Etiqueta: Kupek

  • la música es la esencia del viaje del alma

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    La mú­si­ca nos con­du­ce a una se­rie de es­ta­dos men­ta­les y aní­mi­cos por tan­to es­cu­char una u otra can­ción pue­de de­ter­mi­nar co­mo nos sen­ti­mos o que ha­ce­mos en ca­da mo­men­to. Con es­ta idea en men­te la mú­si­ca no se con­vier­te en al­go ex­clu­si­va­men­te dis­fru­ta­ble sino que se ha­ce al­go de una im­por­tan­cia vi­tal pa­ra el me­ló­mano. Quizás de ahí la ne­ce­si­dad de ha­cer una bre­ve se­sión de música.

    Con un so­ni­do ecléc­ti­co y una se­lec­ción que ya he­mos vis­to, al me­nos tan­gen­cial­men­te, por es­tos la­res en ma­yor o me­nor me­di­da se acer­ca la se­sión que, por fin, he da­do por fi­ni­qui­ta­da. El sal­tar­me cual­quier con­di­ción de gé­ne­ro o cual­quier cla­se de nor­ma que se pue­de ha­cer o no el re­sul­ta­do es, si ca­be, aun más bi­za­rro de lo es­pe­ra­do. Canciones de hoy y siem­pre cu­yo úni­co de­no­mi­na­dor co­mún es la ab­so­lu­ta pa­sión que des­pren­den en ca­da una de sus no­tas. Un tra­ba­jo de amor puro.

    Pasen y vean, por favor.

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  • el ánima de los mitos

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    La re­in­ter­pre­ta­ción es una cla­ve ex­ce­si­va­men­te in­fra­va­lo­ra­da en el ar­te de un tiem­po a es­ta par­te. Aun exis­tien­do en la mú­si­ca los re­mi­xes y las ver­sio­nes siem­pre pa­re­ce que los ar­tis­tas se li­mi­tan a imi­tar lo que han es­cu­cha­do a su ma­ne­ra, sin in­ten­tar apor­tar al­go sus­tan­cial­men­te nue­vo, sa­car a la luz al­go que es­tu­vie­ra es­con­di­do en­tre esas no­tas. Salvo Bryan Lee O’Malley con su one man band, Kupek.

    En su dis­co Nameless, Faceless Compilation des­pués de un agra­da­ble em­pa­cho de in­die pop de lo más naïf se des­cuel­ga de re­pen­te con una ver­sión de Born Slippy de Underworld. Huyendo de los so­ni­dos elec­tró­ni­cos mi­ra más allá de la pro­pia can­ción y no so­lo la lle­va a su es­ti­lo, sino que la re­in­ter­pre­ta de prin­ci­pio a fin. Es la mis­ma can­ción, son las mis­mas no­tas, pe­ro a la vez es al­go to­tal­men­te di­fe­ren­te, al­go nue­vo, al­go que siem­pre es­tu­vo en­ce­rra­do ahí y, so­lo aho­ra, ve la luz. La can­ción se vuel­ve dul­ce y tier­na, con una ale­gre me­lan­co­lía que nos em­pa­pa en­te­ra­men­te de prin­ci­pio a fin. A su vez, con su mi­ni­ma­lis­mo ba­rro­co, con­si­gue des­per­tar una reali­dad la­ten­te que es­ta­ba ya tan­to den­tro de la pro­pia com­po­si­ción, co­mo den­tro de no­so­tros mismos.

    Cuando uno re­in­ter­pre­ta de­be ha­cer­lo con la ca­be­za, el co­ra­zón y el al­ma, pro­pio y de la com­po­si­ción. La bús­que­da del au­ten­ti­co men­sa­je es­con­di­do en el áni­ma de la mú­si­ca es otra de las la­bo­res del mú­si­co que de ver­dad ama su ar­te. Y den­tro pa­sea un ángel…