Vivir en el infierno tiene el problema de hacer imposible ver más allá de cómo evitar el dolor, vivir en el cielo tiene el problema de hacer imposible ver más allá de cómo entregarse al placer. Tal vez por eso somos humanos. Porque habitamos el mundo. Porque existen momentos trágicos, pequeñas alegrías, grandes decepciones y enormes sorpresas. No existe nada unívoco. Incluso lo que parecía seguro todavía puede sorprendernos; hasta aquello que se mostraba como inflexible puede romperse para generar resultados insospechados.
Con todo, el 2017 ha parecido un spin-off más bien raro del 2016. Se nos han muerto pocos héroes, pero muchos se han descubierto como monstruos. Donald Trump (y tantos otros que nos caen más cerca) sigue(n) en el poder, pero no parece que nos hayamos acostumbrado. Continúa la pesadilla, pero la pesadilla ha cambiado. Porque hasta la parte que tiene de sueño, ha sido muy diferente: ha sido un gran año para el videojuego, el cine y la música. Parece que ha sido algo más tibio para la literatura y la televisión. Es decir, todo sigue igual, pero todo es distinto. Hay cambios. No nos acostumbramos y podemos atisbar la posibilidad de un cambio. Incluso si no sabemos dónde comenzará. O cómo.
No nos extendamos más. Si vivimos en el mundo, no en el cielo ni en el infierno, lo suyo es que hablen quienes lo habitan. Y de ahí la lista: para coger el pulso a lo que siempre se nos escapa una vez creíamos haberlo comprendido. Porque eso es el mundo. Un lugar extraño y hostil donde, si puedes sobreponerte al riesgo, hay un montón de formas de divertirse.