Una pequeña criatura viviente durmiendo en su cuna.
Como un animal de laboratorio en una jaula,
pensó Kawashima Masayuki.
Ryu Murakami
Sólo el constante roce con el mundo acaba dejándonos cicatrices. Aquellos cuyo roce es excesivo, que la vida los ha maltratado hasta el punto de no-retorno en el cual ya nunca podrán tener un comportamiento considerado saludable, acaban convirtiéndose en tarados; personas dañadas tan profundo en su seno, de forma tan salvaje, que necesitan descubrir sus propios rituales de supervivencia cuando su existencia se les hace asfixiante. Necesitan o bien desconectarse de sí mismos o bien conectarse de forma íntima con los otros. Eso hace que sean personas conscientes de la hostilidad del mundo, aunque rara vez de la empatía o la bondad que este contiene, que acaban perpetuándose a través de una reproducción asexuada: hieren, sin pretenderlo, a todos aquellos que aman hasta poder hacerlos suyos. Encierran en su propia oscuridad al que todavía no vivía en ella. Son tarados no por inútiles o por locos, sino porque arrastran un pasado demasiado pesado para sus espaldas.
No existe personaje de Ryu Murakami que no esté marcado por la ruindad, por la maldad del otro. Enfrentándose contra un mundo hostil en el cual nunca pueden reconocerse, todos los posibles roles que creían estables hace tiempo que se fueron por el desagüe: las antiguas estructuras sociales se derrumban, las convicciones mueren sin dejar atrás otras nuevas, sólo la adicción —al sexo, a las drogas, al dolor— permanecen en un mundo que ha decidido pasarles de largo. Que ha decidido pasarnos de largo. En Piercing seguimos la historia de Kawashima Masayuki, uno de los nuestros que teme acabar apuñalando a su hija recién nacida con un picahielos. «Eso es un temor antinatural, propia de un psicópata o un loco» —podríamos pensar, por otra parte, equivocadamente. Algo dentro de él, cierta parte de sí mismo —no otro, no una voz, no una malfunción que justifique todo a través de la locura; es él, cierta parte de sí mismo — , le exige hacerlo. Para impedirlo, una opción: planear minuciosamente el asesinato de una joven, un sacrificio sustitutivo con el cual poder paliar el dolor que su pasado le ha dejado en herencia.
Apenas sí ocurre nada en la vida de Masayuki. A través de unos cuantos días condensa los acontecimientos más en la imaginación que en la acción, como si el mundo siempre estuviera más vacíos, fuera menos hostil y más indiferente, que cualquiera de sus pensamientos; planea minuciosamente todo lo que puede ocurrir, barajando como abordar cada situación para salir indemne de la situación, para acabar descubriendo siempre que la realidad es infinitamente más aleatoria de lo que podría haber planeado nunca. No importa la estrategia que siga, siempre tiene que acabar improvisando. Es bajo esa improvisación como acaba conociendo a Sanada Chiaki, una joven especializada en BDSM, que acaba siendo el reflejo exacto de Kawashima Masayuki: maltratados desde su más tierna infancia, incapaces de confiar en nadie, buscando con desesperación la persona que pueda salvarles. Incluso cuando salvarles significa exponerles a la oscuridad que ellos mismos soportan.
La única directriz básica en sus vidas es el dolor, el punzante sentimiento de llevar siempre a la vista la oscuridad que la mayoría de las personas guardan tan profundo que nunca les afecta. Hasta que les afecta. Ambos han nacido para sufrir, ambos han encontrado como forma de catarsis punzar cuerpos: Chiaki el propio, Masayuki el de otros; piercing no sólo como motivo decorativo, sino también como acción. Ambos perforar como método para congraciarse con su pasado, para recordarse aquello que son en el presente —personas íntegras, en búsqueda perpetua de un método para no ser devorados por la oscuridad — , incluso cuando eso es algo imposible. Chiaki se culpa y se castiga, Masayuki culpa y castiga, exactamente como hicieron con ellos de pequeño sus respectivos maltratadores.
¿Es posible vivir con un dolor omnipresente? Murakami no tiene respuestas. Él sólo retrata ese dolor, los recuerdos de los personajes en forma de amantes y padres y profesores y cómo eso les lleva hacia la perforación, dejando que nos descubramos en medio de esa vorágine de dolor como pequeños niños abandonados en medio de la nada, no tan maltratados como Chiaki o Masayuki, pero igual de indefensos. Siempre ante la oscuridad, lidiando con un dolor imposible de soportar.
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