Etiqueta: pop

  • recuerdos, sueños, realidad

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    El tiem­po pa­sa, las per­so­nas cam­bian, la reali­dad apa­re­ce y des­apa­re­ce en una dan­za in­vi­si­ble y mien­tras, el ser hu­mano es­tá des­arrai­ga­do en su pro­pio mun­do. Solo el ar­te, los re­cuer­dos y los sue­ños per­ma­ne­cen don­de aho­ra so­lo que­dan las rui­nas de lo que fue­ron. Y na­da más. Algo así de­bían sen­tir The Beatniks cuan­do crea­ron una de sus pe­que­ñas obras maes­tras, Inevitable.

    Con el so­ni­do de una clá­si­ca ba­la­da de Takahashi con­si­guen des­ple­gar una or­gía de so­ni­dos me­lan­có­li­cos que ani­dan en una vi­va me­lo­día. El co­mo su mi­ni­ma­lis­mo de so­ni­dos va ori­gi­nan­do la por­ten­to­sa me­lo­día de tin­tes pop es una cues­tión ca­si má­gi­ca. La ba­la­da tras­cien­de su con­di­ción pa­ra con­ver­tir­se en al­go más, una can­ción que alu­de sen­ti­mien­tos más allá de la com­pren­sión. A su vez, su sen­ci­llez de es­cu­char ha­ce que sea una can­ción que se cla­ve co­mo una es­pi­na en el ce­re­bro, sin em­bar­go es­con­de al­go de­trás de to­do ello. Su at­mós­fe­ra, úni­ca e inimi­ta­ble, es co­mo un can­to oní­ri­co te­ji­do con los sue­ños de un ro­bot. Por to­do es­to, su sen­ci­llez nos arro­ja a la más ab­so­lu­ta de las be­lle­zas en una can­ción aje­na al tiem­po que po­drá so­nar aho­ra y siem­pre, no co­mo par­te de nues­tro tiem­po, sino co­mo la ma­te­ria de la que es­tán he­chos los sueños.

    En la sen­ci­llez, en la apa­ren­te sen­ci­llez, se en­cuen­tra el más ab­so­lu­to de los pro­di­gios. Solo en esa teó­ri­ca eco­no­mía de re­cur­sos en­con­tra­mos, de vez en cuan­do, aque­llas pe­que­ñas y de­li­ca­das co­sas que te­jen con fer­vor las ra­zo­nes de la exis­ten­cia. Las gran­des jo­yas se si­túan fue­ra del tiem­po, no por atem­po­ra­les, sino por universales.

  • nos traerán el amor a través del espacio

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    En los 80’s Japón vi­vió un fe­liz mo­men­to ál­gi­do de una eco­no­mía muy bo­yan­te, lo cual pro­pi­cio una ten­den­cia al ex­ce­so que, aun hoy, se man­tie­ne en cier­ta me­di­da. Todo es­to era un cal­do de cul­ti­vo pro­pi­cio pa­ra que, emu­lan­do el éxi­to de Ziggy Stardust en Occidente, apa­re­cie­ra otro mú­si­co de rock & roll in­ter­ga­lác­ti­co que nos hi­cie­ra mo­ver el es­que­le­to al rit­mo de su ce­lé­ri­ca mú­si­ca. Pero no hu­bo que es­pe­rar más allá del año 85 del si­glo pa­sa­do pa­ra en­con­trar­lo: Jaguar ha­bía lle­ga­do a nues­tro planeta.

    Prefectura de Chiba, Japón, un ex­tra­ño alie­ní­ge­na ve­ni­do del pla­ne­ta Jaguar de as­pec­to mar­ca­da­men­te glam ate­rri­za en el lu­gar y, sin va­ci­lar un so­lo mo­men­to, se apro­xi­ma a la se­de de la te­le­vi­sión lo­cal con unos cuan­tos ye­nes y unas ex­tra­ñas cin­tas de ví­deo ca­se­ras. Así na­ce su pro­pio pro­gra­ma JAGUAR HELLO!, un es­pa­cio de 5 mi­nu­tos se­ma­na­les don­de pro­yec­tar sus ví­deos mu­si­ca­les. Claro que el no era un alie­ní­ge­na mal­va­do y asu­mió una for­ma hu­ma­na en la que pre­sen­tar­se en la tie­rra pa­ra así pro­pa­gar su men­sa­je de paz y amor a tra­vés de su pro­gra­ma. Su es­ti­lo y pa­sión, sal­tan­do de un gé­ne­ro a otro sin pro­ble­mas siem­pre den­tro de la más es­tric­ta de las es­té­ti­cas más hor­te­ras, le lle­vo a apa­re­cer tam­bién en las te­le­vi­sio­nes de las pre­fec­tu­ras ve­ci­nas de Saitama y Kanagawa. Pero to­do lo bueno des­apa­re­ce y en 1993, en ple­na de­pre­sión eco­nó­mi­ca del país de­bi­do a los ex­ce­sos eco­nó­mi­cos que han vi­vi­do du­ran­te más de 10 años, des­apa­re­ce de la pa­rri­lla te­le­vi­si­va. Así los ja­po­ne­ses no so­lo se ven su­mer­gi­dos en una de las más fuer­te y crue­les de­pre­sio­nes eco­nó­mi­cas de la his­to­ria, sino que pier­den a su hé­roe de se­gun­da fi­la, ama­do co­mo si se tra­ta­ra de un ka­mi por sus fans, que les ayu­da­ba a se­guir adelante.

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