Aunque siempre se le ha dado en sus estadios más vulgares una interpretación maniquea totalmente polarizada los conceptos de bien y mal siempre esconden un carácter de matices; un carácter de visibilidad moral. Así lo que está bien o mal no sólo depende de los ojos que miran la acción perpetuada sino también del entendimiento, la interpretación, que se le da a esas imágenes. Nada más interesante para ver esto que la promo de la segunda temporada de Luther de Neil Cross.
Mientras suena la hipnotizante Don’t Let Me Be Misunderstood de Nina Simone vemos como Luther (des)destroza su despacho con su característica furia quirúrgica. Vemos ver pasar el proceso rebobinado hacia atrás, como proyectado hacia el pasado, ralentizando cada acto de violencia desatada que se convierte aquí en una fase de (re)creación. El juego con la imagen consigue que uno de los comunes destellos de furia del personaje se convierta en un acto creador; convierte un acto de destrucción sin sentido en el acto casi mágico de un demiurgo de oficina. Mientras esto ocurre Nina Simone nos pide nuestro entendimiento -«Cariño, tú me entiendes ahora / si ves que a veces estoy loco»- mientras nos recuerda que en tanto seres vivos, entes en proyecto, es imposible que todas nuestras acciones sean las de un ángel. Así el conjunto nos configura en una situación encantadoramente surrealista: sólo en la perversión de la mirada que hace de Luther una especie de ente divino podemos hacerlo transitar hacia un carácter de absoluta pureza de espíritu. O lo que es lo mismo, el bien absoluto de un hombre sólo es plausible en tanto seamos capaces de mirar más allá de lo visible y empezar a comprender su intencionalidad.
El final con él con su media sonrisa sardónica, como sabiéndonos cazados, es la catarsis celestial de aquel que se sabe libre de culpa alguna al ser todas sus intenciones encaminadas hacia el establecimiento de El Bien; aun cuando sus acciones no sean buenas en absoluto. Por eso nos mira directamente, con esa sorna tan encantadora, exigiéndonos el tributo del engaño de caer en aquel maniqueísmo vacuo. Como diciendo, «Pero sólo soy un alma cuyas intenciones son buenas».