Luther: el origen, de Neil Cross
John Luther, un hombre grande de grandes andares. ¿Qué cabe decir cuando lo primero que sabemos de un hombre, que hacemos como si fuera lo primero que creemos saber de él, es que su disposición física es aquella por la cual el mundo es un espacio demasiado pequeño para contenerlo? Ya sólo con ocho palabras podemos saber todo sobre John Luther: es un hombre inmenso, siempre buscando hacer algo grande, siendo aun más grande su corazón y sus pasiones; su rabia fluye como monzón y su amor como monacal susurro; es un hombre de responsabilidades gigantescas y de enormes movimientos. Es un hombre inmenso que provoca que las puertas se ensanchen de orgullo ante su paso. Es una mole indescriptible en acción, una montaña en imparable movimiento, algo ante lo que no quieres estar cuando decida que su camino está allí donde estás tu situado.
A partir de ese trazo mínimo, un trazo que irá repitiendo de vez en cuando Neil Cross como si fuera el mantra soflama de vida del golem Luther —porque de hecho lo es, ¿que es la literatura si no la creación de la vida a través de la palabra?¿Que es Luther si no la fuerza viva que debe resistir para que el mundo no se desmorone en su afuera? — , es a partir del cual se construye no sólo el protagonista de la novela, sino también el mundo que habita. Un hombre grande, grande también en corazón y en intereses: tiene alma de poeta, sin embargo es policía; estudio un posgrado en literatura, sin embargo es policía, necesita enemigos inmensos que pretendan destruirlo con aquella actitud prosaica que sólo puede tener un hombre tan ambicioso que siempre peque de irreal, que nos parezca demasiado literario. Es por ello que el mundo que habita Luther ha de ser inmenso, oscuro, unheinlich: inquietante de tal modo que lo es precisamente porque nos resulta familiar aun cuando ya haya dejado de serlo, siniestro como sólo puede serlo aquello que significa algo para nosotros.