Etiqueta: Jean Cocteau

  • Los modos de producción determinan la relación con los cuerpos. Sobre «Taxidermia» de György Pálfi

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    El mo­do de pro­duc­ción de las con­di­cio­nes ma­te­ria­les de vida
    de­ter­mi­na el ca­rác­ter ge­ne­ral de los pro­ce­sos de la vi­da social,
    po­lí­ti­ca y es­pi­ri­tual. No es la con­cien­cia de los hombres
    lo que de­ter­mi­na su pro­pio ser, sino que, por el contrario,
    el ser so­cial de los hom­bres es lo que de­ter­mi­na la con­cien­cia de éstos.

    Contribución a la crí­ti­ca de la eco­no­mía po­lí­ti­ca, de Karl Marx

    Nada más in­vi­si­ble que la car­ne que ha­ce mun­do. Durante si­glos, mi­le­nios in­clu­so, sal­vo aque­llos que de­ci­die­ron con­ver­tir­se en pen­sa­do­res al mar­gen, que no en los már­ge­nes, ya que eran au­to­má­ti­ca­men­te ex­clui­dos de cual­quier ofi­cia­li­dad pre­sen­te, ha­blar de los cuer­pos es­ta­ba prohi­bi­do: se ad­mi­ra­ban, se de­sea­ban, in­clu­so se cui­da­ban y se apren­día a cu­rar­los, no así se usa­ban pa­ra pen­sar. Era te­rreno ve­da­do. Todo cuer­po era la par­te in­no­ble de la cons­cien­cia, del co­no­ci­mien­to, del ser mis­mo, que ha­bi­ta más allá de una car­ne que no es su­ya, sino una pri­sión de la cual bus­ca­ría tras­cen­der; des­de el idea­lis­mo pla­tó­ni­co has­ta el trans­hu­ma­nis­mo, la idea de la car­ne co­mo pri­sión del mun­do ha si­do la más po­pu­lar, por cons­tan­te, du­ran­te la his­to­ria del hom­bre. Nada tan ín­ti­mo ha si­do tan des­pre­cia­do. Todo de­seo, des­car­na­do. No ten­dría sen­ti­do cen­su­rar to­do pen­sa­mien­to al res­pec­to de los cuer­pos, de la car­ne, sino exis­te al­go pe­li­gro­so en ellos, por­que nun­ca se cen­su­ra aque­llo que no es ca­paz de ha­cer tam­ba­lear los ci­mien­tos del po­der. Algo apes­ta en Occidente cuan­do los mo­nar­cas y los oli­gar­cas, los un­gi­dos y los ban­ca­rios, pue­den acep­tar en co­mún la ilus­tra­ción, el triun­fo de la cons­cien­cia so­bre la carne.

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  • Sólo se puede amar desde la experiencia de la belleza. Sobre «La belle et la bête» de Jean Cocteau

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    No exis­te un ele­men­to ob­vio que se­pa­re la ex­pe­rien­cia hu­ma­na de la ex­pe­rien­cia de la bes­tia. Viendo co­mo vi­ve el co­mún de los mor­ta­les, tra­ba­jan­do ocho ho­ras en su tra­ba­jo y otras ocho de­lan­te del te­le­vi­sor, la úni­ca di­fe­ren­cia con res­pec­to de los ani­ma­les es que los hu­ma­nos he­mos re­fi­na­do has­ta ni­ve­les ab­sur­da­men­te com­ple­jos nues­tras for­mas de pro­duc­ción; a efec­tos prác­ti­cos, no exis­te di­fe­ren­cia al­gu­na en­tre el obre­ro me­dio y un cas­tor. No la exis­te por­que la vi­da del se­gun­do es­tá va­cia­do de to­da sig­ni­fi­ca­ción. Come, tra­ba­ja y duer­me, jo­de cuan­do pue­de o de­jan, pe­ro no tie­ne una ex­pe­rien­cia más pro­fun­da de su pro­pia exis­ten­cia: no co­no­ce na­da más allá de la ex­pe­rien­cia in­me­dia­ta de las co­sas, no pue­de, ni tie­ne pre­ten­sión al­gu­na de, co­no­cer na­da que va­ya más allá de las for­mas más bá­si­cas de la vi­da. Retozar, tra­ba­jar, me­drar; pa­ra qué más. Por eso afir­mar que la di­fe­ren­cia en­tre los ani­ma­les y los hom­bres es que no­so­tros te­ne­mos una in­te­li­gen­cia de la cual ha­ce­mos uso ac­ti­va­men­te se­ría, en el me­jor de los ca­sos, una apre­cia­ción irre­gu­lar. ¿Cual se­ría en­ton­ces la ca­rac­te­rís­ti­ca hu­ma­na que nos di­fe­ren­cia de aque­llos? La po­si­bi­li­dad de usar nues­tra in­te­li­gen­cia con fi­nes que van más allá del cum­pli­mien­to de las ne­ce­si­da­des bá­si­cas de supervivencia.

    Lo que nos ha­ce hu­ma­nos es la ne­ce­si­dad de la bús­que­da de la be­lle­za, del amor, de aque­llo in­tan­gi­ble que nos re­mue­ve por den­tro. Con La be­lle et la bê­te Jean Cocteau asu­me una pos­tu­ra crí­ti­ca al res­pec­to de la si­tua­ción des­de el mis­mo mo­men­to que des­vía la pers­pec­ti­va des­de la cual juz­gar des­de la cual po­pu­lar­men­te en­ten­de­mos el re­la­to, des­de la ver­sión de Disney; no hay aquí un amor que naz­ca a pe­sar de la tri­bu­la­cio­nes y la in­com­pren­sión de los otros, aquí na­ce un amor en­tre sus dos pro­ta­go­nis­tas a pe­sar de la mez­quin­dad, de la ani­ma­li­dad, del mundo.

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