
Myth is not prehistory; it is timeless reality, which repeats itself in history.
The Forest Passage, de Ernst Jünger

Myth is not prehistory; it is timeless reality, which repeats itself in history.
The Forest Passage, de Ernst Jünger

Esta entrada fue publicada originalmente en Studio Suicide el 25 de Junio de 2012 y ha sido ampliada y corregida especialmente para la ocasión.
Aunque en España tengamos el dudoso honor de que a nuestro presente le parezca que los debate nominalistas sólo son válidos cuando se trata de prohibir que dos personas del mismo sexo ostenten los mismos derechos a la hora de casarse que dos personas de sexo diferente, hay cierta necesidad de abordar ciertos debates nominalistas por como nos afectan de una forma directa. El principal debate nominalista que posee dentro de sí el ámbito puramente musical, aunque este sería un ejemplo a través del cual se podría extrapolar una teoría general a casi cualquier otro ámbito, es aquel que redunda en la más absoluta de las obviedades: ¿cuando un grupo determinado deja de ser tal grupo para convertirse en otro? Vayamos a un ejemplo específico, cuando muere Ian Curtis el resto del grupo decide seguir tocando pero, sin embargo, abandonan el nombre de Joy Division para pasar a denominarse con el mucho menos sugestivo nombre de New Order, ¿por qué? Porque de hecho creen que Ian Curtis es el leit motiv último de la marca Joy Division y seguir manteniendo ese nombre sería mancillar la historia que han creado con él. Es por ello que podríamos reformular la pregunta de otro modo, ¿cuando es legítimo que un grupo siga llamándose igual cuando algo ha cambiado, de forma más o menos radical, en su seno?
La respuesta, aunque obvia, es problemática. Es obvia porque de hecho parece evidente que debe cambiar cuando lo que hacía que el grupo tuviera una personalidad específica se pierde por el camino, por ejemplo, en el caso de Joy Division, que ante la muerte de Ian Curtis pierden el distintivo rasgo de la engolada voz del de Stretford —que sería el mismo caso de por qué Type O Negative, grupo sin sentido en posible continuidad una vez muerto Peter Steele—; si un grupo pierde una de sus señas de identidad originarias, no tiene sentido que se siga denominando del mismo modo. El por qué es problemático, a partir de la definición anterior, es una obviedad ya que por cada grupo que tiene unos rasgos distintivos muy marcados que de abandonarse perderán todo su sentido, hay una infinidad que esos rasgos pueden entrar dentro de un debate tan largo como estéril. ¿Acaso no podrían haber seguido siendo Joy Division si aun permanecían los intensos bajos de Peter Hook? Quizás sí, pero para muchos hubiera supuesto un sacrilegio tan indigno como vomitivo.

Esta entrada fue publicada originalmente el día 20 de Febrero de 2012 en Studio Suicide.
Unknown Pleasures, de Joy Division
Un lugar común en todas las épocas es la hipotética inexistencia de nuevos revolucionarios que lleven el arte, o cualquier otra faceta de la realidad, más allá de lo que hasta su preciso instante aconteció; la (nueva) juventud son plagiarios de sus ídolos de juventud que, a su vez, eran vistos como plagiarios de los suyos por sus adultos. En este eterno retorno de lo mismo evolucionista podríamos darnos cuenta del problema esencial del crítico —musical, o de cualquier otra clase— para con respecto del arte, pues debe situarse siempre fuera de ese ciclo de tóxica ranciedad que le haga pensar que todo está ya inventado sin poder siquiera apreciar como está cambiando el mundo. Quizás, para ello, sea útil volver la vista atrás para analizar los que una vez fueron uno más pero se convirtieron con el tiempo en leyendas (no)vivas a través de los cuales los jóvenes de hoy se constituyen, a nuestros ojos, como estultos plagiarios incapaces de crear su propia música. Ya que, aun hoy, no es fácil hablar de Joy Division.
Después de un EP combativo, como de hecho fue An Ideal for Living, con un sonido crudo y oscuro que estaba más cerca de ser una suerte de punk gótico que el sonido propio constitutivo que les convertiría en una leyenda, la llegada de Unknown Pleasures debió llegar como una furtiva patada en la futurible entrepierna del orgullo de la ya anquilosada crítica del momento. Unos jóvenes de veintipocos con un nombre marcadamente nazi, cosa que ya comenzaba a atraer a la gente indeseable, hacían una suerte de punk oscurecido con voces engoladas de afectación y una predominancia de bajos y metales que apenas sí aportan algo sustancialmente nuevo con respecto de lo visto hasta ahora; estos Joy Division no son más que una moda de los suburbios, de los jóvenes semi-lobotomizados, debió pensar más de un crítico con respecto de ellos. Es lógico, no encontramos aquí nada que no hubiéramos visto ya antes en potencia en tantos y tantos grupos de punk, ¿por qué deberíamos cederles el patronazgo de un nuevo género si hoy, en el ’79, esto es el pan nuestro de cada día sólo que más oscuro y más afectado? No había nada nuevo en unos jóvenes provocadores que atraían skinheads, por primera vez neo-nazis, en conciertos donde el cantante convulsionaba —quizás bailando, quizás por epilepsia— de forma constante.

Nosotros, como hijos de nuestro tiempo, no podemos obviar que el siglo XXI nació ideológicamente cargado de un hecho clave: un amor absoluto por el pasado. Esta vena retro de nuestro tiempo donde la creación original muere para ser sólo un eterno beber del pasado se diferencia de la pasión por el pasado de otras épocas, como el renacimiento, por su condición de mirar hacia un pasado inmediato y no uno lejano; la memoria del ayer como espíritu inmanente del hoy. Por eso no sorprende que un grupo como French Films en su disco “Imaginary Future” base toda su personalidad en la (inteligente) mezcla de géneros del pasado como forma de crear un sonido del futuro.
Estos fineses de espíritu new wave extremadamente juvenil nos conceden una consecución de ritmos divertidos, ágiles y veraniegos que casan muy bien con ese sutil tono oscuro, melancólico si se prefiere, que va tiñendo todas las composiciones. De éste modo van conjugando sin problema alguno el jugueteo de índole surf de los Beach Boys con el recorrido sonoro más oscuro, maduro y adolescente ‑lo cual no es una contradicción: es un sonido más madurado con la otra cara del espíritu adolescente- de los Joy Division más ortodoxos. La combinación hace del grupo uno más de éste imperecedero revival post-punk en el que ya se ha conseguido todo menos conseguir un ápice de originalidad; para la juventud de hoy el pasado es el nuevo futuro. Es por ello que French Films en éste “Imaginary Future” dan pie a la posibilidad de un futuro donde absolutamente todo es retro: las guitarras de los 50’s, los bajos de los 70’s, las distorsiones de los 90’s y la personalidad un batiburrillo de referencias sin significación profunda. Esta necrofilia musical acaba por desatarse tan complaciente como agusanada cuando, a través de los evidentísimos agujeros que dejan el paso del tiempo y la improcedente manipulación de los cuerpos, se re-aprovechan una y otra vez sus cadáveres sobrexplotados para la prostitución.
Ahora bien, tampoco sería justo afear las apetencias necrófilas cuando, como en éste caso, se hacen desde el respeto más profundo hacia los finados. El pútrido pero interesante trío que se forma entre French Films y sus dos referentes primeros forma un sonido agradable, casi propio, que sintetiza una especie de crossover entre épocas: origina un futuro presente a través del choque entre dos momentos del pasado. De éste modo la memoria se configura como una valedora del futuro desde el mismo momento que parece convertirse en imposible crear nada mínimamente nuevo que no esté supeditado al devenir de la búsqueda del tiempo pasado; no hay nada ‑o tan apenas sí lo hay- en el presente que sea radicalmente nuevo con respecto de su pasado inmediato. Este conformismo cerril producto de la catalogación sistemática de la memoria histórica ‑o, lo que es lo mismo, la memoria de aquellos que triunfaron- sin ninguna clase de espíritu crítico ha permitido una actitud acomodaticia en la cual, para hacer algo nuevo, sólo hay que rescatar algo no demasiado antiguo y darle una patina de actualidad mezclándolo con otro elemento de otra época, presente o pasada, ad nauseam. ¿Por qué si todo tiempo pasado fue mejor la memoria que recordamos siempre es la de los vencedores y jamás la de los vencidos?

Un remake es la voz inglesa que habla de la reproducción fidedigna en todos sus elementos de una obra anterior a la realizada en el presente. Según la wikipedia el término español sería refrito lo cual no deja de darnos una cierta connotación negativa e inexacta, como sino fuera más que una recomposición ‑un recalentamiento en microondas- de la obra anterior. Pero, debido a que toda re-interpretación es una nueva codificación del lenguaje, jamás habrá dos obras que aun partiendo con los mismos elementos acaben siendo exactamente iguales. Y es aquí donde empieza el juego de El hacedor (de Borges), Remake de Agustín Fernández Mallo.
Un espectador ajeno al lector se podría fijar en el peculiar movimiento de la portada del libro; del corazón dorado que capitaliza la mirada. Como si del ciclo cardíaco se tratara vería como el pasar de las paginas va produciendo que el corazón entre en diástole ‑se dilata hacia fuera con el pasar de las páginas- y en sístole ‑pues también se contrae hacia dentro al girar levemente el libro para leer la pagina derecha- de forma rítmica y continuada. No debería extrañarnos esto pues la magia ‑la que sólo se puede producir cuando nace del amor sincero por quienes admiramos- recorre las cavidades venosas de sus párrafos. Siempre concediendo una simetría entre los relatos y poemas del original y el remake Mallo va articulando su visión de los mismos según las sensaciones que estos le inspiran. Así las obsesiones de Borges van solapándose en favor de las de Mallo que hace suyo el discurso borgiano para hacer una nueva realidad desde los límites de su lenguaje a través de su interpretación. Como un pulsar la realidad lingüística es siempre un fenómenos singular.