Si seguimos lo que nos dice Ted Cohen en Pensar en los otros, publicado por Alpha Decay, llegaríamos a la conclusión de que lo único exclusivamente humano se encuentra en el lenguaje, y es la metáfora. Según la apasionante lectura del filósofo de Chicago a través de la metáfora es como podemos empatizar con respecto del otro; sólo en la metáfora yo soy capaz de pensar en el otro no como una otredad, sino como un yo con su propia problemática subyacente. En este paradigma nos encontraríamos con que la ciencia, aun cuando podría explicar todo cuanto existe en la realidad, apenas sí tendría cabida en el discurso con respecto del arte o la cultura, ya que son creaciones humanas y, por tanto, siempre sujetas a la metáfora. Esta identificación metafórica nos permite entonces crear una serie de valores éticos a través de las mismas, que es lo que intentaremos dilucidar a continuación.
Barbarella, una encantadoramente tróspida película de culto protagonizada por Jame Fonda, como película de ciencia ficción es rica en toda clase de metáforas. Por ello, cuando Barbarella tiene que rescatar al doctor Durand Durand, le ocurrirá esencialmente una cosa: follará. Mucho. ¿Y qué tiene que ver esto, una película sci-fi con alma de blandiporno, con la identificación metafórica? Que en la película hay al menos dos pilares básicos a través de los cuales dilucidar esta identificación: las píldoras de transferencia de exaltación y el ángel Pygar.
Cuando Barbarella es salvada por un cazador de niños de un planeta en el cual se ha extraviado éste le propone sexo, ante lo cual ella responde que deberán tomar las píldoras de transferencia de exaltación. Estas, al ser ingeridas por dos personas de bioritmos equivalentes, permiten llegar al orgasmo sólo manteniendo un contacto físico mínimo ‑apenas sí una mano- siendo sólo los más pobres los que practican sexo. Aquí la identificación metafórica llega hasta su extremo más absurdo pues, como es lógico, los individuos que mantienen esta suerte de sexo virtual están interconectados de tal modo que obtienen una máxima eficiencia a la par que son esencialmente el otro. Pero no son el otro literalmente, sino que conocen exactamente que está sintiendo el otro; a través de la metáfora del sexo, de un sexo virtualizado, puedo conocer aquello que está sintiendo exactamente la otra entidad. Y esto es, exactamente, la labor última de la metáfora.
Más interesante es el ángel Pygar ya que él ‑caracterizado como entidad de El Bien y, por tanto, moral- siempre se comunica a través de metáforas. La más interesante Gran Tirana Concierge le interpela a Pygar sus intenciones sexuales para con él cuando él contesta con un lúcido “los ángeles no hacemos el amor, somos amor” Aunque la metáfora no tiene porque ser algo literal, aquí si tiene algo de literal pues en tanto ángel ha sido creado por el amor de Dios y por tanto es Amor. Pygar, un ángel ciego que sólo puede volar después de hacer el amor con Barbarella, de que le devuelvan el amor, es una metáfora en sí mismo: a través de su actitud podemos comprender que es lo que está bien; la metáfora es moral. Por eso cuando Barbarella le interpela que salve la vida de Concierge éste le dice que “Los ángeles no tenemos memoria” en un momento de humor supuestamente involuntario. Pero lejos de lo jocoso de la situación es completamente natural pues, como ángel, en tanto entidad metafórica en sí mismo, responde con una metáfora cual es el único modo de hacer el bien: olvidar aquello que nos hicieron malo para seguir adelante.
¿Se puede hacer de la metáfora una moral? Por supuesto. El problema es que nunca podemos saber con exactitud quien es un ángel, quien es una entidad de El Bien, y quien es un simple humano. Incluso Pygar demuestra no ser bueno cuando miente descaradamente en el hecho de que los ángeles no hacen el amor pues, si esto es así, él no puede ser un ángel. Por eso la metáfora puede ser ética e, incluso, puede permitirnos pensar en el otro como entidad en sí mismo y no en una otredad, pero nunca puede definir una moral. Porque es imposible saber cual es la palabra de Dios, cuando nos está hablando Dios, y es que, en palabras de Ted Cohen, “Mi única preocupación se refiere al caso en el que uno trata con alguien que piensa que la aprobación de Dios se impone sobre cualquier otra consideración”. La metáfora os hará libre, si sabéis discernirla entre los fariseos.
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