1. Introducción. De magia y brujas/os: paradigmas de interpretación
El problema de nuestro presente es creer que la bruja ha muerto, que todo aquello que se escapa de nuestra más pura racionalidad está exterminado y lo único que queda es una naturaleza doblegada de forma absoluta ante nuestros deseos. Nada más lejos de la realidad. La bruja vive y nos mira, respira detrás de nuestras nucas mientras se jacta de nuestra incapacidad de reconocerla como tal; la bruja, y por extensión el brujo y el hechicero, son aquellos que interpretan y manipulan el mundo para, en su interpretar, conseguir dilucidar la contingente verdad del mundo: la bruja no cree en lo inmediato, en la magia que nace del desconocimiento, sino en aquello que surge sólo a través de una búsqueda consciente de mecanismos específicos. Lo cual no quita para que existan brujas irresponsables, aquellas que se creen sin la necesidad de pensar como practican o cuales son las consecuencias de su magia —o, pensándolo, sólo les importan los efectos inmediatos independientemente de su eticidad — : de éstas últimas trata el artículo.
En un tiempo donde creemos que cualquier nuevo avance nos hará (necesariamente) la vida más fácil, no nos planteamos las consecuencias de adoptar una determinada tecnología —y aquí cabe recordar la Tercera ley de Clarke: toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia—, y, por extensión, siempre estamos al borde de ser consumidos por la magia. Si existe la magia, y existe —quizás no en un sentido literal, pero sí en el cual se expresaba Arthur C. Clarke—, la bruja nunca deberá estar muy lejos de ella.