Si seguimos lo que nos dice Ted Cohen en Pensar en los otros, publicado por Alpha Decay, llegaríamos a la conclusión de que lo único exclusivamente humano se encuentra en el lenguaje, y es la metáfora. Según la apasionante lectura del filósofo de Chicago a través de la metáfora es como podemos empatizar con respecto del otro; sólo en la metáfora yo soy capaz de pensar en el otro no como una otredad, sino como un yo con su propia problemática subyacente. En este paradigma nos encontraríamos con que la ciencia, aun cuando podría explicar todo cuanto existe en la realidad, apenas sí tendría cabida en el discurso con respecto del arte o la cultura, ya que son creaciones humanas y, por tanto, siempre sujetas a la metáfora. Esta identificación metafórica nos permite entonces crear una serie de valores éticos a través de las mismas, que es lo que intentaremos dilucidar a continuación.
Barbarella, una encantadoramente tróspida película de culto protagonizada por Jame Fonda, como película de ciencia ficción es rica en toda clase de metáforas. Por ello, cuando Barbarella tiene que rescatar al doctor Durand Durand, le ocurrirá esencialmente una cosa: follará. Mucho. ¿Y qué tiene que ver esto, una película sci-fi con alma de blandiporno, con la identificación metafórica? Que en la película hay al menos dos pilares básicos a través de los cuales dilucidar esta identificación: las píldoras de transferencia de exaltación y el ángel Pygar.