El lenguaje sonoro tiene un parentesco muy fuerte con el lenguaje visual en tanto ambos producen paisajes mentales irreproducibles en la mera verbalización de los mismos. El resultado es que la música como el cine no se pueden explicar en tanto la verbalización será siempre inexacta; será una traducción cargada de errores de matiz. Por eso, quizás, el único modo de traducir estos idiomas sea mediante la inclusión de un supranivel de significado, un nivel nuevo que complemente pero no traduzca. Por eso no es extraño el salto de Sogo Ishii y Tadanobu Asano hacia la música con su grupo de industrial/punk Mach 1.67.
Nadie que conozca mínimamente la carrera de Ishii debería extrañarle este salto hacia la música más intensa y disruptora de los ordenes establecidos, bien sean musicales, sociales o siquiera mentales; es un paso natural. Ya de entrada se ganó la fama de ser el director punk por excelencia de Tokyo al dirigir Burst City, una película sobre moteros donde participarían algunos de los grupos más destacados del underground como The Roosters, The Rockers, Inu o mis adorados The Stalin. El resto de su filmografía transitaría, necesariamente, por ese estilo punk en todos los aspectos que le llevaría a ir abrazando siempre el más extremo todavía, el jugar siempre al filo de la navaja fílmica. Pero el punto de disrupción más interesante fue la dirección de Halber Mensch una película-concierto sobre los exquisitos Einstürzende Neubauten. Con un estilo desestructurado y caótico se conjuga el sonido de la banda con la extraña combinación de formas contradictorias; el sonido clásico deconstruído a martillazos de los alemanes encajaba sutilmente con los bailarines de batoh que lo ilustraban. Y es aquí donde Ishii encuentra la síntesis perfecta: la macabra disrupción de los códigos tradicionales en unos nuevos y personales códigos.