Existe cierta creencia generalizada de que el público es idiota. Que las verdaderas obras maestras nunca son entendidas en su tiempo. Y si bien puede haber algo de cierto en ello, no deja de ser injusto. Existen tantos nichos, tantos grupos cerrados de gustos y criterios dispares, que es imposible que ninguna obra maestra sea elevada a los altares. O que todo lo que se reconozca como genial por la mayoría sea nada más que basura. A fin de cuentas, la narrativa tiene la peculiaridad de ser aquello capaz de resonar no sólo en nuestras cabezas, sino también en nuestros corazones.
Eso no quiere decir que haya algo irracional en la apreciación estética. Eso implicaría que nuestros gustos son aleatorios. Pero como demuestra la experiencia, la cuestión es que nuestros juicios se sustentan en toda una serie de aparatos críticos inconscientes de los que no solemos percatarnos.