Una pequeña criatura viviente durmiendo en su cuna.
Como un animal de laboratorio en una jaula,
pensó Kawashima Masayuki.
Ryu Murakami
Sólo el constante roce con el mundo acaba dejándonos cicatrices. Aquellos cuyo roce es excesivo, que la vida los ha maltratado hasta el punto de no-retorno en el cual ya nunca podrán tener un comportamiento considerado saludable, acaban convirtiéndose en tarados; personas dañadas tan profundo en su seno, de forma tan salvaje, que necesitan descubrir sus propios rituales de supervivencia cuando su existencia se les hace asfixiante. Necesitan o bien desconectarse de sí mismos o bien conectarse de forma íntima con los otros. Eso hace que sean personas conscientes de la hostilidad del mundo, aunque rara vez de la empatía o la bondad que este contiene, que acaban perpetuándose a través de una reproducción asexuada: hieren, sin pretenderlo, a todos aquellos que aman hasta poder hacerlos suyos. Encierran en su propia oscuridad al que todavía no vivía en ella. Son tarados no por inútiles o por locos, sino porque arrastran un pasado demasiado pesado para sus espaldas.