Equilibrium, de Kurt Wimmer
Los hombres, en primera instancia, se juntan para conformar sociedad sacrificando parte de su libertad, de poder hacer potencialmente todo aquello que deseen, a cambio de tener la seguridad de que no serán objetos de padecimientos de mano de otros de su misma especie o de la hostilidad inherente a la naturaleza misma, produciendo así que su seguridad personal (en un ámbito existencial pleno) esté salvaguardada en gran medida. La obligación de cualquier forma de gobierno que se pretenda responsable con respecto de sus ciudadanos sería entonces encontrar un cierto equilibrio quintaesencial entre los dos polos sociales primarios, la libertad y la seguridad; el buen gobierno es aquel que consigue mantener unos niveles de libertad y seguridad en sus ciudadanos que medren en un constante equilibrio. La tendencia hacia cualquiera de los dos extremos, una libertad o una seguridad absoluta, necesariamente se dan en la obliteración de su contrapuesto absoluto; una sociedad completamente libre no es en absoluto segura del mismo modo que una sociedad absolutamente segura no es libre en aspecto alguno: para conseguir una (sensación de) total seguridad, es necesario sacrificar la libertad totalmente.
Equilibrium juega enseñando sus cartas en todo ámbito y sentido desde el mismo instante que abre fuego con su título, ya que ese equilibrio activo que se da como acción de mantener el equilibrio del título —pues el título viene del latín æquilibrius, del cual æquilibrium sería la declanicación en acusativo que marcaría el complemento directo de la frase — , porque de hecho la película acaba por ser una grandilocuente metáfora de la necesidad del perfecto equilibrio político, mental y cinemático. No hay nada en la película de Kurt Wimmer que no sea una constante reflexión de ese equilibrio que no es sólo una acción de fijismo, no es sólo stasis, sino un balance constante que sucede en la acción pura que pretende mantener su propio punto medio, equilibrium.
La stasis sería el estatismo que caracterizaría al mundo totalitario donde transcurre la película, pues la acción que se pide aquellos que viven en su sociedad es que se basen en un fijismo absoluto basado en la estabilidad completa de la sociedad: sólo en tanto anulen de forma absoluta sus emociones ellos serán entidades cuya seguridad será plena en tanto no habrá ninguna clase de emoción que les lleve a actuar de un modo violento e irracional. La sociedad se ha declinado de forma absoluta del lado de un totalitarismo abyecto donde la libertad no vale nada en comparación con la completa seguridad de que sea imposible cualquier forma de destrucción del stasis, de la uniformidad estable de la realidad presente. Es por ello que la sociedad persigue de forma inquebrantable a aquellos que sienten algo, destruyen cualquier objeto artístico que pueda haber y su sociedad se basa en un monocromatismo uniforme que nos recuerda a un imperio producto de una ikeización absoluta no sólo de la forma, sino también de su propio contenido —lo cual no nos es completamente extraño desde el momento que Ikea® no deja de ser el imperio de la uniformación, de la vación de todo contenido artístico o bello por la pura funcionalidad que uniforma y destruye cualquier sentido de personalidad en el hogar. Todo cuanto existe en la sociedad es un intento desesperado por mantener un status quo idealizado a través de una idea regidora de paz interior basada en la exterminación de los sentimientos, fundamentando su totalitarismo a través de la extinción del deseo en un sentido teóricamente zen.
El hecho de que el imperio base su seguridad en los clárigos, unos inquisidores cuyas capacidades marciales, fuertemente inspiradas en el kárate, son usadas para exterminar cualquier indicio de sentimiento tanto en personas como en objetos, no deja de ser ese hipotético zen llevado al extremo más absoluto de su posible dimensión de la anulación. Los monjes, que practican artes marciales como modo de extinción de todo deseo pero, a su vez, como método de alcanzar la máxima eficiencia posible, son la antítesis de todo aquello que combaten, todo aquello capaz de producir sentimientos, en tanto su estandarización en los métodos de combate y comportamiento son tan absolutos que incluso el re-ordenamiento de los objetos de su mesa de trabajo es fuente de sospecha radical. Esto es puro stasis, pero el problema es que el zen no se basa en el inmovilismo absoluto, sino en la flexibilidad absoluta del junco ante el tifón, en la posibilidad del equilibrium como control en el cual uno se permite dejar fluir con el mundo precisamente para mantener su propio equilibrio.
Si John Preston sólo alcanza su máximo potencial cuando llega a un nivel de enfurecimiento tal que todo su ser se desprende de sí mismo es porque descubre que, el auténtico vaciamiento de sí, sólo puede ocurrir cuando la extinción se da en tanto sistematización de nuestra relación con el mundo: cuando no oponemos la resistencia de una hoja de acero al viento, sino que nos mecemos con él para dejar que fluya sobre nosotros, es cuando estamos siguiendo la lógica del zen: cuanto más virulento es el ataque hacia nosotros, más nos vaciamos de todo deseo para alcanzar el objetivo de hacenros uno con el ataque. Y más violenta es la respuesta a éste. La película insiste en darnos constantes ejemplos de esta situación, con el caso más sorpresivo en el avispado Robbie Preston ocultando sus sentimientos de forma constante pero sin doblarse a tomar la droga que le haría no sentir para así poder combatir de modo efectivo, aun cuando pasivo, la sociedad. La única manera de combatir una sociedad enferma donde la libertad es absolutamente cohartada a través de la anulación de todo sentimiento es fingir que no se tiene ningún sentimiento absoluto mientras si se los sigue teniendo; sólo en tanto aceptamos que la flexibilidad es lo que nos permitirá adentrarnos en las grietas de los muros del poder, podremos ser un arma efectiva contra el sistema: el poder, como el viento, arrastra o destruye lo que se le opone, pero aquello que se dobla sin romperse es lo que opone una resistencia auténtica contra él.
El stasis de la sociedad que nos presenta Equilibrium es, en último término, una forma radical de ikeización absoluta de la realidad donde el principio regidor no es en ningún caso la búsqueda de un equilibrio connatural al mundo, sino la imposición de una perspectiva exclusiva del mismo: ante el viento, lo que propone el gobierno es ser como la hoja de acero que se mantiene firme por su cohesión absoluta. Cuando John Preston, cuando aquello que es la forma de cohesión última del poder, descubre el auténtico equilibrio zen de la existencia y se deja arrastrar de forma efectiva —lo cual incluye desde el dejarse capturar sin oponer resistencia hasta el dejarse arrastrar por sus propios sentimientos y deseos, en tanto auténtico motor interior de su existencia, hasta alcanzar un estado donde su respuesta es automática y vaciada de deseo espurio— es cuando alcanza esa extinción de sí mismo que le hace ser más sí mismo que nunca. Cuando el huracán se vuelve tan salvaje que incluso la hoja de acero se dobla y rompe, el junco toca con la cabeza el suelo para, aprovechando la debilidad actual de la barra, aprovechar la inercia del viento ya vencido para asestarle un golpe que rompa de forma definitiva la hoja de acero; cuanto más fuerte es el viento que dobla el junco, más poder le concede a éste si es capaz de canalizarlo para así. Eso es (el) equilibrium, el principio zen de la lucha político-social por la justicia: el saber ceder entre diferentes niveles de libertad y seguridad en cada ocasión para siempre mantener un equilibrio final absoluto; la cuestión no es ser siempre lo más libres y estar lo más seguros posibles, es conseguir que incluso cuando no se pueda ser más libres o estar más seguros se pueda mantener la necesidad de serlo hasta el momento propicio de volver a serlo.
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