Existe cierta creencia generalizada de que el público es idiota. Que las verdaderas obras maestras nunca son entendidas en su tiempo. Y si bien puede haber algo de cierto en ello, no deja de ser injusto. Existen tantos nichos, tantos grupos cerrados de gustos y criterios dispares, que es imposible que ninguna obra maestra sea elevada a los altares. O que todo lo que se reconozca como genial por la mayoría sea nada más que basura. A fin de cuentas, la narrativa tiene la peculiaridad de ser aquello capaz de resonar no sólo en nuestras cabezas, sino también en nuestros corazones.
Eso no quiere decir que haya algo irracional en la apreciación estética. Eso implicaría que nuestros gustos son aleatorios. Pero como demuestra la experiencia, la cuestión es que nuestros juicios se sustentan en toda una serie de aparatos críticos inconscientes de los que no solemos percatarnos.
Sólo partiendo de esa idea es posible entender porqué funciona John Wick. Siendo una película de acción ortodoxa, bastante directa, resulta sorprendente su éxito de crítica y público. Pocas películas de su género lo han logrado en los últimos tiempos. No por nada, desde la muerte de Akira Kurosawa, el género llevaba ya varias décadas siendo el patito feo de la cinematografía internacional, sólo rescatado por unos pocos nombres propios, fueran estos George Miller o Gareth Evans. Y en ambos casos, tanto Mad Max: Fury Road como The Raid tienen un aspecto en común con John Wick: son películas bien rodadas cimentadas sobre una narrativa formidable.
No son la celebración de one liners con más testosterona que cerebro. Algo que también nos serviría para explicar el escaso éxito de The Expendables.
Aunque hemos señalado dos elementos, John Wick no se podría explicar a través de sus valores de producción. Ni siquiera los estrictamente cinematográficos. Para entender porqué funciona deberíamos, en primera instancia, comprender todos los sesgos que tenemos a la hora de apreciar una obra artística. Incluso si no somos conscientes de ellos. Porque, en última instancia, John Wick tiene la misma estructura que un manga de la Shōnen Jump.
Para los que no estén familiarizados con el medio, la Shōnen Jump es la revista decana del manga enfocado para hombres jóvenes. Niños y adolescentes, aunque actualmente su edad media ronda los diecisiete años. De allí han salido éxitos masivos como HunterxHunter, Dragon Ball o One Piece. ¿Y qué tiene eso que ver con John Wick? El modo que tienen de abordar la historia.
No resulta nada difícil encontrar puntos en común entre todas estas obras. Todas tienen un comienzo lento, contextualizando las circunstancias del personaje, para después arrojarnos hacia un desarrollo donde, tras descubrir la verdad oculta tras el personaje en una serie de enfrentamientos donde se suceden la aparición de aliados y rivales —estos últimos, además, con una potencial admiración mutua a desarrollar que puede convertirles en posteriores aliados — , se va desarrollando un mundo verosímil, aunque irreal, asentado sobre unas férreas reglas internas. Si además sumamos otros detalles clásicos del género —la sucesión de enemigos cada vez más poderosos, ciertas concesiones al humor, un final que entronca con la búsqueda inicial del protagonista — , entonces no resulta difícil componer un mapa general de la narrativa del shōnen. Ni porque John Wick se ajusta a la perfección a ese esquema.
Todo comienza de forma lenta, poniéndonos en la situación del protagonista (la mujer de John Wick muere y su último regalo es una perrita para que así aprende a confiar en los demás), para después arrojarnos (tras la muerte de la perrita, el robo de su coche y el asalto de su casa) hacia un desarrollo donde, tras descubrir la verdad oculta tras el personaje (John Wick es un antiguo asesino de la mafia) en una serie de enfrentamientos donde se suceden la aparición de aliados y rivales (por un lado, otros asesinos de la vida anterior del protagonista; por el otro, la mafia rusa y los asesinos que contrata), se va desarrollando un mundo verosímil, aunque irreal (moneda premium para comprar servicios de asesinos, organizaciones larger than life para asegurar la seguridad de los criminales; irreal, pero verosímil tal y como está planteado), con unas férreas reglas internas (tan férreas que la gente literalmente muere por incumplirlas).
Si además le sumamos que también hay enemigos cada vez más poderosos, concesiones al humor y un final que entronca con la búsqueda inicial del protagonista, ya que tras vengarse decide adoptar a otro perro para intentar recuperar ese aprendizaje amoroso que le han arrebatado, John Wick es, estructuralmente hablando, un manga de la Shōnen Jump.
Salvo porque va más allá. No sólo porque la demografía shōnen se le queda muy corta para lo oscuro de su premisa, sino porque está siguiendo un patrón narrativo común que va más allá de lo básico. Que trasciende las reglas de un género o de una fórmula de éxito.
En primera instancia, toda la historia está articulada a través de una idea regidora. «Para poder sobrevivir es necesario aprender a confiar en las otras personas». Algo que se hace evidente a nada que lo pensemos. Pongamos como ejemplo al desencadenante del conflicto: la perrita que le regala de forma póstuma su mujer. Daisy, que así se llama el cachorro, nada más llegar a casa le coge cariño a John. Y él, que hasta entonces sólo lo habíamos conocido devastado y sin ánimo de vivir, empieza a recuperarse. Lo vemos haciendo su vida, cuidando de la perrita y, en muy poco tiempo, dejándola dormir con él. En cierto sentido, si con la pérdida de su mujer, Helen, John no tenía razón alguna para seguir viviendo —porque si su primera razón vital fue su trabajo como asesino y después su mujer, porque abandonó su trabajo por ella, al perderla pierde el significado de su existencia — , el papel de Daisy es recordarle que existen motivos suficientes para estar vivo si se buscan con el ahínco suficiente.
De ahí que toda la tragedia se articule a través de ella. Cuando un grupo de mafiosos entran en su casa, le roban su coche y matan a Daisy, no sólo están haciendo que John reviva por segunda vez la muerte de Helen, sino que le están dando un motivo para actuar. Un motivo para vivir. Ante la muerte de Helen, dado que sucede por una larga enfermedad, no puede hacer nada; ante la muerte de Daisy, dado que sucede a manos de un grupo de mafiosos, sí puede hacer algo. Puede recobrar el sentido de su vida a través de un acto que, a sus ojos, tiene sentido. Puede vengar la muerte de aquello que más quería en el mundo.
Simple, directo, clásico. Pero menos de lo que lo parece. Porque si bien la venganza es el leit motiv que articula su infatigable regreso a los infiernos —algo que, además, entendemos sin necesidad de pensarlo racionalmente — , es la confianza en los demás lo que lo mantiene con vida.
A partir de ahí se articula el resto de la película. Si John es capaz de llegar hasta el final, aniquilando uno tras otro a todos sus enemigos, es porque tiene toda una estructura detrás sosteniéndole. Marcus le salva la vida, Winston mantiene el Continental como un espacio seguro, Aurelio le informa de la identidad del hombre que le ha asaltado. Incluso el policía que aparece tras el segundo asalto a su casa o los limpiadores a los que avisa tras asesinar a todos los implicados no dejan de enfatizar esa idea. Todas las habilidades del legendario John Wick no valdrían nada si no confiara en toda una serie de personas que, una y otra vez, le mantienen en las sombras o acuden en su ayuda cuando más lo necesita. Personas, amigos, individuos que miran más por la fidelidad y la lealtad de sus ideas que por el beneficio que puedan sacar de ellas.
Porque, además, todos aquellos que violan esa premisa básica acaban mal. Ms. Perkins se salta las reglas del Continental y acaba ejecutada sumarialmente; Iosef Tarasov mata a la perrita de John Wick y acaba muriendo sin poder oponer resistencia. Incluso si consideramos que no todos los que se mantienen leales a las personas, las reglas y las costumbres salen con vida, ya que Marcus acaba muriendo, existe una clara diferencia entre ellos: mientras que los que incumplen la premisa básica de la película mueren de forma patética, sin poder oponer resistencia y sin apenas sí ver venir la muerte, los que cumplen su premisa mueren de forma heroica, resistiendo hasta el final o al menos haciéndolo con la cabeza bien alta.
Eso explica también que todo acabe con la adopción de otro perro. John, habiendo cumplido su venganza, vuelve a no tener un sentido para su existencia. Está vacío. Muerto. Y entre la opción de suicidarse o encontrar otro sentido a su vida, elige la segunda opción. Porque, al igual que comprendió tras la muerte de Daisy que podía volver al negocio para recobrar el tiempo perdido, tras la muerte de Helen aprende que puede confiar en otras personas (o una mascota) para ello.
Su fuerza es no obviar el mensaje de fondo. Y es que John Wick comparte con los mangas de la Shōnen Jump que tiene la estructura de un viaje mítico. Tiene una idea regidora que guía sus pasos, un mundo coherente lleno de ecos antiguos y misteriosos que nunca nos son aclarados del todo y un cierre circular vía mensaje ético-moral que da sentido al conjunto.
Porque la ficción nunca ha dejado de ser mitológica. Pensamos en forma de mitos. Porque estos no eran la canalización de las ideas de los dioses, sino enseñanzas articuladas en formas que el cerebro humano pudiera memorizarlas de la forma más sencilla posible. Repeticiones, acontecimientos épicos, misterios nunca del todo desvelados. Toda una serie de trucos narrativos que permiten memorizar con facilidad la estructura de la historia, algo muy útil cuando no tienes registros escritos. Y cuando por fin los tienes, para que el público se quede embelesado al no poder sacarse de la cabeza esa estructura pegadiza a la que nuestro inconsciente quiere volver una y otra vez.
Eso no quita para que John Wick tenga sus referentes. A fin de cuentas, ni es un cuento oral de la Grecia clásica ni un manga japonés contemporáneo. Podemos encontrar aquí ecos de Drive, de Hotline Miami, de toda la corriente neo-eighties que inunda todo cine de acción art house contemporáneo. Pero así y con todo, sigue teniendo la estructura de los mitos. De los mangas de la Shōnen Jump. De la narrativa llevada hasta sus principios básicos universales: aquellos que nos permiten quedarnos con una estructura inteligible.
Porque John Wick es, se mire por donde se mire, el primer arco de un manga shōnen. Puede tirar de flashback, para conocer el pasado de John Wick, o seguir hacia adelante, para conocer su futuro. No importa. Pero incluso si el arco ha quedado cerrado y definido, nuestro amigo John todavía puede verse implicado en luchas contra villanos todavía más fuertes e indestructibles.
Esa es la magia de los mitos. Esa es la magia de los héroes. No que sean buenos, sino que se manejen en las coordenadas de un mensaje ético-moral que los atraviesa y arrastra más allá de su hogar. Porque, lo que hemos olvidado, es que toda historia puede continuar si el personaje sigue teniendo algo que resolver.
Y John Wick todavía está aprendiendo a confiar en los demás.
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