Project X, de Nima Nourizadeh
Aunque se tiende a infradimensionar su importancia capital dentro de la existencia misma del hombre, más aun en una época de crisis donde parece pecado ir más allá de las cadenas del infortunio que suponen el trabajo, la fiesta es un acontecimiento de una arraigada importancia antropológica. La festividad como concepto es algo que ha acontecido en todas las culturas y civilizaciones humanas, dando por hecho la necesidad de articular el discurso ceremonioso de los actos importantes a través de una equivalencia fáctica en los hechos acontecidos; una fiesta no determina un sentido en sí mismo, pero sin ella el sentido de celebración se diluye en la teoría misma. La fiesta, legado del desatado Dionisio, es el lugar donde acontece el auténtico acontecimiento de lo social donde la gente se une barriendo cualquier diferenciación para unirse todos en una comunión en la cual se celebra el mismo hecho al unísono. El triunfo radical de la fiesta es la capacidad para democratizar a los individuos, sus diferencias existenciales cotidianas, produciendo que los que fuera pudieran ser enemigos una vez encontrados en la fiesta sean amigos, que las diferencias en la fiesta se conviertan en similitudes.
Este concepto dionisíaco de la fiesta, que además es el único que dota de sentido a la fiesta misma ‑el sinsentido mismo, el hecho de que la fiesta es algo que se hace para aunar lazos que no existen de forma real más allá de la fiesta misma‑, se proyecta en Project X precisamente a través de una visión de la fiesta como una catarsis. Cuando para el cumpleaños de Thomas el desquiciado Costa organiza una fiesta que sobrepasa cualquier noción del sentido, cualquier mesura o lógica social tangible ‑aka el tener en cuenta que su desmesura acabará con un caos social total‑, está haciendo algo que ya era propio de los pueblos indios de la costa del Pacífico: el potlatch.