de las ex­pe­rien­cias de ca­da per­so­na en el mun­do. Nunca lee­mos un tex­to sin lle­var­lo ha­cia nues­tro te­rreno, ha­cia nues­tra exis­ten­cia, pa­ra ha­cer­lo en­ca­jar den­tro de nues­tra or­de­na­da cos­mo­vi­sión del mun­do; to­dos dis­po­ne­mos de una mi­to­lo­gía per­so­nal, cons­cien­te o in­cons­cien­te, a tra­vés de la cual asi­mi­la­mos cual­quier acon­te­ci­mien­to fí­si­co o cul­tu­ral den­tro de nues­tras ca­be­zas. La re­li­gión ema­na des­de nues­tro in­te­rior. La di­vi­ni­dad re­si­de en el co­ra­zón del hom­bre que ob­ser­va el mun­do, por­que só­lo a tra­vés de la in­ter­pre­ta­ción —que es, por ne­ce­si­dad, do­tar de un sen­ti­do úl­ti­mo a los acon­te­ci­mien­tos que ca­re­cen de sig­ni­fi­ca­do fue­ra del que no­so­tros le de­mos— nos es po­si­ble ob­ser­var, en­ten­dien­do por «ob­ser­var» más bien «co­no­cer», el mundo. 

    El in­te­rés de William Blake por el li­bro de Job —el más he­te­ro­do­xo de los li­bros ca­nó­ni­cos, in­clu­so a pe­sar de la in­sis­ten­cia (es­pu­ria) en su des­co­ne­xión temático-religiosa con el res­to de los li­bros; Job es cohe­ren­te con el caó­ti­co Dios del Antiguo Testamento, no así con el be­ne­vo­len­te pa­dre del Nuevo— va más allá de la or­to­do­xia, re­tor­cien­do de for­ma sis­te­má­ti­ca el men­sa­je ori­gi­nal de la obra. A tra­vés de la se­lec­ción de imá­ge­nes del li­bro que va plas­man­do en sus ilus­tra­cio­nes, to­das ellas acom­pa­ña­das de ci­tas bí­bli­cas no ne­ce­sa­ria­men­te ex­traí­das de Job, va cons­tru­yen­do una in­ter­pre­ta­ción per­so­nal del mis­mo que aca­ba por con­ver­tir­se en una ver­sión al­ter­na­ti­va del tex­to; no tie­ne sen­ti­do pre­ten­der leer las des­ven­tu­ras de Job des­de la de­cons­truc­ción de Blake co­mo una in­ter­pre­ta­ción o ver­sión ca­nó­ni­ca del li­bro ori­gi­nal, por­que lo úni­co que le in­tere­sa es ver có­mo en­ca­ja és­te den­tro de su par­ti­cu­lar mi­to­lo­gía co­mo una fi­gu­ra pro­me­tei­ca. Convierte a Job en al­go más en tan­to no pre­ten­de plas­mar el sig­ni­fi­ca­do de su exis­ten­cia, sino la ra­zón tras la misma.

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  • Los modos de producción determinan la relación con los cuerpos. Sobre «Taxidermia» de György Pálfi

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    El mo­do de pro­duc­ción de las con­di­cio­nes ma­te­ria­les de vida
    de­ter­mi­na el ca­rác­ter ge­ne­ral de los pro­ce­sos de la vi­da social,
    po­lí­ti­ca y es­pi­ri­tual. No es la con­cien­cia de los hombres
    lo que de­ter­mi­na su pro­pio ser, sino que, por el contrario,
    el ser so­cial de los hom­bres es lo que de­ter­mi­na la con­cien­cia de éstos.

    Contribución a la crí­ti­ca de la eco­no­mía po­lí­ti­ca, de Karl Marx

    Nada más in­vi­si­ble que la car­ne que ha­ce mun­do. Durante si­glos, mi­le­nios in­clu­so, sal­vo aque­llos que de­ci­die­ron con­ver­tir­se en pen­sa­do­res al mar­gen, que no en los már­ge­nes, ya que eran au­to­má­ti­ca­men­te ex­clui­dos de cual­quier ofi­cia­li­dad pre­sen­te, ha­blar de los cuer­pos es­ta­ba prohi­bi­do: se ad­mi­ra­ban, se de­sea­ban, in­clu­so se cui­da­ban y se apren­día a cu­rar­los, no así se usa­ban pa­ra pen­sar. Era te­rreno ve­da­do. Todo cuer­po era la par­te in­no­ble de la cons­cien­cia, del co­no­ci­mien­to, del ser mis­mo, que ha­bi­ta más allá de una car­ne que no es su­ya, sino una pri­sión de la cual bus­ca­ría tras­cen­der; des­de el idea­lis­mo pla­tó­ni­co has­ta el trans­hu­ma­nis­mo, la idea de la car­ne co­mo pri­sión del mun­do ha si­do la más po­pu­lar, por cons­tan­te, du­ran­te la his­to­ria del hom­bre. Nada tan ín­ti­mo ha si­do tan des­pre­cia­do. Todo de­seo, des­car­na­do. No ten­dría sen­ti­do cen­su­rar to­do pen­sa­mien­to al res­pec­to de los cuer­pos, de la car­ne, sino exis­te al­go pe­li­gro­so en ellos, por­que nun­ca se cen­su­ra aque­llo que no es ca­paz de ha­cer tam­ba­lear los ci­mien­tos del po­der. Algo apes­ta en Occidente cuan­do los mo­nar­cas y los oli­gar­cas, los un­gi­dos y los ban­ca­rios, pue­den acep­tar en co­mún la ilus­tra­ción, el triun­fo de la cons­cien­cia so­bre la carne.

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  • ¿Qué es la novela gráfica? Una novela híbrida en sí misma

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    Elektra y Lobezno: La re­den­to­ra, de Greg Rucka y Yoshitaka Amano

    Si hoy al­guien que ja­más ha sen­ti­do el más mí­ni­mo in­te­rés por el có­mic más allá del sa­ber de su exis­ten­cia se de­ci­die­ra por acer­car­se a él, se abri­ría an­te una ba­ta­lla in­ter­mi­na­ble ba­sa­da en lo ter­mi­no­ló­gi­co que no le ca­bría con­ce­bir en un me­dio tan apa­ren­te­men­te outsi­der co­mo es el del có­mic. Mientras las gran­des com­pa­ñías de có­mic de EEUU alu­den pa­ra sí el tér­mino có­mic co­mo el pa­ra­dig­ma del gé­ne­ro, cier­to es­ti­lo de có­mic mal con­si­de­ro más adul­to se auto-denomina a sí mis­mo no­ve­la grá­fi­ca; a su vez, las di­fe­ren­tes de­no­mi­na­cio­nes re­gio­na­les que to­dos co­no­ce­mos ha­cen ca­da vez más y más com­ple­jo el en­con­trar cuan­to hay de ló­gi­ca en una se­pra­ción sin nin­gún sen­ti­do for­mal es­tric­to. Es por ello que an­te la con­fu­sión de al­guien que no se ha in­tere­sa­do por el có­mic nun­ca, es­ta se­pa­ra­ción re­sul­ta­ría una ma­ne­ra co­mo otra cual­quie­ra pa­ra pro­yec­tar­lo de nue­vo fue­ra del in­te­rés pe­ri­fé­ri­co del có­mic por la com­ple­ji­dad que és­te pre­sen­ta pa­ra aquel que se acer­ca de nue­vo ha­cia és­te. ¿Existe al­gu­na di­fe­ren­cia cla­ra y real en­tre có­mic y no­ve­la grá­fi­ca que nos per­mi­ta jus­ti­fi­car tal separación?

    Elektra y Lobezno se en­con­tra­rían en el sub­se­llo Marvel Graphic Novels ba­jo el guión de Greg Rucka, el cual nos cuen­ta una in­tere­san­te his­to­ria de vio­len­cia. Elektra Natcnios de­be ase­si­nar a un hom­bre de ne­go­cios, un tra­ba­jo más de no ser por el he­cho de que Lobezno se en­cuen­tra pro­te­gien­do a la hi­ja de su ob­je­ti­vo que se en­con­tra­rá en la po­si­ción de ser una in­de­sea­da tes­ti­go de lo acon­te­ci­do. Aquí co­men­za­rá el bai­le don­de Elektra, en po­se­sión de la ni­ña, se en­fren­ta­rá ca­ra a ca­ra con­tra la fuer­za ani­mal de un Lobezno afec­ta­do más emo­cio­nal que pro­fe­sio­nal­men­te ‑co­sa que no de­be ex­tra­ñar­nos, Lobezno ya ha de­mos­tra­do en va­rias oca­sio­nes su par­ti­cu­lar de­bi­li­dad emo­cio­nal por los niños- en una his­to­ria que se si­túa más cer­ca de un des­pia­da­do hard­boi­lled que de el clá­si­co có­mic de super-héroes al que nos tie­ne acos­tum­bra­do la com­pa­ñía. El pro­ble­ma de to­do es­to es que lo que nos cuen­ta Greg Ruucka no es un guión que es con­ver­ti­do en imá­ge­nes pa­ra con­tar la his­to­ria se­cuen­cial­men­te a tra­vés de es­tas, es una no­ve­la que ha si­do ilus­tra­da a par­tir de las imá­ge­nes que va crean­do den­tro de su pro­pia cas­ca­da verbal.

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  • MoebiusxJorodowski. Los ojos del gato en cinco ilustraciones y seis haikus.

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    Ojos ro­ba­dos
    ba­jo la hiel de cielo,
    co­rrup­ción de sí.

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  • pequeñas cosas furiosas

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    En mu­chas oca­sio­nes de la vi­da ne­ce­si­ta­mos de esa fi­gu­ra ama­ble, dul­ce in­clu­so, que con su me­ra pre­sen­cia nos re­con­for­ta y nos ha­ce sen­tir pro­te­gi­dos. Esto pro­du­ce que, en al­gu­nas oca­sio­nes, al­guien que nos es des­co­no­ci­do con­si­gue co­nec­tar con no­so­tros y trans­mi­tir­nos esa sen­sa­ción con es­tar cer­ca nues­tro, aun cuan­do no lo co­no­cía­mos has­ta aho­ra. Algo así es lo que ocu­rre con las ilus­tra­cio­nes y có­mics de Mikelodigas que es­tre­nó por­ta­fo­lio nue­vo es­ta semana.

    Aunque pa­ra los se­gui­do­res de és­te blog ya de­be­rían co­no­cer­lo de so­bra por ser el ilus­tra­dor de ca­be­ce­ra del mis­mo ‑véa­se ilus­tran­do los Oscar, con un có­mic so­bre Halloween o ilus­tran­do un re­la­to- nun­ca es­tá de­más re­cal­car su tra­ba­jo. Así en las ilus­tra­cio­nes de Mikel nos en­con­tra­mos esa cons­tan­te de di­bu­jos es­ti­lo car­toon, acha­pa­rra­dos y abs­traí­dos ha­cia un mun­do de for­mas emi­nen­te­men­te geo­mé­tri­cas. Esta ba­rro­qui­za­ción de la reali­dad a tra­vés de la sen­ci­llez se re­fuer­za en su uso de co­lo­res, ten­den­te ha­cia lo apa­ren­te­men­te bi­co­lor, que re­fuer­za la gra­ve­dad con­for­ta­ble de lo re­pre­sen­ta­do. Sus tra­zos, sen­ci­llos y cla­ros, se ven car­ga­dos de maes­tría en su uso in­te­li­gen­te y co­me­di­do del co­lor. Pero por es­to mis­mo es por lo que sus ilus­tra­cio­nes nos re­sul­tan fa­mi­lia­res, con­si­gue re­crear el mun­do in­te­rior en el que ha­bi­ta su men­te. Casi co­mo la re­pre­sen­ta­ción de los pai­sa­jes men­ta­les de su ni­ño in­te­rior, de un adul­to que aun no ha per­di­do la ino­cen­cia, con­si­gue di­ri­gir­se de tú a tú con esa pe­que­ña par­te de no­so­tros mis­mos que aun que­da im­per­té­rri­ta; siem­pre infante.

    Como una co­sa pe­que­ña, tier­na y fu­rio­sa se pre­sen­ta el tra­ba­jo de Mikel, una re­pre­sen­ta­ción de to­do lo que aun es ino­cen­te y dis­fru­ta sién­do­lo den­tro de no­so­tros. Y he ahí su va­lor, pues só­lo con esa cán­di­da re­crea­ción con­si­gue trans­mi­tir­nos la con­for­ta­ble ca­li­dez del ho­gar. Si en úl­ti­mo tér­mino la la­bor del hom­bre es apren­der a ser fe­liz, no nos que­da más re­me­dio que de­jar co­rrer li­bre nues­tra pa­sión infantil.