Equilibrium, de Kurt Wimmer
Los hombres, en primera instancia, se juntan para conformar sociedad sacrificando parte de su libertad, de poder hacer potencialmente todo aquello que deseen, a cambio de tener la seguridad de que no serán objetos de padecimientos de mano de otros de su misma especie o de la hostilidad inherente a la naturaleza misma, produciendo así que su seguridad personal (en un ámbito existencial pleno) esté salvaguardada en gran medida. La obligación de cualquier forma de gobierno que se pretenda responsable con respecto de sus ciudadanos sería entonces encontrar un cierto equilibrio quintaesencial entre los dos polos sociales primarios, la libertad y la seguridad; el buen gobierno es aquel que consigue mantener unos niveles de libertad y seguridad en sus ciudadanos que medren en un constante equilibrio. La tendencia hacia cualquiera de los dos extremos, una libertad o una seguridad absoluta, necesariamente se dan en la obliteración de su contrapuesto absoluto; una sociedad completamente libre no es en absoluto segura del mismo modo que una sociedad absolutamente segura no es libre en aspecto alguno: para conseguir una (sensación de) total seguridad, es necesario sacrificar la libertad totalmente.
Equilibrium juega enseñando sus cartas en todo ámbito y sentido desde el mismo instante que abre fuego con su título, ya que ese equilibrio activo que se da como acción de mantener el equilibrio del título —pues el título viene del latín æquilibrius, del cual æquilibrium sería la declanicación en acusativo que marcaría el complemento directo de la frase — , porque de hecho la película acaba por ser una grandilocuente metáfora de la necesidad del perfecto equilibrio político, mental y cinemático. No hay nada en la película de Kurt Wimmer que no sea una constante reflexión de ese equilibrio que no es sólo una acción de fijismo, no es sólo stasis, sino un balance constante que sucede en la acción pura que pretende mantener su propio punto medio, equilibrium.